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Full text of "Sucesos reales que parecen imaginados de Gutierre de Cetina, Juan de La Cueva, y Mateo Alemán, los refiere y comenta"

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SUCESOS    REALES    QUE 
PARECEN    IMAGINADOS 


UCESOS  REALES 
QUE  PARECEN 
IMAGINADOS 

DE  GUTIERRE  DE  CETINA 
JUAN  DE  LA  CUEVA 
Y        MATEO       ALEMÁN 


LOS       REFIERE 


COMENTA 


FRANCISCO    A.     DE     ICAZA 

C.  DE  LAS  REALES  ACADEMIAS  ESPAÑOLA 
DE  LA  HISTORIA   Y  DE   BELLAS   ARTES 


^ 


1919 


ES   PROPIEDAD 


MADRID  —  Imp.  de  Fortanet.  Libertad,  29.  Teléf.  991 


SUMARIO 


Págs- 

Dedicatoria 9 

Advertencia  preliminar 1 1 


GUTIERRE   DE    CETINA 

I.-CETINA  Y  SUS  BIÓGRAFOS: 

Rectificaciones  preliminares. — Lo  que  dijo 
de  Cetina  Francisco  Pacheco. — Menciones 
de  Argote  de  Molina  y  de  Herrera. — Noti- 
cias de  Sedaño. — Apuntes  de  don  Adolfo 
de  Castro. —  Referencias  de  don  Marcelino 
Menéndez  y  Pelayo  y  de  don  Francisco  Ro- 
dríguez Marín  y  documento  que  halló  este 
último. — Biografías  por  don  Juan  Pérez  de 
Guzmán  y  don  Joaquín  Hazañas  y  la  Rúa. — 
Obras  de  Cetina  publicadas  y  documentadas 
por  el  señor  Hazañas. — El  códice  Flores  de 
varia  poesía,  atribuido  alternativa  e  injusti- 
ficadamente a  Cetina,  a  Cueva  y  a  Eugenio 
de  Salazar 23 


6  Sumario 

Págs. 

II.-CETINA  A  TRAVÉS  DE  SUS  VERSOS: 

Su  retrato. —  Su  familia.  —  Su  cultura. — 
Sus  viajes. — Sus  relaciones  y  sus  amista- 
des.— Sus  amores  y  sus  amoríos.— Clave  de 
algunos  de  sus  versos.  —  Sinceridad  de  su 
arte. — Sus  sátiras  de  la  vida  italiana  y  de  la 
Corte  española. — Su  viaje  a  Indias  y  su  dra- 
mática muerte 49 

JUAN    DE    LA    CUEVA 

I.— CUEVA  Y  SUS  BIÓGRAFOS: 

Noticias  autobiográficas  y  críticas. —  His- 
toria y  sucesión  de  la  Cueva. — Datos  conte- 
nidos en  sus  versos  inéditos.  —  Algunas 
menciones  de  la  crítica  española.  — Omisio- 
nes tradicionales  en  sus  biógrafos  y  errores 
de  los  vulgarizadores  de  la  literatura  cas- 
tellana.— Dos  monografías  extranjeras  .       .       83 

II.— CUEVA  A  TRAVÉS  DE  SUS  VERSOS: 

Viaje  a  México  en  1574  y  documentos  que 
lo  comprueban. — Su  regreso  de  Nueva  Es- 
paña en  1577. — Cronología  de  sus  escritos. — 
Psicología  de  Cueva. — Sus  crónicas  y  confe- 
siones en  verso 121 

III.— EL  TEATRO   DE  JUAN  DE  LA 
CUEVA: 

Carácter  de  sus  comedias. — Identidad  en- 
tre el  hombre  y  el  poeta  lírico. — Imperso- 
nalidad de  Cueva  como  autor  dramático. — 
Sentido  popular  y  legendario  de  su  teatro. — 
La  obra  de  Cueva  y  la  obra  de  Lope  de 
Vega 139 


Sumario  7 

Págs. 

MATEO     ALEMÁN 


I.— MATEO   ALEMÁN,  SU  VIDA  Y  SUS 
OBRAS: 

Desenvolvimiento  de  la  doble  personali- 
dad moral  y  literaria  de  Mateo  Alemán. — 
El  picaro  y  el  filósofo. — Historia  del  autor 
del  Gitzmán  de  Alfarache. — Dónde  la  habían 
dejado  los  verdaderos  biógrafos. — Su  viaje 
a  Indias:  el  imaginado  y  el  documentalmen- 
te  cierto. — Los  Sucesos  como  fuente  de  no- 
ticias autobiográficas 167 

II.— ÚLTIMOS  ESCRITOS: 

Clave  de  los  Sucesos  de  fray  García  Gue- 
rra.— El  Arzobispo  emplazado. — Una  con- 
ventual.— La  verdad  sobre  el  carácter  del 
Arzobispo- Virrey. — Un  protector  funesto. — 
Las  supersticiones  y  la  gratitud  de  Mateo 
Alemán.  —  Los  sucesos  reales  que  parecen 
imaginados 187 

OTRAS    NOTICIAS,   ESCRITOS   Y 
DOCUMENTOS  DE  CETINA,  CUE- 
VA Y  ALEMÁN 

I.— PROCESO  DE  HERNANDO  DE  NAVA, 
HERIDOR  DE  CETINA: 

Actores,  cómplices,  testigos  y  jueces.— 
Confesiones  y  declaraciones  de  Cetina,  de 
Leonor  de  Osma,  de  Hernando  de  Nava,  de 
Jerónimo  Benavides,  de  Vázquez  y  otros. — 
Actuaciones  y  sentencia 2 11 


8  Sumario 

Págs. 

II.— JUAN  DE  LA  CUEVA  Y  MIGUEL  DE 
CERVANTES: 

Cueva  y  Lope;  Cueva  y  Cervantes. — 
Silencio  de  Cueva  sobre  ambos. — Corres- 
póndelo  Lope. — Las  alabanzas  de  Cervantes 
a  Juan  de  la  Cueva,  y  sus  sátiras  contra  Los 
sieie  Infantes  de  Lara  y  Los  Inventores  de  las 
Cosas 243 

III.— MATEO    ALEMÁN    Y    LUIS    DE 
BELMONTE  BERMÚDEZ: 

Unas  páginas  desconocidas  de  Mateo 
Alemán 253 

REGISTRO  ALFABÉTICO  de  autores  ci- 
tados  265 


De  la  primera  edición  de  la  Conquista  de  la  Dética. 


AL    ATENEO    DE    SEVILLA 

REPRESENTACIÓN  INTELECTUAL  DE  LA  FAMOSA 
CIUDAD,  CUNA  DE  LOS  TRES  INGENIOS  CUYAS 
LEJANAS  PEREGRINACIONES  Y  EXTRAÑOS 
SUCESOS     HE     PRETENDIDO     HISTORIAR 


Lector-. 


O I  te  interesas  en  ¿os  trabajos  de  recti- 
ficación histórica,  ¿ee  los  preliminares  de 
¿os  libros  primero  y  segundo  de  este  volu- 
men, donde  reseño  ¿a  revisión  que  tuve  que 
empre?ider  antes  de  escribir  ¿a  verdadera 
historia  de  Gutierre  de  Cetina,  de  Juan 
de  ¿a  Cueva  y  de  Mateo  Alemán,  que  jun- 
tas te  presento.  Ahí  dejo  bien  claro  por  qtié 
mi  versión,  documentada,  viene  a  separar- 
se de  las  antiguas.  El  inventario  de  las 
añejas  equivocaciones  que  me  fué  preciso 
esclarecer,  es  posible  que  te  divierta  y  pro- 
bable que  te  disponga  a  la  lectura  de  las 
verdades  que  vienen  después. 

Si  lo  que  buscas  solamente  en  estas  pá- 


ginas  es  la  viola  de  tan  célebres  autores, 
despojada  del  error  tradicional  que  la  dis- 
fraza, o  de  las  postizas  añadiduras  que 
la  deforman,  sazo?tada  alguna  vez  con 
¿os  versos  o  la  prosa  de  su  ingenio,  lee 
sin  preámbulo  todo  lo  demás  de  los  tres 
libros,  donde  hallarás,  respectivamente,  la 
vida  romancesca  de  Gutierre  de  Cetina, 
en  Italia  y  en  México;  las  aventuras  y 
desventuras  de  Juan  de  la  Cueva,  en  Es- 
paña y  en  América,  y  la  historia  extra- 
ordinaria de  Mateo  Alemán,  en  Nueva 
España,  no  por  inverosímil  menos  real  c 
indudable,  y  quedarás  convencido  de  que 
no  exageré  al  titular  este  libro  Sucesos 

REALES    QUE   PARECEN  IMAGINADOS. 

Francisco  A.  DE  ICAZA 


GUTIERRE    DE    CETINA 


Del  Libro  de  los  Retratos. 


I.  — CETINA     Y     SUS     BIÓGRAFOS: 

Rectificaciones  preliminares.— Lo  que  dijo  de  Cetina  Fran- 
cisco Pacheco.— Menciones  de  Argote  de  Molina  t  de  He- 
rrera.— Noticias  de  Sedaño. — Apuntes  de  don  Adolfo  de 
Castro. — Referencias  de  don  Marcelino  Meniíndez  t  Rela- 
to y  de  don  Francisco  Rodríguez  Marín,  y  documento  que 
halló  este  último. — Biografías  por  don  Juan  Piírez  de  Guz- 
y.án  v  don  Joaquín  Hazañas  y  la  Rúa.— Obras  de  Cetina  pu- 
blicadas t  documentadas  por  el  señor  Hazañas. — El  códice 
«Flores  de  varia  poesía»,  atribuído  alternativa  e  injustifi- 
cadamente  a  Cetina,  a  Cueva  t  a  Eugenio  de  Salazar. 

II.— CETINA  A    TRAVÉS    DE    SUS    VERSOS: 

Su  retrato.—  Su  familia.  -Su  cultura.— Sus  viajes.— Sus  re- 
laciones y  sus  amistades.  -  Sus  amores  y  sus  amoríos.—  Clave 

DE  ALGUNOS  DE  SUS  VERSOS.  —  SINCERIDAD    DE  SU    ARTE. —  SuS    SÁ- 
TIRAS DE  LA  VIDA  ITAX.IANA  Y  DE  LA    CORTE   ESPAÑOLA.  — Su  VIAJE 

A  Indias  y  su  dramática  muerte. 


POCO  o  nada  habría  que  añadir 
al  estudio  de  Gutierre  de  Ceti- 
na y  de  Juan  de  la  Cueva,  si  el  renom- 
bre y  merecida  autoridad  de  los  es- 
critores, que  de  ellos  trataron  hasta 
ahora,  hubiera  correspondido  esta 
vez  a  las  investigaciones  biográficas  y 
esclarecimientos  críticos  que  de  su 
saber  y  diligencia  eran  de  esperar.  No 
ha  sido  así.  La  biografía  de  Juan  de 
la  Cueva  está  por  hacer  aún,  y  quien 
intente  siquiera  su  esbozo  habrá  de 
aportar  personalmente  — como  ya 
trataré  de  hacerlo —  nuevos  y  desco- 
nocidos  datos,  corroborados  con  el 


24        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

estudio  de  los  manuscritos  inéditos 
del  autor  del  Ejemplar  Poético. 

En  cuanto  a  la  biografía  y  al  estu- 
dio crítico  de  Cetina,  bastará  para 
rectificarlos  en  parte,  y  de  modo  in- 
discutible, releer  sus  obras  a  la  luz 
de  los  mismos  documentos  allegados 
por  sus  biógrafos  y  comentaristas, 
anotando  los  errores  de  hecho  en  que 
todos  ellos  incurrieron. 

Las  bibliografías  de  literatura  espa- 
ñola — desentendiéndose  con  razón  de 
algunas  menciones  accidentales,  tan 
equivocadas  como  poco  importan- 
tes—  recomiendan  al  lector,  si  quie- 
re conocer  a  Gutierre  de  Cetina,  que 
estudie  los  trabajos  de  Pacheco, 
Adolfo  de  Castro,  Pérez  de  Guzmán, 
Hazañas  y  la  Rúa  y  Menéndez  y  Pe- 
layo. 

Depuremos  lo  que  respecto  a  la 
vida  y  la  obra  de  Cetina  ha  llegado  a 
nosotros  a  través  de  estos  autores. 

Nada  de   verdadero  tiene  lo  que 


Gutierre  de  Cetina.  25 

dice  Pacheco,  al  afirmar  en  su  Libro 
descripción  de  Verdaderos  Retratos,  que 

«Algún  tiempo  después  (de  su  re- 
greso a  Sevilla)  pasó  a  las  Indias  de 
la  Nueva  España,  llamado  por  un 
hermano  suyo  que  había  sido  con- 
quistador con  el  Marqués  del  Valle, 
de  los  más  poderosos  que  había  en 
la  ciudad  de  México.  Adonde  estuvo 
algunos  años  y  hizo  algunas  obras  y 
en  particular  un  libro  de  comedias 
morales  en  prosa  y  en  verso.  En  este 
tiempo  de  su  felice  quietud  la  envi- 
diosa muerte  le  aguardó  en  México. » 

Si  Cetina  nació  en  1520,  como 
dice  el  propio  Pacheco  y  se  colige  de 
los  documentos  encontrados  por  los 
señores  Hazañas  y  Rodríguez  Marín, 
y  si  era  el  mayor  de  los  hermanos, 
como  parece  inferirse  asimismo  de 
los  tales  documentos,  es  materialmen- 
te imposible  que  ningún  hermano 
suyo  pasara  a  la  conquista  de  México 
con  Hernán  Cortés,  que  desembarcó 


26        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

en  Veracruz  el  21  de  abril  de  15 19, 
cuando  Cetina  no  había  nacido  aún. 
Dudo  que  hayan  existido  las  come- 
dias morales  en  prosa  y  en  verso  es- 
critas en  México,  por  lo  menos  no 
ha  quedado  de  ellas  ningún  rastro  '. 
Nada  más  contrario  a  la  verdad  que 
esa  felice  quietud  de  que  disfrutaba 
cuando  le  aguardó  la  envidiosa  muer- 
te, como  el  proceso  de  Puebla  de  los 
Ángeles  ha  venido  a  demostrar. 

Salvo  esas  páginas  de  Pacheco 
— perdidas  con  el  Libro  de  ¿os  Retra- 
tos durante  mucho  tiempo — ,  poco 
que  interesara  a  la  historia  de  Cetina, 
o  a  la  comprensión  de  sus  versos, 
nos  dijeron  los  escritores  de  los  si- 
glos xvi  y  xvn.  Herrera,  en  sus  ano- 
taciones a  Garcilaso,  dio  la  medida 
de  la  estimación  que  le  merecía  com- 
parándole con  el  poeta  que  comenta- 

1  Traté  de  ese  particular  en  mis  a  Orígenes  del 
Teatro  en  México»,  y  lo  examinaré  de  nuevo  al  ha- 
blar de  Juan  de  la  Cueva. 


Gutierre  de  Celina.  27 

ba  y  copiando  con  elogio  composi- 
ciones suyas,  las  primeras,  quizá  las 
únicas,  que  por  entonces  vieron  la 
luz.  Varias  frases  laudatorias  reparti- 
das en  versos  de  poetas  de  aquellas 
centurias  — de  Cueva,  de  Alcázar,  de 
Vadillo,  de  Mesa —  demuestran  que 
se  le  recordaba  con  aplauso,  prime- 
ro, que  no  se  le  olvidó  del  todo  des- 
pués, y  que  estaba  en  lo  cierto  Pa- 
checo cuando  escribía  que  «la  voz 
común  y  general  aprobación  lo  libran 
del  rigor  del  tiempo  y  oscuridad  del 
olvido».  Pero  apenas  si  por  un  pá- 
rrafo de  Argote  de  Molina,  que  en 
su  Discurso  de  ¿a  Poesía  lo  mencio- 
na diciendo,  «y  el  ingenioso  Iranzo 
y  el  terso  Cetina,  que  de  lo  que  es- 
cribieron tenemos  buena  muestra,  de 
lo  que  pudieron  más  hacer  y  lástima 
de  lo  que  se  perdió  con  su  muerte  >, 
podemos  deducir  que  en  1575,  fecha 
del  libro  en  que  se  inserta  el  Discur- 
so, había  muerto  ya  prematuramente. 


28       Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Más  tarde,  en  el  Parnaso  Español, 
de  Sedaño,  se  ha  perdido  ya  hasta  la 
noción  de  la  época  en  que  vivió,  pues 
se  le  confunde  con  el  vicario  Gutie- 
rre de  Cetina,  que  cerca  de  tres  cuar- 
tos de  siglo  después  de  muerto  el 
poeta  expidió  en  Madrid  las  apro- 
baciones de  muchos  libros.  Todavía 
en  1890,  y  en  La  Ilustración  Espa- 
ñola y  Americana,  un  señor  Gautier 
de  Arriaza  repetía  la  equivocación  '. 

Don  Adolfo  de  Castro,  en  los  apun- 
tes biográficos  de  que  hace  preceder 
el  tomo  xxxii  de  la  Biblioteca  de 
Rivadeneyra,  habla  del  viaje  de  Ce- 
tina a  Italia,  supone  que  a  su  regreso 
«Sevilla  no  era  la  Sevilla  de  su  juven- 

1  Por  último,  cierto  colaborador  de  la  «Revista 
de  Genealogía»  pretendió  fiada  menos  que  identifi- 
carle con  un  Gutierre  de  Cetina  y  Abarca,  nacido 
en  Cuenca  y  muerto  en  Puerto  Real  en  1604,  del  que 
no  se  sabe  hiciera  un  solo  verso.  Homónimos  del  poe- 
ta, no  sólo  hubo  ésos,  sino  otros  varios  de  muy  diver- 
sas condiciones  sociales,  pues  no  era  nada  raro  el 
nombre,  y  de  ello  hay  testimonios.  Hazañas  publica 
algunos. 


Gutierre  de  Cetina.  29 

tud»,  y  añade:  «México,  donde  asis- 
tía con  cargo  en  el  Gobierno  un  her- 
mano de  Cetina,  le  ofreció  con  los 
atractivos  del  cariño  fraternal  la  es- 
peranza de  adquirir  los  bienes  que 
hasta  entonces  la  fortuna  le  había  ne- 
gado obstinadamente.  De  México 
tornó  de  nuevo  a  su  patria  para  que 
el  lugar  de  su  cuna  fuese  el  de  su  se- 
pulcro». Como  se  ve,  los  apuntes  son 
puro  fantaseo.  Ni  Cetina  marchó  en 
su  vejez  a  México,  sino  hacia  los 
veintiséis  años  de  su  edad,  ni  estaba 
en  la  pobreza.  Era  «gente  poderosa  y 
noble»,  como  dice  Pacheco;  no  fué  a 
buscar  a  un  hermano  suyo,  sino  acom- 
pañando a  su  tío  Gonzalo  López,  pro- 
curador general  de  Nueva  España;  ni 
falleció  en  Sevilla,  sino  en  México. 

No  menos  equivocado  es  cuanto 
asienta  don  Marcelino  Menéndez  y 
Pelayo  en  la  introducción  a  la  Anto- 
logía de  Poetas  Hispano- Americanos. 

«Convienen  todos  los  biógrafos  de 


30        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

este  terso  y  delicado  poeta  sevillano 
— dice —  en  que  su  varia  y  contras- 
tada fortuna  le  condujo  ya  en  su  ve- 
jez a  México,  donde  tenía  cargo  de 
gobierno  un  hermano  suyo;  pero  de 
tal  viaje  no  ha  quedado  huella  en  sus 
poesías.  Quizá  Cetina  ya  no  las  hacía 
en  aquel  tiempo.  Él  había  sido  co- 
mensal de  Hernán  Cortés,  y  para  la 
Academia  que  éste  tenía  en  su  casa 
de  Sevilla  compuso  la  famosa  Para- 
doja en  alabanza  de  ¿os  cuernos».  Ha- 
bla también  en  seguida  de  «un  pre- 
cioso cancionero  manuscrito  de  la 
Biblioteca  Nacional  coleccionado  en 
México  en  1577  y,  al  parecer,  por 
Gutierre  de  Cetina». 

Al  rectificarse  en  la  reimpresión 
que  hizo  de  aquellos  trabajos,  con  el 
título  de  Historia  de  ¿a  Poesía  Hispa- 
no-Americana,  incurre  en  nuevos  erro- 
res, pues  si  bien  declara  que  no  hay 
fundamento  alguno  para  suponer  es- 
critas algunas  obras  de  Cetina  para  la 


Gutierre  de  Celina.  31 

llamada  Academia  de  Hernán  Cortés, 
cuando  corrige  la  arbitraria  atribución 
del  mencionado  manuscrito,  añade 
que  debió  ser  más  bien  formado  por 
Juan  de  la  Cueva.  Olvida  que  ha  fija- 
do la  estancia  de  Juan  de  la  Cueva 
en  Nueva  España  entre  los  años  1588 
y  1603  — por  cierto  también  equivo- 
cadamente—  y  mal  puede  atribuirle 
el  manuscrito  formado  en  México  el 
año  1577. 

Nada  de  extraño  tendría  que  el  se- 
ñor Menéndez  y  Pelayo  ignorara  que 
Cetina  había  muerto  en  México  entre 
1 5 54  y  57,  pues  cuando  escribió  el 
estudio  preliminar  de  la  Antología 
Hispano- Americana  aun  no  había  apa- 
recido el  documento  donde  consta 
esta  noticia.  Pero  sí  es  de  extrañar,  y 
sólo  se  explica  por  las  condiciones  en 
que  el  insigne  polígrafo  escribió  ese 
prólogo,  que  no  recordara  la  frase  de 
Argote  de  Molina,  antes  citada,  que 
demuestra  que  en  1575  había  fallecí- 


32        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

do  ya  el  poeta,  y  que  excluía  la  posi- 
bilidad de  caer  en  el  error  de  atri- 
buirle la  compilación  formada  en 
1577.  Y  es  más  raro  ese  olvido  por- 
que la  tal  cita  era  un  lugar  común  de 
historia  literaria,  que  habían  venido 
copiando,  con  pocas  excepciones, 
cuantos  desde  fines  del  siglo  xvii  es- 
cribieron sobre  Cetina. 

A  propósito  de  ese  mismo  códice, 
dice  el  señor  Menéndez  y  Pelayo  que 
de  todos  los  autores  incluidos  en  él, 
el  único  nacido  en  México  es  Terra- 
zas. También  está  equivocado  en 
esto.  Hay  otros  varios;  mencionaré 
algunos  más  adelante. 

Quien,  guiado  por  las  referencias 
bibliográficas,  busque  las  noticias  que 
acerca  de  Cetina  asentó  el  señor  Ro- 
dríguez Marín  en  su  libro  sobre  Bara- 
hona  de  Soto,  tenga  en  cuenta  que 
el  mismo  autor  las  ha  desvirtuado  y 
desmentido,  dando  al  público  la  no- 
ticia del  testimonio  de  un  interesan- 


Gutierre  de  Celina.  33 

tísimo  proceso  — existente  en  el  Ar- 
chivo de  Indias —  seguido  en  Puebla 
de  los  Ángeles  y  terminado  en  la 
Audiencia  de  México,  contra  Her- 
nando de  Nava  por  heridas  a  Gutie- 
rre de  Cetina. 

Anteriores  a  estas  referencias  son 
las  biografías  que  escribieron  los  se- 
ñores Pérez  de  Guzmán  y  Hazañas  y 
la  Rúa;  pero  por  ser  las  más  extensas 
he  quebrantado  la  cronología  de  la 
aparición,  dejando  su  examen  deli- 
beradamente para  lo  último. 

«La  mayor  parte  de  las  noticias 
que  aquí  transcribo  — decía  el  señor 
Pérez  de  Guzmán  en  su  estudio  acer- 
ca de  Gutierre  de  Cetina —  soy  el 
primero  en  darlas.»  ¡Ojalá  hubiera 
sido  también  el  último!  Porque  fiados 
en  su  innegable  autoridad,  han  veni- 
do repitiéndolas,  en  todo  o  en  parte, 
cuantos  posteriormente  escribieron 
sobre  el  asunto,  perpetuándose  así 
los  errores  en  que  incurrió  en  1890 

3 


34        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados 

al  aparecer  aquel  artículo  en  las  co- 
lumnas de  La  Ilustración  Española. 

Después  de  asentar  con  Pacheco 
las  fechas  probables  del  nacimiento 
y  de  la  muerte  de  Cetina  — 1520  y 
1560 — ,  y  alguna  otra  circunstancia 
dudosa  de  las  ya  conocidas  de  la 
misma  fuente  y  origen,  pasa  el  señor 
Pérez  de  Guzmán  a  hablar  de  la  vida 
del  poeta  en  Italia,  llamándole  el 
«gentil  camarada  del  Príncipe  de  As- 
culi,  el  Señor  Antonio  de  Leiva».  Na- 
cido éste  en  1480,  muerto  en  Fran- 
cia en  25  de  septiembre  de  1536  y 
ausente  de  España  hacía  años,  mal 
pudo  ni  siquiera  conocer  a  Cetina, 
que  evidentemente  nació  en  Sevilla 
hacia  1520»,  como  el  propio  señor 
Pérez  de  Guzmán  afirma;  mucho  me- 
nos pudo  ser  su  camarada,  ni  siquiera 
alistarse  Cetina  bajo  sus  banderas, 
pues  pasó  a  Italia  después  de  1540, 
cuando  hacía  años  que  don  Antonio 
de  Leiva  estaba  muerto  y  enterrado. 


Cu  i  ierre  de  Celina.  35 

A  proposito  de  las  amistades  de 
Cetina,  «que  revelan  la  extensa  y 
elevada  esfera  n  Hitar,  aristocrática  y 
social»  en  que  vivía,  dice  el  señor  Pé- 
rez de  Guzmán:  «Con  el  Príncipe  de 
Asculi  y  con  su  mujer,  la  Marquesa 
de  Molfetta,  no  era  menor  la  confian- 
za». Don  Antonio  de  Leiva  casó  con 
una  dama  valenciana,  doña  Castellana 
de  Vilaragut,  y  no  tuvo  parentesco 
alguno  con  los  Molfetta.  El  principa- 
do, no  marquesado,  de  Molfetta  per- 
teneció a  los  Gonzagas  desde  1536. 

«El  año  de  su  nacimiento  tampoco 
puede  ofrecer  duda  — insiste  el  señor 
Pérez  de  Guzmán  volviendo  sobre 
este  particular—,  pues  lo  acredita  la 
autoridad  de  Francisco  Pacheco,  que 
le  conoció  personalmente.»  Tampoco 
eso  pudo  ser,  porque  Pacheco  fué 
bautizado  en  la  parroquia  de  Nuestra 
Señora  de  la  O,  de  Sanh'icar  de  Ba- 
rrameda,  el  3  de  noviembre  de  1564, 
años  después  de  la  muerte  de  Cetina. 


36        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

No  está  más  afortunado  el  Sr.  Pé- 
rez de  Guzmán  en  sus  investigaciones 
literarias.  Pasa  al  lado  de  la  clave  que 
encierran  unos  versos  del  poeta, 
aquellos  en  que  escribe: 

Ya  no  pretendo  más  ser  laureado, 

y  dice:  «Como  no  se  proponía  ser 
laureado  por  sus  versos  de  intimidad», 
sin  darse  cuenta  de  lo  que  el  verso 
encierra,  y  que  interesa  no  sólo  a  la 
biografía,  sino  como  demostración  de 
que,  según  hemos  de  ver,  los  versos 
de  Cetina  eran  vividos  y  no  simple 
paráfrasis  petrarquesca. 

Don  Joaquín  Hazañas  y  la  Rúa  incu- 
rre en  idénticos  errores.  Como  el  se- 
ñor Pérez  de  Guzmán,  supone  a 
Gutierre  de  Cetina  amigo  de  don  An- 
tonio de  Leiva,  que  ya  había  falleci- 
do, y  le  hace  cartearse  con  un  difun- 
to; no  casa  al  propio  Leiva,  después 
de  muerto,  con  la  Princesa  Molfetta, 
con  la  que  nunca  estuvo  casado  cuan- 


Gutierre  de  Celina.  37 

do  vivo;  pero  lo  hace  poeta  y  le  atri- 
buye versos  que  no  escribió  jamás. 
También  afirma  que  Pacheco  conoció 
personalmente  a  Cetina,  que  había 
muerto  antes  de  que  él  naciera,  y 
añade,  entre  otras  equivocaciones  de 
menor  cuantía,  que  en  el  verso  «Ya 
no  pretendo  ser  más  laureado^  quie- 
re Cetina  burlarse  de  Garcilaso. 

Obsérvese  que  según  prueba  do- 
cumental — la  solicitud  de  indulto  de 
los  agresores  de  Cetina,  firmada  en 
1557  e  incluida  en  el  testimonio  del 
citado  proceso — ,  Cetina  en  aquella 
fecha  era  ya  «difunto».  Aunque  Pa- 
checo no  naciera  en  1580,  como  dice 
Palomino,  ni  en  1 57 1 ,  como  se  des- 
prende de  un  cómputo  equivocado 
de  sus  propias  afirmaciones  en  el 
Libro  de  ¿a  Pintura  \  ni  en  1 566  ó  68, 

1  Pacheco  en  su  «Arte  de  la  Pintura»  — edición 
aprobada  en  1641,  fecha  de  las  licencias,  aunque  im- 
presa en  164Q — ,  declara  tener,  citando  escribía, 
setenta  anos.  De  ahi  alguien  dedujo  que  habla  nacido 


3<S       Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

como  quería  Asensio,  aproximándose 
a  la  verdad,  sino  en  1564  — según 
reza  la  fe  de  bautismo  encontrada  por 
el  señor  Rodríguez  Marín — ;  admitida 
por  los  señores  Pérez  de  Guzmán  y 
Hazañas,  de  acuerdo  con  Pacheco,  la 
fecha  de  la  muerte  de  Cetina  en  1 560, 
quedaría  siempre,  fuera  cual  fuese  la 
base  aceptada  en  lo  referente  al  na- 
cimiento de  Pacheco,  un  margen  de 
tiempo  entre  el  nacimiento  del  pin- 
tor y  la  muerte  del  poeta,  que  debía 
haberles  impedido  caer  en  el  anacro- 
nismo de  hacerlos  contemporáneos. 
Las  noticias  que  da  el  señor  Haza- 
ñas en  el  mismo  prólogo  acerca  de  las 
letras  en  México  durante  el  primer 
siglo  del  Virreinato,  están  equivoca- 
das. No  es  exacto  que  los  versos 
contenidos  en  el  Túmulo  Imperial  «han 
pasado  hasta  hoy  por  los  primeros 

e?i  1 57 1.  Pero  la  indicación  de  Pacheco  nada  preciso 
podía  dar,  como  no  fuera  la  fecha  en  que  trabajaba 
en  su  libro,  conocida  va  la  de  su  nacimiento. 


Cu /ierre  de  Ce  ¿¡a  a.  39 

que  en  México  se  escribieron  en  len- 
gua castellana».  El  Túmulo  es  de 
1560,  y  ya  en  1538,  en  las  fiestas 
que  los  tlaxcaltecas  celebraron  el  día 
de  la  Encarnación,  representóse,  con 
gran  aparato  por  cierto,  el  auto  de 
Adán  y  Eva,  todo  él  en  mexicano, 
pero  con  villancicos  en  español.  El 
padre  Motolinía,  que  lo  reseña  pun- 
tualmente en  su  Historia  de  ¿os  Indios 
de  Nueva  España,  tratado  1,  cap.  xv, 
transcribe  alguno  de  aquéllos.  Conó- 
cese el  principio  del  romance  com- 
puesto por  los  soldados  de  Cortés  en 
La  Noche  Triste.  En  verso  eran  las 
sátiras  y  pasquines  con  que  los  con- 
quistadores expresaban  su  disgusto  a 
Cortés  en  Coyoacán,  y  sabemos  has- 
ta los  nombres  de  quienes  los  com- 
pusieron. 

Más  lejos  de  la  verdad  está  toda- 
vía el  señor  Pérez  de  Guzmán,  que 
juzga  a  Hernán  González  de  Eslava  el 
más  antiguo  de  los  poetas   hispano- 


40        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados  : 

mexicanos  de  que  hay  memoria, 
presentando  como  testimonio  de  ello 
que  en  1579  daba  unos  versos  de 
elogio  a  fray  Agustín  Farfán  para  su 
Tratado  Breve  de  Medicina,  impreso  en 
México.  Está  por  dilucidar  si  Gonzá- 
lez de  Eslava  nació  en  la  Nueva  Es- 
paña. Icazbalceta  se  inclina  a  creerlo 
andaluz;  pero,  en  todo  caso,  y  sin 
tener  en  cuenta  los  versos  primitivos 
que  acabo  de  citar,  no  sólo  existen 
obras  del  propio  autor  de  los  Colo- 
quios anteriores  a  aquel  año,  sino  que 
es  de  1574  el  Desposorio  Espiritual, 
de  Juan  Pérez  Ramírez  — que  es- 
taba inédito  y  yo  publiqué  en  el 
Boletín  de  la  Real  Academia  Española 
y  en  mis  Orígenes  del  Teatro  en  Méxi- 
co— .  En  aquella  fecha,  el  arzobispo 
Moya  de  Contreras  llamaba  a  Fran- 
cisco de  Terrazas  «gran  poeta»,  lo 
que  prueba  cuánto  tendría  ya  escrito 
entonces. 

Aunque   hubiera  sido   cierto   que 


Gutierre  de  Cetina.  41 

Cetina  escribiera  en  México  esas 
Comedias  Mora/es  de  que  habla  Pache- 
co, y  de  las  que  no  se  ha  conservado 
la  menor  huella,  no  hay  por  qué  su- 
poner que  se  representaran  en  el 
palacio  de  los  Virreyes,  como  dice  el 
señor  Hazañas;  pues  estos  festejos,  así 
como  los  que  — aunque  parezca  im- 
posible—  se  celebraban  de  ordinario 
en  los  corredores  y  patios  de  la  In- 
quisición de  México,  antes  de  verse 
en  la  Casa  de  las  Comedias,  son  de 
fecha  posterior.  Los  espectáculos  de 
entonces  — no  se  olvide  que  las  co- 
medias de  Cetina  habrían  de  ser  an- 
teriores a  1554 —  se  verificaban:  al 
aire  libre,  en  el  campo  y  entre  gran- 
des simulacros;  en  tablados  en  las 
calles,  y  en  el  atrio  de  los  templos  o 
en  su  interior,  del  modo  que  he  des- 
crito alguna  vez  al  tratar  de  los  Orí- 
genes del  Teatro  en  México  \ 

1     Podrán  verse  también  más  detalles  en  mi  «His- 
toria de  la  Cultura  Española  en  América-». 


42        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Conviene,  por  último,  el  señor  Ha- 
zañas con  el  señor  Pérez  de  Guzmán, 
hasta  en  hacer  a  Juan  de  la  Cueva 
autor  del  códice  Flores  de  Varia 
Poesía. 

Todo  lo  cual  no  implica  que  el  se- 
ñor Hazañas  y  la  Rúa  deje  de  ser  el 
escritor  moderno  a  quien  más  debe 
la  gloria  de  Cetina;  pues,  aparte  de 
los  datos  y  documentos  que  allegó 
para  su  biografía,  a  él,  y  sólo  a  él, 
se  debe  la  publicación  de  las  obras 
que  tanto  tiempo  permanecieron  iné- 
ditas '. 

El  códice  Flores  de  Varia  Poesía, 
de  que  antes  hice  mención,  fué  co- 
leccionado, según  Menéndez  y  Pela- 
yo,  por  Gutierre  de  Cetina;  según 
Pérez  de  Guzmán,  por  Juan  de  la 
Cueva,  y  según  Gallardo,  por  Euge- 

1  «.Obras  \  de  |  Gutierre  de  Celina*  |  con  \  in- 
troducción y  notas  \  del  Doctor  \  D.  Joaquín  Haza- 
ñas y  la  Rúa  \  ...  I  Sevilla  \  ...  Díaz  ...  \  1895.  Dos 
volúmenes. 


Gutierre  de  Cetina.  43 

nio  de  Salazar.  Al  reimprimir  el  tra- 
bajo donde  asentaba  tal  atribución, 
rectificó  el  señor  Menéndez  y  Pelayo, 
como  ya  dije,  exponiendo  que  la 
muerte  de  Cetina  diez  y  nueve  años 
antes  de  la  fecha  de  la  colección  ex- 
cluía la  posibilidad  de  que  en  su 
tiempo  se  hubiese  formado  y  escrito. 
«Más  verosimilitud  tiene  — agrega- 
ba—  que  lo  fuera  durante  la  estan- 
cia de  Juan  de  la  Cueva»  '.  De 
este  modo  vino  a  convenir  con  lo 
dicho  antes  por  el  señor  Pérez  de 
Gumán. 

Pero  es  el  caso  que  tampoco  pudo 
Juan  de  la  Cueva  ser  el  colecciona- 
dor de  esos  versos,  ni  mucho  menos 
Eugenio  de  Salazar,  que  llegó  a  Mé- 
xico en  1 581  trasladado  de  Guate- 
mala con  el  mismo  carácter  de  fiscal 
de  la  Audiencia  que  ahí  tenía  aún  en 
1580,  cuando  hizo  las  letras  y  jero- 

1     «.Historia  \  de   la  \  Poesía   Hispano- America- 
na* I  ...  IQ1 1;  tomo  I,  pág.  38. 


44        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

glíficos  del  túmulo  de  doña  Ana  de 
Austria. 

No  pudo  ser  formado  por  Gutierre 
de  Cetina,  porque  había  muerto  ya, 
no  hay  el  menor  motivo  que  abone  la 
suposición  de  que  con  apuntes  suyos 
se  hiciera  el  tal  florilegio  \  ¿De 
dónde  puede  inferirse  que  los  pape- 
les del  herido  en  la  ciudad  de  Puebla 
de  los  Angeles  en  1554  — y  que  se 
sabe  falleció  antes  de  1 557 —  fueran  a 
dar  en  1577  y  en  la  ciudad  de  Méxi- 
co a  manos  de  Juan  de  la  Cueva? 
¿Por  qué  juntar  en  tierra  de  tanta 
extensión  y  a  través  de  los  años  a 
gentes  de  tan  diversas  esferas   socia- 

1  El  señor  Pérez  de  Guztnán  afirma:  «Juan  de  la 
Cueva,  sevillano,  como  Gutierre  de  Cetina,  y  que  fué 
a  México  poco  después  de  haber  éste  fallecido,  fué  el 
que  le  formó  — el  códice —  con  los  papeles  que  a  Ce- 
tina pertenecieron» .  Tan  poca  suerte  tuvo  el  señor 
Pérez  de  Guzmán  en  iodo  lo  relativo  a  ese  códice, 
que  hasta  levó  mal  los  nombres  de  los  poetas.  Se  ex- 
plica que  a  Sámano  —poeta  mexicano,  poco  conoci- 
do—  le  llame  «Somano»;  pero  no  que  a  Tranzo 
— Tranco — ,  le  diga  <: Franco*. 


Gutierre  de  Cetina.  45 

les,  como  eran  la  familia  del  po- 
deroso y  acaudalado  procurador  ge- 
neral de  la  Nueva  España  don  Gonza- 
lo López,  tío  de  Cetina,  a  cuyo  lado 
vivía,  y  a  Juan  de  la  Cueva,  mozo  po- 
bre y  apenas  conocido  entonces? 

No  fué  Cueva  el  coleccionador  por 
razón  de  tiempo  y  de  materia.  La 
compilación  comenzó  a  hacerse,  o  por 
lo  menos  a  copiarse,  en  la  forma  que 
nos  es  conocida  el  año  1577;  era 
muy  extensa,  formábase  de  cinco  par- 
tes o  libros,  en  que  las  composicio- 
nes se  agrupaban  así:  lo  Divino,  lo  de 
Amores,  lo  Misivo,  lo  de  Burlas  y  lo 
de  Cosas  Indiferentes,  que  no  pudie- 
ron aplicarse  a  ninguno  de  los  demás 
libros.  No  parece  posible,  dado  que 
Juan  de  la  Cueva  se  embarcó  a  prin- 
cipios de  1577,  al  regresar  a  España 
la  flota  llegada  a  México  en  septiem- 
bre de  1576  — como  ya  tendré  oca- 
sión de  demostrar — ,  que  tuviera  in- 
tervención alguna  en  el  códice.  La  ma- 


46        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

teria  viene  a  confirmarlo,  pues  de  los 
treinta  poetas  citados  por  Gallardo 
como  contenidos  en  la  colección,  y  a 
los  que  examinando  ésta  hay  que 
agregar  dos  más,  Arista  y  Flores, 
no  cita  Cueva  en  sus  obras  sino  a  seis: 
Alcázar,  Cetina,  Mal-Lara,  Iranzo, 
Herrera  y  Mendoza,  y  es  increíble 
que  no  hubiera  hecho  mención  nin- 
guna de  los  otros  veinticuatro  colec- 
cionados o  que  no  los  hubiera  sus- 
tituido por  los  amigos  a  quienes  ad- 
mira y  alaba  en  el  Viaje  de  Sannio,  y 
en  otros  escritos. 

No  hay,  pues,  motivo  alguno  para 
atribuir  la  formación  del  códice  ni  a 
Gutierre  de  Cetina,  ni  a  Juan  de  la 
Cueva,  ni  a  Eugenio  de  Salazar,  y  no 
me  explico  que  se  les  haya  adjudica- 
do, respectivamente,  sino  por  la  ma- 
nía que  durante  algún  tiempo  aquejó 
a  la  crítica  de  colocar  al  amparo  de 
un  nombre  conocido,  no  ya  las  pro- 
ducciones literarias  importantes,  sino 


Gutierre  de  Celina.  47 

hasta  las  colecciones  anónimas,  como 
ésta  de  que  venimos  tratando. 

Ojalá,  y  en  efecto,  la  selección  hu? 
biera  sido  hecha  por  Juan  de  la  Cue- 
va; en  el  Viaje  de  Sannio,  algo  nos 
habría  contado  de  Terrazas  y  tendría- 
mos algunas  noticias  que  juntar  a  las 
poquísimas  que  poseemos  acerca  de 
Carlos  de  Sámano,  Hernán  González 
de  Eslava  y  otros  poetas  de  Nueva 
España,  incluidos  en  las  Flores  de  Va- 
ria Poesía. 


II 


DE  Gutierre  de  Cetina  apenas  si 
se  supo  durante  mucho  tiempo 
que  era  el  autor  del  madrigal  a  unos 
«ojos  claros,  serenos».  Nada  impor- 
taba que  en  el  Parnaso,  de  Sedaño,  y 
en  la  Biblioteca  de  Rivadeneyra,  libros 
que  andan  en  manos  de  todos,  se  in- 
cluyeran como  suyos  otros  cuantos 
versos:  la  fama  sólo  quería  acordarse 
del  afortunado  madrigal. 

El  Ensayo  de  una  Biblioteca  Españo- 
la de  Libros  Raros  y  Curiosos,  formado 
con  los  apuntamientos  de  Gallardo,  ge- 
neralizó después,  entre  los  rebusca- 
dores de  antigüedades  literarias,  la 


50        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados  : 

noticia  — ya  conocida  por  algunos 
eruditos —  de  varios  códices,  donde 
estaban  manuscritas  sus  obras  inédi- 
tas; y  la  aparición  del  Libro  de  Retra- 
tos de  Pacheco  divulgó,  al  par  que  la 
figura  del  poeta  sevillano,  ciertos  pre- 
tendidos detalles  de  su  vida. 

Reunió  y  publicó  don  Joaquín  Ha- 
zañas, más  tarde,  las  Obras  de  su  con- 
terráneo, acompañándolas  de  curio- 
sos documentos,  completados  por  un 
feliz  hallazgo  de  don  Francisco  Rodrí- 
guez Marín.  Cerniendo,  discernien- 
do y  rectificando  datos  y  comenta- 
rios, frente  a  las  declaraciones  auto- 
biográficas contenidas  en  la  obra  to- 
tal del  propio  poeta,  podemos  saber 
ya  cuanto  de  interesante  ofrece  la 
vida  de  Cetina;  los  detalles  vulgares 
que  se  ignoran  nada  cambiarían  de  su 
personalidad,  dado  caso  que  se  diese 
con  ellos  alguna  vez;  y,  no  obstante, 
hoy  como  ayer,  el  poeta  sigue  siendo 
únicamente  Cetina  el   del  madrigal. 


Gutierre  de  Celina.  51 

Esta  es  una  de  tantas  advertencias 
como  la  realidad  impone.  Cuatro  o 
cinco  versos  desfigurados  o  corregi- 
dos por  el  recuerdo  popular  viven  y 
perduran,  mientras  se  olvidan  los  más 
presuntuosos  poemas,  para  burla  y 
escarmiento   de  vanidades  literarias. 

¿Cómo  fué  Cetina?  El  retrato  que 
nos  ha  dejado  Pacheco  tiene  carác- 
ter de  autenticidad,  aunque  no  esté 
tomado  del  natural,  como  pretenden 
todos  sus  biógrafos,  porque  habiendo 
muerto  Cetina  antes  de  1557,  y  na- 
cido Pacheco  en  1564,  según  prue- 
bas documentales,  habría  sido  nece- 
sario que  el  pintor  antes  de  nacer  re- 
tratara al  poeta,  cosa  más  que  difícil, 
dígase  lo  que  se  quiera.  Debió  co- 
piarlo de  otro  retrato  existente  en 
Sevilla  entonces,  de  igual  modo  que 
de  uno  pintado  por  el  «valiente  Alon- 
so Sánchez»  tomó  el  del  licenciado 
Negrón,  según  declara  el  propio  Pa- 
checo. Sin  duda  por  esto  carece  en 


52       Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

algo  el  traslado  del  de  Cetina  de 
aquella  honda  expresión  que  puso  en 
los  demás. 

Aun  así  la  figura  del  poeta  ajusta- 
se en  ese  dibujo  más  al  espíritu  de 
sus  versos  y  de  su  vida,  generalmen- 
te desconocidos,  que  a  la  resignación 
amorosa  que  inspiró  por  excepción 
el  famoso  madrigal. 

Erguida  la  cabeza  sobre  el  recio 
cuello  a  que  se  ajusta  la  blanca  gor- 
guera,  tiene  en  la  frente  obstinada, 
en  los  ojos  claros  muy  abiertos  y  en 
los  rasgos  audaces  de  la  respingada 
nariz,  algo  de  la  osadía  candorosa 
que  le  hace,  no  bien  llegado  a  Italia, 
requerir  de  amores  a  las  más  encum- 
bradas princesas,  y  pedir  a  vuelta  de 
correo  a  don  Diego  Hurtado  de  Men- 
doza '  nada  menos  que  un  cuadro  de 


1  «Del  grave  don  Diego  Hurtado  de  Mendoza», 
dice  el  señor  Hazañas,  al  hablar  de  la  epístola  que  Ce- 
tina le  dirigid,  y  la  gravedad  del  don  Diego  de  aque- 
llos tiempos,  y  aun  de  buena  parte  de  los  posteriores, 


Gutierre  de  Cetina.  53 

Ticiano,  indicándole  por  añadidura, 
la  forma  y  disposición  en  que  ha  de 
desenvolverse  el  asunto  sobre  el  que 
había  de  pintarse. 

Que  Cetina  fué  noble  dícenlo  los 
cuatro  cuarteles  de  su  escudo  man- 
dados esculpir  por  Beltrán  de  Cetina, 
su  padre,  sobre  la  lápida  de  la  tumba 
familiar,  existente  en  la  iglesia  de  re- 

estápor  ver  todavía.  Ar¿  en  sus  costumbres,  de  /as 
que  nos  da  buena  muestra  una  picante  página  del 
A  re  ti  no,  que  alguna  vez  lie  de  comentar;  ni  en  sus 
cartas  particulares,  donde  apoya  sus  ideas  con  la  au- 
torizada opinión  de  las  celestinas  que  le  servían 
cuando  era  menester;  ni  aun  en  sus  notas  diplomáti- 
cas, donde  refiere  detalladamente  las  enfermedades 
secretas  del  Papa;  ni  mucho  menos  en  sus  versos, 
donde  hay  de  todo  — algunos,  por  cierto,  se  han  que- 
rido atribuir  a  Cetina — ,  en  ninguna  parte  aparece 
la  pretendida  gravedad  del  personaje.  Aretino,  que 
le  conocía  bien  en  aquella  época,  decía  que  era  «alegre 
entre  los  alegres,  docto  entre  los  doctos  y  valeroso 
entre  los  esforzados».  Algunos  de  los  escritos  que  se 
suponen  suyos  contribuyen  a  hacer  de  don  Diego  Hur- 
tado de  Mendoza,  ya  en  un  sentido,  ya  en  otro,  un 
tipo  ficticio  en  nada  parecido  al  verdadero.  Si  a  al- 
guien interesara  este  asunto,  particularmente,  halla- 
rá bastante  más  en  mi  libro  «El  verdadero  Aretino 
y  sus  i-elaciones  eon  la  Corte  de  España». 


54        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

ligiosas  Dominicas  de  la  Madre  de 
Dios,  en  Sevilla.  Que  fué  mediana- 
mente rico  pruébalo,  amén  del  pro- 
pio decir,  el  testamento,  cédulas  de 
esclavos  y  bien  diversos  papeles  per- 
tenecientes a  su  buena  madre  doña 
Francisca  del  Castillo.  De  su  cultura 
en  el  estudio  sevillano  hablan  las  re- 
miniscencias clásicas,  dispersas  en  su 
obra  total,  con  más  gusto  y  menos 
hacinamiento  que  en  la  mayoría  de 
sus  contemporáneos,  y  su  vida  juve- 
nil nos  la  cuenta  él  mismo  en  su  obra 
rigurosamente  autobiográfica,  como 
ya  dije,  contra  lo  que  cierta  crítica 
sospechó,  imaginándolo  artificiosa- 
mente petrarquista. 

Reconstruyese  con  ella  la  vida  emo- 
cional del  poeta,  a  través  de  los  li- 
bros y  de  los  devaneos  amorosos  de 
su  mocedad,  siguiendo  a  la  Corte  por 
España  y  pasando  a  Italia  y  Alema- 
nia en  peregrinación  apasionada,  más 
sentimental  que  guerrera. 


Gutierre  de  Celina.  55 

Tanto  como  los  documentos  con 
que  la  moderna  erudición  italiana  re- 
construye la  vida  privada  en  las  cor- 
tes principescas  del  Renacimiento,  la 
pintan  y  retratan  aquellas  tres  epísto- 
las de  Cetina,  que  pudiera  decirse 
que  se  sirven  mutuamente  de  expli- 
cación y  comentario:  las  que  dirige  a 
la  princesa  Molfetta,  yendo  en  com- 
pañía de  don  Luis  de  Leiva,  príncipe 
de  Ascoli,  y  las  que  envía  a  aquél 
cuando  queda  en  la  Corte  de  los 
Gonzaga,  príncipes  de  Molfetta  '. 

La  imaginación  establece  sin  es- 
fuerzo la  escena  de  la  lectura  de  esas 
misivas  en  el  campamento  donde 
Leiva  se  hallaba,  o  en  el  castillo  de  la 
Princesa,  a  quien  rodeaban  damas  y 
señores,  mayordomos,  escuderos  y 
bufones.  Para  todos  tienen  una  alu- 
sión aquellas  epístolas:  rendimientos 

1  Repito  que  ni  don  Antonio  ni  don  Luis  de  Leiva 
tuvieron  el  parentesco  con  los  principes  de  Molfetta 
que  los  biógrafos  de  Celina  han  querido  atribuirles. 


56        Sucesos  reales  que  parece)!  imaginados: 

a  la  Princesa,  discreteos  galantes  para 
las  damas,  entre  los  que  se  desliza 
algún  agudo  motejar  o  apunta  un  re- 
cuerdo amoroso;  censuras  y  punzan- 
tes vejámenes  para  caballeros,  solda- 
dos y  servidumbre,  mezclados  con 
las  obligadas  bromas  sobre  la  gordu- 
ra de  los  mayordomos,  el  amojama- 
miento de  los  escuderos  y  la  choca- 
rrería de  enanos,  enanas  y  locos, 
destinados  al  cortesano  entreteni- 
miento. 

Casi  todas  las  poesías  de  Cetina, 
por  sus  condiciones  de  intimidad  o 
de  oportunidad,  son  materia  autobio- 
gráfica. Esas  mismas  epístolas  que 
bajo  la  tienda  del  Príncipe  o  los  arte- 
sonados  del  castillo  de  Molfetta  de- 
bieron ser  acogidas  con  ruidoso  re- 
gocijo, dejarán  indiferente  al  lector 
extraño  y  moderno,  si  aparte  de  su 
mérito  literario  no  ve  en  ellas  el  dato 
autobiográfico  o  la  exacta  pintura  de 
costumbres.  A  otras  poesías  suyas  la 


Gutierre  de  Celina.  57 

parte  de  clave  les  da  interés  particu- 
lar; pero  en  unas  cuantas  la  misma 
honda  intimidad  las  hace  universales 
y  eternas.  Y  es  que  el  poeta,  a  la  in- 
versa de  como  ha  querido  vérsele, 
pensó  todas  para  sí  y  los  suyos:  aqué- 
llas, para  ser  leídas  a  su  auditorio  en 
voz  alta,  y  éstas,  para  decirlas  él,  en 
voz  baja  y  a  solas,  a  la  dama  de  los 
«ojos  claros». 

Escritos  entre  los  veinte  y  los  vein- 
tiséis años,  los  versos  de  Cetina  que 
a  nosotros  han  llegado  son  de  plena 
juventud;  pero  recuérdese  que  en 
aquella  época  en  que  el  mundo  del 
Arte  parecía  renacer  a  una  juventud 
de  belleza,  se  diría  que,  colocado 
fuera  de  las  circunstancias  del  tiempo, 
no  entraban  los  años  como  elemento 
en  la  producción  del  artista:  morían 
jóvenes  dejando  obras  únicas  y  defi- 
nitivas, y  llegaban  a  la  más  avanzada 
edad  sin  que  se  trasluciera  en  ellos  la 
fatiga  o  el  temblor  senil.  Tales  fueron 


s8        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

de  mozos  Giorgione  y  Rafael,  y  de 
viejos  Ticiano  y  el  divino  Leonardo. 
Esa  juventud  orea  los  versos  de  Ce- 
tina, espontáneos  y  fréseos;  desigua- 
les en  asunto,  pero  no  en  correc- 
ción y  en  estilo,  como  de  experto 
artífice. 

Hizo  Cetina  en  las  letras,  como  en 
la  vida,  cuanto  le  plugo,  sin  cuidarse 
de  los  demás.  Si  en  Sevilla  estudió 
Humanidades,  fué  para  escoger  como 
maestros  en  sátira  y  en  amores  a  Mar- 
cial, a  Juvenal  y  a  Ovidio;  si  pasó  a 
Italia,  fué  para  ungir  las  desnudeces 
clásicas  con  las  ternuras  del  Petrarca 
o  vestirlas  con  las  pompas  y  gallardías 
del  Ariosto,  haciéndolas  servir  para 
sus  deseos.  El  verso  no  fué  en  sus 
manos  sino  un  mediador.  No  quiero 
decir  que  escribiera  por  deporte;  es- 
cribió por  impulso:  fué  poeta,  y  como 
tal  admirado  de  propios  y  extraños, 
aunque  olvidado  después;  pero,  si  no 
en  toda,  en  gran  extensión  de  los  do- 


Gutierre  cíe  Celina.  59 

minios  de  su  Arte  entró  por  la  puerta 
que  abrieran  los  maestros  en  la  vida 
de  las  Cortes,  en  los  capítulos  donde 
aconsejan  «cómo  el  cortesano  debe 
ser  diestro  en  el  trovar  y  endechar». 
Eso  no  implica  que  en  sus  cancio- 
nes haya  mentira  y  artificio,  pues  ya 
he  dicho  que,  por  el  contrario,  vie- 
nen a  ser  confesión  sincera,  en  que 
más  le  preocupa  la  emoción  que  la 
forma. 

Su  locuacidad  lírica  nos  ha  entera- 
do de  buena  parte  de  sus  intimida- 
des: la  más  interesante  de  todas,  su 
pasión  por  la  condesa  Laura  Gonzaga, 
que  no  sé  cómo  ha  pasado  inadvertida 
para  sus  biógrafos  '. 

1  En  una  de  mis  conferencias  en  el  Ateneo  de 
Madrid  tuve  ocasión  de  explicar  la  clave  de  los  ver- 
sos citados,  evidentemente  distinta  de  lo  que  suponían 
los  biógrafos.  Como  xa  dije,  Pérez  de  Guzmán  ima- 
gina que  Cetina  no  quería  ser  alaureado»  por  versos 
de  intimidad,  y  Hazañas,  que  pretendía  burlarse  de 
Garcilaso.  Alguien  ha  copiado  después,  escuetamente, 
mi  observación  personal,  tomándola  de  las  reseñas  que 
de  mi  conferencia  publicó  entonces  la  prensa.  El  pro- 


6o        Sucesos  /rales  que  parecen  imaginados: 

De  aquella  pasión  hizo  Cetina  un 
secreto  a  voces.  Cada  uno  de  sus  con- 
fidentes aconsejábale  a  su  manera:  en 
trágico,  sus  amigos  de  España,  que 
temían  por  los  peligros  de  la  aventura; 
en  cómico,  el  príncipe  de  Ascoli,  don 
Luis  de  Leiva  ',  que  la  veía  de  cerca 
y  la  juzgaba  sin  riesgo,  y  sentimental- 
mente, la  princesa  de  Molfetta,  a  fuer 
de  dama  y  compasiva.  A  todos  con- 

ced ¡miento  de  hacer  Juegos  de  palabras  con  los  nom- 
bres de  las  damas  a  quienes  dirigía  sus  versos  o  alu- 
de en  ellos,  debía  ser  muy  del  agrado  de  Cetina, 
pues  no  solo  esta  vez,  sino  varias  hubo  de  emplearlo. 
El  mismo  señor  Hazañas  hace  notar  que  en  el  sone- 
to LXXXV,  a  Cecilia  Mil/as,  usa  de  esa  //muera  las 
í  'eci/ia,  Cicilia,  Cicilia //o: 

Cansado  ya  de  ver  islas  sin  cuente 
e/i  la  bella  Cicilia..., 
haz  que  sea  una  hora  ciciliano, 
ya  que  no  puedo  ser  de  Barcelona. 

1  De  don  Luis  de  Leiva  son  los  versos  de  Lavi- 
nio,  que  atribuyen  los  señores  Gusmán,  Hazañas  v 
algunos  más  a  don  Antonio  de  Leiva,  quien  no  se 
supo  los  hiciera  jamás.  A  don  Luis,  amigo  i  amble'// 
de  don  Diego  Hurtado  de  Mendoza,  le  alaba  Areii/io 
en  sus  cartas.  Varios  poetas  de  aquel  siglo  lloraron 
en  verso  su  prematura  muerte. 


Gutierre  de  Cetina.  61 

testaba  Gutierre  según  su  cuerda.  Si 
el  buen  Urrea  le  decía  con  tono  pro- 
fético, 

Asentaste  tan  hondo  el  fundamento, 
tan  alto  fabricaste  tu  quimera, 
que  estoy  temblando  acá  del  escarmiento, 

contestábale  Cetina: 

Amor  mueve  mis  alas  y  tan  alto 
las  lleva  el  amoroso  pensamiento; 

o  bien: 

De  mí  dirán:  «Aquí  fué  muerto  un  hom- 
la  vida  le  faltó,  no  la  osadía».  [bre: 

Si  real  o  aparentemente  se  sentía 
curado  de  aquel  amor,  confesábase 
al  Príncipe,  diciendo  en  broma: 

Ya  no  canto,  señor,  por  los  temores 
que  solía  cantar:  ya  mudo  verso, 
ya  se  pasó  el  furor  de  los  furores. 


62        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados 

Un  modo  de  escribir  nuevo  y  diverso 
he  hallado  para  holgarme. 

Solía  cantar  de  amor  y  desvelarme, 
andar  fantasticando  mil  dulzuras, 
que  paraban  después  en  degollarme. 

Ya  no  escribo,  señor,  delicaduras: 
escríbalas  quien  es  más  delicado. 
Yo  soy  loco,  y  me  agrado  de  locuras. 

Ya  no  pretendo  más  ser  laureado: 
antes  por  sólo  el  nombre  tomaría 
de  andarme  sin  bonete  y  trasquilado. 

Pasáis,  señor,  por  la  desgracia  mía, 
como  vino  entre  burlas  a  mudarse 
el  nombre  de  que  tanto  yo  huía. 

Vaya  fuera  Satán:  no  ha  de  tratarse 
cosa  sin  lauro  aquí,  como  taberna. 

Y  así  sigue  el  poeta  apurando  el 
retruécano  laureado,  lauro  y  Laura, 
como  en  aquellos  versos  dirigidos  a 
la  princesa  Molfetta,  en  que  le 
cuenta: 

En  ejercicio  honesto  y  virtuoso... 
propuse  de  atrevido  y  de  curioso 
un  lauro  cultivar... 


Gii Herré  de  Celina,  63 

No  me  torzó  el  destino,  el  cielo,  el  hado: 
antes  fué  arbitrio  libre  y  voluntario 
luengamente  de  mí  considerado  \ 


Quise  probar  asi  si  con  un  vario 
cuidado,  otro  del  alma  aflojaría, 
curando  el  viejo  ardor  de  su  contrario.     (Pdg.  ji.) 

Érame  así  el  trabajo  más  ligero, 
mientras  el  tiempo  el  «látiro*  me  ocupaba 
y  un  tolmo*  que  plantado  había  primero. 

El  cual,  si  no  crecía  y  se  alzaba 
más  alto,  era  que  el  «lauro*  nuevo  puesto 
el  humor  de  mis  ojos  le  enjugaba.     (Pág.  J2.) 

Por  otra  parte,  víame  prendado 
de  la  beldad  del  «lauro»  ya  crecido, 
de  la  verdura  del  mal  engañado. 

Víame  de  su  sombra  recibido, 
llegando  a  descansar  tan  blandamente 
cuanto  del  «olmo*  fué  ya  recogido. 

Vi  el  «lauro*  más  blando  cada  día, 
Julia  lo  sabe  bien,  y  prometerme 
por  ventura  más  bien  que  pretendía.     (Págs.  SJ-J4-) 

Haz  que  el  «lauro*,  que  ya  en  el  alma  he  puesto 
¿as  raíces,  conserve  en  tal  firmeza, 
que  no  pueda  moverse  ansi  tan  presto. 

Llegué  casi  a  no  ver  la  diferencia 
entre  el  «olmo*  y  el  «lauro*,  estando  ausente: 
hasta  aquí  llegó  el  mal  desta  dolencia.    (Pág.  jj.) 

Yo  volveré,  señora,  a  mi  cuidado 


64        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Y,  por  si  alguna  duda  cupiere,  in- 
siste: 

Víame  de  su  sombra  recibido, 
llegando  a  descansar  tan  blandamente... 
Víame  señalar  entre  la  gente, 
y  que  los  otros  árboles  mostraban 
envidia  de  mi  bien... 

Y  se  pierde  en  la  repetición  del 
logogrifo,  que  no  tendría  interés  lite- 
rario a  no  demostrar  que  hasta  lo  que 
parece  más  artificioso  es  en  sus  versos 
verdadero  v  vivido. 


antiguo,  do  agradezcan  mi  tormento, 
y  el  «lauro  ■  mudará  como  ha  mudado... 

(Pág.  J7,  como  las  anteriores  del  tomo  II 
de  las  «Oirás».) 

Es  de  sospechar  que  del  propio  modo  que  con  «el 
lauro-»  nombraba  Cetina  a  «Laura  Gonzagat>,  con 
«¿/  olmo»  debió  de  apellidar  a  otra  dama  que  pudo 
llamarse  «del  Olmo»  u  ^Olmedo-»,  y  es  curioso  que 
uno  de  los  homónimos  del  verdadero  Celina  — el 
Gutierre  de  Cetina  v  Alia  rea,  nacido  en  Cuenca  y 
muerto  en  Puerto  Real  en  1604,  véase  la  pág.  28 — 
estuviera  casado  en  primeras  nupcias  con  una 
doña  Leonor  de  Olmedo.  I^cro  tal  circunstancia  no 
pasa  de  ser  mera  coincidencia  que  no  enredará  y 


Gutierre  de  Celina.  65 

¿Qué  fueron  en  realidad  aquellos 
amores?  ¿Pasión  correspondida? 
¿Aventura  audaz?  ¿Galanteo  osado  en 
Cetina  y  coquetería  principesca  en  la 
de  Gonzaga?  Todo  puede  suponerse: 
las  páginas  que  inspiraron  son  de  lo 
más  contradictorias.  Si  en  un  sentido 
éstas  son  bastante  gráficas: 

El  dulce  fruto  en  la  cobarde  mano, 
y  casi  puesto  en  sedienta  boca, 
de  turbado  lo  suelta  y  no  lo  toca, 
vencido  de  un  temor  bajo  y  villano... 

oscurecerá  de  nuevo  la  biografía  del  poeta  sevillano. 
Seria  uno  de  los  más  groseros  absurdos  admitir 
que  los  biógrafos  y  retratistas  del  poeta,  que  reco- 
gieron y  consignaron  los  detalles  íntimos  de  su  vida 
en  Italia  y  en  iodo  o  parte  lo  relativo  a  su  muerte 
en  América  — hablo  de  Vadillo,  de  Argote  de  Moli- 
na, de  Pacheco,  etc. — ,  descuidaran  hasta  tal  punto 
enterarse  de  que  el  hombre  que  venían  dando  por 
muerto  durante  medio  siglo  estaba  sano  y  salvo  en 
los  comienzos  del XVII;  y  no  en  tierras  remotas,  sino 
en  la  misma  Andalucía,  y  no  oculto,  sino  actuando, 
si  no  como  poeta,  como  Mayordomo  de  Propios  des- 
de IS76,  como  Regidor  Perpetuo  desde  1583,  y,  des- 
pués, como  Sindico  y  Procurador  General  de  Puerto 
Real. 


66        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

no  lo  son  éstas  menos   en   el   con- 
trario: 

¿Qué  fué,  si  no  fué  amor  ni  bien  pasado? 
Y  si  fué  amor,  ¿qué  es  del?  ¿Dó  está  pre- 

[sente?... 

Sombra  de  amores  fué,  no  amor,  señora: 
mostrástesme  la  luz  por  que  sintiese 
mayor  oscuridad  sin  ella  agora. 

Y  táchala,  no  de  esquiva,  sino  de 
tornadiza,  cuando  escribe  a  Urrea: 

Tú  fundaste  tu  amor  en  piedra  dura, 
yo  en  blanda  cera,  a  do  fortuna  puede... 

Pero  fueran  lo  que  fuesen,  les  de- 
bemos el  mejor  de  nuestros  madri- 
gales '.  Su  contraste  con  la  bufonería 
ambiente  de  que,  a  veces,  participa 


1     Hallo  anónima  en  un  «Cancionero»  anterior 

esta 

Desfecha, 
rúes  mi  pena  veys, 
miratme  sin  san  va, 
o  no  me  miréis. 

La  anolo,  no  como  precedente,  sino  como  antítesis 
curiosa. 


(hit ierre,  de  Celina.  67 

Cetina,  se  ve  bien  en  aquella  desen- 
fadada carta  donde  dice  a  la  Princesa 
que  a  su  regreso  le  haga  preparar  un 
plato  de  su  gusto,  una  olla  podrida. 

Que  ha  de  tener  mil  género  de  cosas, 
de  buenas  y  mejores  y  notables, 
de  cosas  delicadas  y  groseras, 

y  va  pidiendo,  según  le  viene  en 
gana,  la  boca  de  Lucía,  la  lengua  de 
Violante,  añadiendo: 

Pónganse  de  otras  damas  otras  partes 
que  tienen  singulares... 
como  será  decir  ambas  las  piernas 
de  Camila  Balaza,  que  las  pintó 
con  la  imaginación,  que  serán  tales, 

y  tras  de  agotar  osadías,  sólo  se  atre- 
ve a  decir  como  contraste 

...  De  la  condesa  Laura 
los  ojos,  de  que  tiene  el  sol  envidia. 

Es  suerte  de  los  precursores  que 
se   interponga    entre    nosotros   y  su 


68        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

obra  el  recuerdo  de  las  que  les  suce- 
dieron. Pero  hay  en  los  tercetos  que 
dirige  Cetina  a  don  Diego  de  Mendo- 
za sobre  el  vivir  cortesano  tal  am- 
biente de  sinceridad  juvenil,  que  ni 
la  Epístola  Moral  ni  las  desengañadas 
estrofas  de  Quevedo,  alcanzarán  a 
oscurecerlos  del  todo. 

El  humo  y  vanidad  de  aquesta  Corte 
me  tienen  puesto  en  confusión  y  espanto, 

decía,  pero  confuso  y  espantado  la 
vio  bien: 

Yo  pienso  que  es  a  Dios  y  a  sí  enemigo 
quien  niega  la  verdad,  y  por  favores, 
por  amor  ni  temor  de  algún  castigo. 

¿Qué  os  parece,  señor,  destos  señores? 
De  su  ambición  y  envidia,  ¿qué  os  parece? 
¿Qué  de  la  multitud  de  servidores? 

¿Qué  decís  de  la  pena  que  padece 
un  grande... 

Y  sin  esperar  la  respuesta  del  don 
Diego,  pinta  la  miseria  de  los  preten- 


Gutierre  de  Cetina.  69 

dientes,  la  soberbia  de  los  galanes,  la 
vanidad  empobrecedora  de  los  unos, 
la  adulación  servil  de  los  otros  \    el 


1  Su  sátira  de  la  Corte  tío  está  vista  a  través  de 
la  de  Juvenal,  en  cuya  traducción  ensayara  la  plu- 
ma en  sus  moadades,  ni  es  censura  refleja,  como  la 
de  cien  poetas  pobres  que  no  vieron  sus  artes  y  ama- 
ños sino  de  lejos.  Está  mirada  bien  de  cerca,  y  diri- 
giéndose a  Hurtado  de  Mendoza,  que  mejor  que  el 
la  conocía: 

<;  Qué  decís  del  tener  mesa  parada 
todas  horas  a  todos,  do  hay  algunos 
que  desean  probar  con  él  su  espada? 

(Qué  decís  del  sufrir  mil  importunos  ? 
c'  Qué  de  ¿a  adulación  que  ansí  los  ciega, 
sin  que  de  ella  escapar  puedan  ningunos? 

Del  cortesano  triste  que  se  allega 
a  demandar  al  Rey  alguna  cosa, 
*  cuál  queda ,  me  decid,  si  se  ¿a  niega? 

Y  el  otro  que  ni  duerme  ni  reposa 
por  llegar  a  aquel  grado  que  desea, 
¡qué  vida  tan  estrecha  y  trabajosa! 

El  otro  con  envidia  urde  y  rodea, 
cómo  podrá  sacar  de  su  privanza 
a  tal  que  en  hacer  toda  la  emplea  (sic). 

,-'  Qué  os  parece,  señor,  de  la  esperanza? 
i  Qué  grande  se  le  muestra  en  perspectiva  ! 
¡Cuan  poco  fruto,  al  fin,  delta  se  alcanza! 

i  Que  extraña  presunción  vana  y  altiva 
se  halla  en  corte  de  un  privado  injusto, 
y  qué  conversación,  seca  y  esquiva! 

i  Cómo  toma  otro  ser,  muda  otro  gust  > 
el  que,  siendo  ayer  pobre,  hoy  se  ve  rico! 


yo        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

soborno  de  aquéllos  y  el  quebranto 
de  todos,  hasta  concluir: 

El  cortesano  cuerdo  y  avisado 
que  no  quiere  nadar  con  la  corriente 

Tirano  es  hoy  aquel  que  era  ayer  justo. 

¿  Qué  os  parece  cual  es  tratado  el  chico 
del  grande  hecho  a  fuerza  de  fortuna, 
del  poderoso  el  triste  pobrecico? 

^  Qué  juzgáis  de  la  turba  que  importuna 
a  quien  hacclle  bien  tan  poco  cuesta, 
sin  poder  del  haber  merced  ninguna? 

Del  ansia  por  salir  en  una  fiesta, 
más  galán  que  no  el  otro  y  más  costoso, 
tanto  gasto  y  trabajo,  ¿qué le  presta? 

El  otro  va  trotando  presuroso 
a  acompañar  al  Duque,  si  cabalga, 
como  si  sin  él  fuera  peligroso. 

Aquél  está  esperando  que  el  Rey  salga 
cu  sala  por  hacer  antes  presencia; 
si  ésta  no  es  ignorancia,  que  no  valga. 

;  Qué  decís  del  que  teme  haber  sentencia 
en  contra,  el  sobornar  de  su  letrado 
cual  del  uno  y  del  otro  la  conciencia? 

¡Cuántos  veréis  en  alto  asiento  puestos, 
soberbios,  insolentes,  desleales, 
hipócritas,  viciosos,  deshonestos! 

¿Por  qué  hizo  Fortuna  desiguales 
sus  leyes?  ¿Por  qué  es  rico  un  avariento? 
¿Por  qué  mendigan  tantos  liberales? 

¿  Por  que  no  viviría  vo  contento, 
y  el  que  mejor  que  yo  vivir  podría 
en  casa  y  del  paterno  nutrimiento? 

¿Para  qué  es  ocupar  la  fantasía 


Gutierre  de  Cetina.  71 

del  vulgo,  me  decid:  ¿cómo  es  tratado? 

Dicen  que  es  importuno  el  diligente: 
mentir  y  trampear  es  beneficio, 
el  cauteloso  dicen  que  es  prudente. 

Han  convertido  el  juego  en  ejercicio 
común:  juegan  los  grandes,  los  plebeos: 
armas  y  letras  van  en  precipicio. 

Ya  cesaron  las  justas  y  torneos... 

Y  no  declama  vanamente;  no  re- 
niega, como  otros,  de  la  Corte  y  se 
queda  en  ella;  no  abomina  de  la 
adulación  y  medra  por  su  influjo; 
vuelve  a  su  áurea  mediocridad  di- 
ciendo: 

en  desear  mandar,  y  en  grandes  cargos 
andar  embebecidos  noche  y  día? 

Los  años  de  los  ricos,  c'son  más  largos, 
por  aventura,  o  viven  mas  quietos, 
o  muertos  no  han  de  dar  de  sí  descargos? 

;iVo  son,  como  ¿os  padres,  tan  sujetos 
los  ricos  a  mil  casos  desastrados, 
si  bien  no  corresponden  los  tfetos? 

¿  Cuál  rico  hay  que  no  tenga  mil  cuidados 
más  que  yo,  que  el  temor  de  caso  adverso 
no  interrumpe  mis  sueños  reposados? 

i  Oh  cuánto  es  su  vivir  del  mío  diverso/ 
¡Cuánto  es  la  mía  más  alegre  71  i  da.' 
¡En  qué p. ¿lago  está  ciego  y  submerso!... 

Obras  de  Cetina,  edición  citada,  págs.  112-lfj. 


12        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Yo  que,  por  experiencia,  conocida 
tengo  la  Corte  ya,  voime  riendo 
de  quien  sigue  tras  cosa  tan  perdida. 

Y  digo  que  es  la  Corte,  si  la  entiendo 
una  cierta  ilusión,  una  apariencia 
que  se  va  poco  a  poco  deshaciendo. 

Y  volvió  Cetina  a  Sevilla.  Pero  la 
calma  del  hogar, 

el  vivir  del  paterno  nutrimento, 

como  él  decía,  no  se  habían  hecho 
para  su  inquieta  naturaleza,  y  bien 
pronto  emprendió  nuevo  viaje  para 
lejanas  tierras.  Acompañando  a  su  tío 
Gonzalo  López,  procurador  general 
de  la  Nueva  España,  pasó  a  Indias  '. 
Las  noticias  que  de  su  no  larga  es- 
tancia en  ellas  conocemos  son  más 
crematísticas  que  literarias,  y  serían 
poco  interesantes  sin  la  aventura  que 

1  En  1546,  por  Real  Cédula,  fechada  en  Guada- 
la  jara  a  21  de  septiembre ,  se  concede  permiso  a 
Gonzalo  López  para  pasar  a  Nueva  España  con  dos 
sobrinos  su  vos  v  seis  criados. 


Gutierre  de  Celina.  73 

da  término  en  plena  juventud  a  la 
vida  del  poeta.  Las  trovadorescas  an- 
danzas de  Gutierre  ciérranse  con  un 
lance  de  capa  y  espada,  histórico  en 
todos  sus  detalles,  según  constancias 
del  Archivo  de  Indias.  Nada  falta  a 
la  escena  dramática  en  que  Gutie- 
rre de  Cetina  es  acuchillado  en  noche 
oscura,  bajo  las  ventanas  de  Leonor 
de  Osma,  por  Hernando  de  Nava, 
hijo  del  conquistador  llegado  a  Nue- 
va España  con  Narváez.  Ni  los  amigos 
complacientes  de  ambos  contendores 
— Peralta  y  Galeote — ;  ni  el  negro 
correvedile,  que  al  igual  va  por  la  gui- 
tarra que  por  las  armas;  ni  el  desen- 
lace tremendo,  que  así  nos  cuenta 
el  propio  Cetina.  Tras  de  «caer  ten- 
dido en  el  suelo  sin  sentido  trujeron 
— dicen  las  declaraciones —  al  doc- 
tor de  la  Torre,  e  a  un  viejo,  que  se 
llamaba  Antón  Martín,  zurujano,  para 
que  le  curasen,  los  cuales  vistas  las 
heridas  y  la  calidad  de  ellas  dijeron 


74        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

a  muchas  de  las  personas  que  allí  es- 
taban, y  donde  el  declarante  lo  pudo 
oir  e  lo  oyó,  que  no  podía  vivir  hasta 
el  día.  Y  ansi  como  a  hombre  muerto 
no  le  curaron  las  heridas,  ni  se  las 
cosieron...»  Obsérvese  que  el  médico 
era  el  marido  de  la  dama  por  quien 
se  había  trabado  la  pendencia  '. 

La  leyenda  dramática  continúa, 
con  el  retraimiento  del  agresor  en  la 
Iglesia,  la  llegada  de  la  autoridad  que 
le  arranca  del  asilo,  sentenciándole  a 
ser  degollado,  y,  por  último,  la  salva- 
ción del  reo,   entregado  por  la  Justi- 

1  Anunciada,  tiempo  ha,  por  el  señor  Rodríguez 
Marín  la  publicación  integra  de  este  imlercsantísi- 
vw  proceso,  del  que  fué  afortunado  descubridor,  me 
estaba  vedado  acudir  al  Archivo  de  Indias  para  am- 
pliar los  dalos  que  generosamente  facilito  al  señor 
Alencndez  y  Pelayo,  y  que  éste  utilizó  en  la  introduc- 
ción de  su  « Antología  de  poetas  hisp  ano-americanos.» 
Hox,  merced  a  la  benevolencia  del  insigne  escritor,  a 
quien  tan  peregrinas  noticias  se  deben  de  la  vida 
literaria  hispalense  en  los  siglos  XVI  y  XVI I, puedo 
anticipar  una  reseña  completa  del  dicho  proceso,  y 
reproducir  su  parte  esencial  cu  el  capitulo  que  acerca 
del  mismo  va  separadamente  en  este  volumen. 


C¡  u  i  ierre  de  Cetina.  75 

cía  real  a  la  jurisdicción  eclesiástica,  no 
sin  haberle  cercenado  antes  la  mano 
derecha  en  la  Plaza  Mayor  de  Méxi- 
co en  7  de  julio  de  1554. 

Y  así  vivió  y  murió  Cetina:  como 
le  plugo.  Recordad  sus  palabras: 

De  mí  dirán:  «Aquí  fué  muerto  un  hombre: 
la  vida  le  faltó,  no  la  osadía». 

Estaba  escrito  que  el  amigo  de 
príncipes,  cortesano  de  princesas  y 
galán  de  las  más  encumbradas  damas 
yaciera  en  humilde  cementerio  y  no 
bajo  el  escudo  de  cuatro  cuarteles 
esculpido  en  la  lápida  de  la  iglesia  de 
la  Madre  de  Dios,  en  Sevilla,  y  sus 
obras  habrían  quedado  ignoradas  en- 
tre el  polvo  de  los  archivos,  si  una 
galantería  rimada,  dicha  al  oído  de 
una  mujer  indiferente,  quizá  vulgar, 
no  se  hubiese  encargado  de  arrancar- 
las del  olvido... 

Ojos  claros,  serenos, 
si  de  un  dulce  mirar  sois  alabados... 


JUAN     DE     LA     CUEVA 


En  la  primera  edición  de  la  Conquista  de  la  Eética. 


í .  —  CUEVA    Y     SUS    BIÓGRAFOS: 

Noticias  autobiográficas  y  críticas.— «Historia  y  sucesión 
de  la  Cueva.» — Datos  contenidos  en  sus  versos  inéditos. 
Algunas  menciones  de  la  crítica  española.  —  Omisiones 
tradicionales  en  sus  biógrafos  t  errores  de  los  vulgari- 
zadores  de  la  literatura  castellana.  —  Dos  monografías 
extranjeras. 

II.  — CUEVA  A  TRAVÉS  DE  SUS  VERSOS: 

Viaje  a  México  en  1574  r  documentos  que  lo  comprueban. 
Su  regreso  de  Nueva  España  en  1577. — Cronología  de  sus 
escritos. — Psicología  de   Cueva.  — Sus  crónicas  t   confe- 
siones  en    VERSO. 

III.  — EL  TEATRO  DE  JUAN  DE  LA  CUEVA: 

Carácter  de   sus  comedias.  —  Identidad  entre  el  hombre 

y  el  poeta  lírico  — impersonalidad  de  cüeva  como  autor 

dramático. — Sentido  popular  t  legendario  de  su  teatro. 

La  obra  de  Cueva  y  la  obra  de  Lope  de  Vega. 


CUIDÓ  Juan  de  la  Cueva  de  re- 
ferir su  propia  historia  con  los 
más  prolijos  detalles,  si  no  en  sus  me- 
jores versos,  en  los  más  minuciosos  y 
trabajados;  cuidó  también  de  contar, 
de  igual  modo,  la  historia  de  sus  an- 
tecesores y  de  sus  deudos;  y,  no  obs- 
tante, por  una  de  esas  burlas  de  la 
suerte,  comunes  en  la  vida  de  los 
poetas,  las  estrofas  donde  tal  hizo 
permanecen  en  gran  parte  inéditas,  y 
nada  supieron  ni  saben  de  ellas,  no 
ya  los  vulgarizadores  de  la  crónica  li- 
teraria española,  sino,  lo  que  es  peor, 
los    eruditos    que,   salvo   alguna  se- 


S4        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

ñalada  excepción,  sólo  mencionaron 
a  Cueva  de  paso  y  equivocadamente. 

Asombra  que,  con  tales  anteceden- 
tes, vengan  diciendo  todavía  los  his- 
toriadores de  la  literatura  española 
que  se  ignora  en  absoluto  cuanto  se 
refiere  a  la  vida,  familia  y  sucesos  de 
Juan  de  la  Cueva.  Tenemos  puntua- 
les noticias,  no  sólo  de  lo  relativo  al 
poeta,  a  sus  padres  y  hermanos,  sino 
muchas  y  muy  variadas  de  otras  per- 
sonas de  las  dos  ramas  de  su  familia, 
tanto  la  de  los  Aliaros  como  la  de  los 
Negrones;  y  si  de  Juan  de  la  Cueva 
hubiera  de  hacerse  un  estudio  a  modo 
de  los  que  se  han  dedicado  a  otros 
autores  españoles  — sacando  a  luz  a 
la  vez  de  lo  que  a  ellos  concierne,  lo 
que  toca  a  sus  ascendientes  y  parente- 
la— ,  un  libro  entero  no  bastaría  para 
reunirlo. 

La  Historia  y  Sucesión  de  la  Cue- 
va — especie  de  poema  genealógico 
en  que  el  poeta  trata  de  su  familia,  a 


Juan  de  la  Cueva.  85 

partir  de  don  Beltrán,  a  quien  consi- 
dera como  antecesor,  declarándose 
con  esto  emparentado  con  la  más 
alta  nobleza  española — ,  nos  da  la 
base  de  su  biografía,  que  él  mismo 
explana  separadamente,  en  varias 
composiciones  que  rara  vez  tienen 
algo  de  poesía,  pero  que  ajustadas  a 
un  orden  cronológico  presentan  muy 
interesantes  noticias  autobiográficas. 
El  autor  del  Ejemplar  Poético,  según 
el  testimonio  de  esa  Historia  y  según 
esos  datos  complementarios,  fué  hijo 
de  don  Martín  López  de  la  Cueva. 
Tuvo  seis  hermanas,  cuatro  mayores 
que  él:  Beatriz,  Ana,  Isabel  y  Nicola- 
sa;  dos  menores,  Francisca  y  Juana,  y 
un  solo  hermano,  Claudio,  también 
menor  que  él,  uno  o  dos  años.  Her- 
mana mayor  de  su  padre  fué  doña 
Catalina  de  Alfaro,  madre  de  Andrés 
Zamudio  de  Alfaro,  médico  de  Feli- 
pe II,  y  abuela  de  don  Francisco  de 
Zamudio,   Caballero   de   Calatrava. 


86        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Hermana  menor  de  su  padre  fué  doña 
Ana  de  Negrón,  madre  del  famoso 
doctor  Luciano  de  Negrón,  y  mujer 
— aunque  esto  no  se  cuente  en  la  di- 
cha Historia  '  —  del  licenciado  Carlos 

1  El  manuscrito  autógrafo  que  perteneció  al 
Conde  del  Águila  se  conserva  actualmente  en  la  Bi- 
blioteca Colombina.  Hax  otra  copia  autógrafa  en  la 
de  Gor,  en  Granada,  v  la  contenida  en  el  manuscri- 
to 4.1  ió  de  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid.  Ano- 
ta Wulff,  en  el  estudio  de  que  después  hago  especial 
mención,  que  un  doctor  Alonso  de  la  Cueva,  medico, 
murió  en  Sevilla  el  15  de  agosto  de  1597,  dejando 
como  ejecutores  de  su  testamento  a  doña  Beatriz  de 
la  Cueva,  su  hermana,  y  a  Luis  de  la  Cueva.  Pero 
esa  doña  Beatriz  tío  puede  ser  la  hermana  del  poeta; 
de  otro  modo  Juan  de  la  Cueva,  que  en  la  «Histo- 
ria» de  que  venimos  hablando  dedica  sendas  estrofas 
a  su  padre,  a  sus  tías,  hermanos  y  primos,  no  habría 
olvidado  hablar  de  Alonso  y  de  Luis.  Además,  clara  y 
terminantemente  dice  la  ninfa  en  las  octavas  XL  VI y 
XL  VII,  al  dirigirse  a  don  Belirán  prediciéndole  las 
glorias  de  su  estirpe : 

»...  Que  será  ae  tu  sangre  heroica  prueba 
el  dolor  Martin  López  de  la  Cueva.* 

*Dos  hijos  y  seis  hijas  soberanas 
de  éste  procederán,  cuya  memoria 
referiré...» 

*Doiia  Beatriz  será  la  hija  primera* 

añade  Cueva,  siguiendo  su  relato  en  la  estrofa 
XLVIII.  A  lo  que  parece  esta  hermana  malcasó  con 


Juan  de  la  Cueva.  87 

de  Negrón,  hombre  de  gran  influjo  y 
Fiscal  que  fué  del  Real  Consejo. 
Los  datos,  desde  el  punto  de  vista 

un  tal  Infante.  Hija  suya  fué  doña  Ana  Infante  de 
la  Cueva.  El  poeta,  con  su  ingenuidad  candorosa  en 
asuntos  familiares,  nos  da  cuenta  de  las  desavenen- 
cias conyugales  de  la  primogénita,  quien,  según  él, 
paso'  la  vida 

«Sufriendo  del  esposo  la  inclemencia 
con  oración  perpetua  y  penitencia.» 

Dedica  la  estrofa  L  a  dona  Ana,  muerta  «en  su 
trímera  edad»',  la  LT a 

«Doña  Isabel  a  quien  con  larga  mano 
hará  feliz  el  cielo  generoso»; 

por  ella  el  Betis 

«Sacará  Id  cabeza  repitiendo 

doña  Isabel  mi  honor  va  ennobleciendo.» 

La  estrofa  LIII  la  destina  el  poeta  a  su  propio 
elogio;  la  LIV  a  encomiar  a  doña  Francisca;  la 
LV a  Claudio 

«...  Que  el  impero 

tendrá  en  punir  la  cisma  de  Luthero»; 

la  LVI  habla  de  la  menor  de  sus  hermanas,  es- 
critora también,  de  la  cual  dice  nada  menos  que 
lo  siguiente: 

«La  última  Deidad  de  las  que  canto, 
que  de  tu  honor  será  evidente  prurua 
de  Apolo  amada  y  de  su  coro  santo, 


S8        Sucesos  ir  ales  que  parecen  imaginados: 

de  la  cronología  precisa,  dejarían  bas- 
tante que  desear,  pues  en  esas  notas 
autobiográficas  de  Cueva  las  fechas 
de  los  nacimientos  no  siempre  caben 
en  los  versos,  si  por  lo  que  a  él  toca 
no  las  indicara  puntualizándolas  de 
tal  modo  que,  fijada  documentalmen- 
te  la  fecha  de  algunos  sucesos  de  su 
vida,  pueden  señalarse  las  otras,  más 
que  aproximadamente. 

Aun  sin  entrar  en  nuevas  rebuscas 
— muy  fáciles  de  hacer  sobre  las  pis- 
tas que  dan  la  fundación  del  mayo- 
razgo de  Andrés  Zamudio  de  Alfaro, 
su  primo,  y  el  testamento  de  éste,  y 
los  documentos  que  de  seguro  ha- 
brían de  hallarse  en  el  Archivo  de  las 
Ordenes    Militares    con    relación   al 


por  raro  ingenio  y  ecelencia  nueva: 

«Doña  jluatia*  ha  de  ser,  por  quien  levanto 

¿a  voz  en  alabanza  de  la  Cueva, 

y  por  quien  vivirá  la  inmortal  gloria 

de  los  que  eternos  lia  de  hazer  tu  Historia.* 

Fols.  ¿S  a  62  del  cit.  ms.  4.1 16  de  la  Biblioteca  Na- 
cional de  Madrid, 


Juan  de  la  Cueva.  89 

cruce  de  calatravo  de  su  sobrino  don 
Francisco  de  Zamudio,  y  otros  mu- 
chos documentos  que  sería  fácil  en- 
contrar dada  la  importancia  de  los 
Negrones  de  Sevilla — ,  ya  sólo  con 
reproducir  y  documentarlo  que  Fran- 
cisco Pacheco  dice  en  su  Libro  de  los 
Verdaderos  Retratos  a  propósito  de  don 
Carlos  y  don  Luciano  Negrón,  y  pu- 
blicar íntegro  lo  que  Pérez  Pastor 
extracta  sobre  los  Zamudio  de  Alfaro 
en  su  Bibliografía  Madrileña,  se  lle- 
narían muchas  páginas. 

No  seré  yo  quien  me  obligue  a  se- 
mejante empresa,  ni  siquiera  quien 
la  recomiende;  sólo  la  dejo  apuntada 
como  contraste,  pues  si  las  noticias 
que  pueden  hallarse  de  la  vida  de 
Juan  de  la  Cueva  en  las  historias  de 
la  literatura  española  son  pocas  y 
equivocadas,  las  útiles  en  lo  referen- 
te a  sus  escritos  son  contadísimas. 
Algunas  observaciones  de  Moratín  en 
los   Orígenes  del   Teatro  — discretas. 


go        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

desde  su  punto  de  vista  restringido — , 
reproducidas  más  tarde  indirectamen- 
te por  diversos  escritores;  varias  men- 
ciones de  Menéndez  y  Pelayo,  dise- 
minadas en  la  Historia  de  ¿as  Ideas 
Estéticas,  y  en  los  prólogos  del  teatro 
de  Lope,  de  los  Orígenes  de  ¿a  Nove- 
la, y  de  las  antologías  de  Líricos  Cas- 
tellanos y  de  Poetas  Hispano- America- 
nos — todas  ellas  acertadas  respecto 
al  espíritu  del  poeta,  pero,  por  des- 
gracia, incidentales  y  brevísimas,  a  la 
vez  que  siempre  equivocadas  en  lo 
que  se  refiere  a  la  biografía  de  este 
autor — ,  es  cuanto  la  crítica  nacional 
nos  ha  legado  sobre  tan  interesante 
figura  literaria. 

Dada  la  importancia  que  en  la  his- 
toria de  la  dramática  española  tiene 
Juan  de  la  Cueva,  aparte  de  esas  no- 
ticias generales,  necesariamente  ha- 
bían de  tratar  de  sus  Comedias  y  Tra- 
gedias quienes  del  teatro  español  es- 
cribieran; pero  por  las  muestras  sólo 


Juan  de  la  Cueva.  9 1 

unos  cuantos  — entre  ellos  Montiano, 
los  ya  citados  Moratín  y  Menéndez  y 
Pelayo,  y  Menéndez  Pidal,  con  oca- 
sión de  su  estudio  sobre  La  Leyenda 
de  los  Infantes  de  Lara —  se  dieron  el 
trabajo  de  leerlas.  De  otro  modo  no 
se  explicaría  que  durante  largo  tiem- 
po se  viniera  copiando  a  los  dos 
primeros,  y  que,  después,  perdida  la 
tradición  de  esa  copia,  cada  cita  ven- 
ga a  ser  un  nuevo  desconcierto. 

El  conde  de  Schack,  en  el  prólogo 
de  su  Historia  del  Arte  Dramático  en 
España  ',  dice  de  las  Lecciones  de  Li- 
teratura Espartóla,  explicadas  en  el  Ate- 
neo por  D.  Alberto  Lista  a,  que  no 
son  en  su  primera  parte  sino  un  com- 
pendio de  los  Orígenes  del  Teatro  de 
Moratín,  y  está  en  lo  justo;  pero  no 
se  da  cuenta  de  que  él  mismo,  a  su 
vez,  no  hace  en  lo  que  se  refiere  a 

1  Ed.  «Escritores  castellanos»,  1. 1,  pág.  34. 

2  Madrid,  Cuesta,  Imp.  Repullés,  18 'jj,  págs.  155 
a  164.  (La  edición  citada  por  Schack  es  la  de  1839.) 


92        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Cueva,  y  a  algún  otro  autor,  sino 
compendiar  lo  ya  compendiado  por 
Lista  \ 

Se  comprende  sin  dificultad  que 
por  ser  los  libros  de  Cueva  raros,  de 
toda  rareza,  y  de  nada  fácil  lectura, 
los  vulgarizadores  literarios  y  los  fa- 
bricantes o  industriales  de  compen- 
dios leyeran  aprisa  los  resúmenes  de 
Moratín  y  tomaran  de  ellos  las  ideas 
hechas,  para  llenar  ese  hueco  en  sus 
historias;  pero  es  inexplicable  que 
hasta  tal  punto  se  hubiera  borrado  la 
tradición  de  quién  fué  Cueva  y  cuá- 
les sus  obras,  que  a  mediados  del  si- 
glo xix,  y  en  Sevilla  misma,  se  igno- 
rara si  había  vivido  en  el  siglo  xv  o 
en  el  xvi 8.  Y  más  inexplicable  es  aún 

1  Ed.  cit.,  t.  I,  págs.  430  a  4.44.  Véanse,  sobre 
iodo,  las  págs.  440  v  441,  extractadas,  y  a  pedazos 
copiadas  fielmente,  de  Moratín. 

2  *iVada  se  sabe  de  fijo  acerca  del  año  en  que  na- 
ció' — escribe  uno  de  sus  biógrafos — ;  pero  se  colige 
que  debió'  ser  dentro  del  segundo  tercio  del  siglo  X  VI, 
aunque  no  falta  quien  asegure  que  su  nacimiento  se 


Juan  de  la  Cueva.  93 

que  empiece  a  correr  como  valedera, 
y  se  repita  de  igual  modo  que  antes 
se  reproducían  las  observaciones  de 
Moratín,  cierta  leyenda  recién  inven- 
tada, falsa  de  todo  punto,  que  hace  de 
Juan  de  la  Cueva  el  más  fervoroso  pro- 
pagandista en  la  teoría  y  en  la  prác- 

verificó  a  principios  del  mismo,  o  en  los  últimos  años 
del  anterior.  Lo  que  es  indudable  que  vio  la  luz  en 
Sevilla,  y  que  pertenecía  a  una  familia  distinguida, 
cuyo  apellido  se  ha  conservado  en  esta  ciudad,  y  aun 
en  los  últimos  años  hemos  conocido  algunas  personas 
que  lo  llevan. t  Hijos  ilustres  \  de  Sevilla,  \  o  co- 
lección de  Biografías  \  de  los  naturales  de  esta  ciu- 
dad I  que  han  sobresalido  \  en  santidad,  ciencias,  ar- 
mas y  artes.  \  Sevilla,  1851.  Moyano  Francos,  45. 
Ya  antes  se  había  dicho  en  el  «Parnaso  Español», 
de  Sedaño,  t.  VIII, pág.  XV:  «Juan  de  la  Cueva  na- 
ció en  la  ciudad  de  Sevilla  de  familia  ilustre  y  anti- 
gua a  mediados  ael  siglo  X  VI,  a  lo  que  buenamente 
se  puede  colegir.  Ignóranse  los  hechos  de  su  vida  y 
tiempo  de  su  muerte,  aunque  se  deduce  que  pasó  de 
los  cincuenta  años  de  edad,  y  que  aun  vivía  por  los 
de  ij8j.j>  ¡Que  aun  vivía  el  año  que  publicó  su  pri- 
mer libro!  Don  José  L.  Figueroa,  en  su  traducción  de 
Sismondi,  Sevilla,  184.1,  había  escrito:  «Ignóranse 
absolutamente  las  particularidades  de  la  vida  de 
este  escritor:  sólo  se  sabe  que  nació  en  Sevilla  a  me- 
diados  del  siglo  X  VI,  y  algunos  avanzan  a  conjetu- 
rar que  vivió  más  de  cincuenta  años.* 


94        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

tica,  de  un  arte  netamente  español, 
por  la  forma  y  por  los  asuntos,  que 
hasta  exigía  fueran  contemporáneos  '. 
Quienes  tales  cosas  dicen  habrían 
salido  fácilmente  de  su  error,  no  ya 
con  hojear  los  libros  de  Juan  de  la 
Cueva,  o  siquiera  los  resúmenes  de 
Moratín,  para  lo  relativo  a  sus  Co?ne- 
dias,  y  de  Gallardo,  en  lo  referente 
a  su  lírica,  sino  simplemente  con  ver 
las  listas  insertas  en  las  bibliografías 
y  los  índices  de  las  composiciones 
escogidas  en  los  florilegios.  Cincuen- 
ta y  cinco  son  los  romances  incluidos 
en  el  tomo  diez  de  Rivadeneyra,  y 
cuarenta  y  nueve  los  mitológicos  o 
de  historia  antigua,  preferentemente 
griega  y  romana.  Apenas  seis  son  de 
asuntos  de  la  historia  de  España,  y 
ninguno  contemporáneo  de  Juan  de 

1  Fitzmaurice- Kelly,  en  la  «Historia  de  la  Lite- 
ratura Española*,  Madrid,  MCMXIII,  págs.  229 
y  30.  Lo  copia  Cejador,  sin  anotar  su  procedencia,  y 
agravando  la  equivocada  afirniación,  al  glosarla  en 
la  <íHistoria  de  la  Lertgua»...,  t.  III, pág.  144. 


Juan  de  la  Cueva.  95 

la  Cueva  \  Sólo  tres  de  las  catorce 
obras  escénicas  que  hasta  nosotros 
han  llegado,  tienen  asunto  español: 
El  Reto  de  Zamora,  Los  siete  Infantes 
de  Lara  y  el  Bernardo  del  Carpió.  No 
lo  tiene  sino  a  medias  El  Saco  de 
Ro7na,  pues  ni  el  escenario  es  español 
ni  lo  son  todos  los  personajes.  Díga- 
se si  quien  escribió  la  Tragedia  de 
Ayax  Telamón,  la  de  la  Muerte  de  Vir- 
ginia, la  Co??iedia  de  la  libertad  de  Roma 
por  Mucio  Cévola,  y  la  mayoría  de  los 
romances  historiales  del  Coro  Febeo, 
pudo  pensar  y  decir  que  «no  había 
que  andar  repitiendo  fábulas  griegas, 
latinas  o  italianas,  que  no  nos  impor- 
taban un  bledo  a  los  españoles»,  ni 
mucho  menos  que  «llevó  la  teoría  a 
la  práctica».  Primero,  porque  El  Ejem- 
plar Poético  es  más  de  un  cuarto  de 
siglo  posterior  a  las  Comedias  y  Tra- 

1  «Origen  de  los  Girones»,  «Reto  de  Zamora-*, 
«Batalla  de  Arlanza»,  «Sancho  García,  Ataúlfo  y 
Alfonso  V*. 


96        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

pedias,  y  si  no  la  última,  una  de  las 
últimas  obras  de  Cueva;  y,  después, 
porque  no  dijo  lo  que  se  le  atribuye, 
y  nadie  que  haya  leído  los  versos 
que  se  quieren  comentar  de  ese  modo 
puede  darles  semejante  interpreta- 
ción que  nulificaría  su  obra  entera. 

Al  hablar  en  E¿  Ejemplar  Poético  de 
«la  ingeniosa  fábula  de  España»,  Juan 
de  la  Cueva  se  refiere  a  los  moldes 
del  teatro  español  de  su  época,  cuyo 
artificio  alaba  por  más  amplio,  en 
contraposición  del  teatro  griego,  lati- 
no e  italiano  renacente,  «teatros  ex- 
traños», según  sus  propias  palabras. 
Sujetos  aquéllos  a  las  unidades  clási- 
cas, parécenle  monótonos  y  cansados 
y  su  trama  — « maraña » ,  como  él 
dice —  no  tiene,  a  su  juicio,  el  «suel- 
to» y  a  la  vez  «intrincado»  enredo 
del  teatro  español.  Jamás  trata  de  li- 
mitar los  motivos  y  argumentos,  ni 
en  tiempo,  ni  en  lugar,  ni  en  acción, 
ni  mucho  menos  en  asunto.  Dice  así: 


Juan  de  la  Cueva.  97 

«Confessaras  que  fue  cansada  cosa 
cualquier  Comedia  de  la  Edad  passada, 
menos  trabada,  i  menos  ingeniosa. 

Señala  tu  la  mas  aventajada 
i  no  perdones  Griegos  ni  Latinos 
i  veras  si  es  razón  la  mia  fundada. 

No  trato  yo  de  sus  Autores  dinos 
de  perpetua  alabanca,  qu'estos  fueron 
estimados  con  títulos  divinos. 

No  trato  de  las  cosas  que  dixeron 
tan  fecundas,  y  llenas  d'ecelencia 
que  a  la  mortal  graveza  prefirieron. 

Del  Arte,  del  ingenio,  de  la  ciencia 
en  que  abundaron  con  felice  copia 
no  trato,  pues  lo  dize  la  esperiencia. 

Mas  la  invención,  la  gracia  i  traga  es  pro- 
a  la  ingeniosa  Fábula  d'España  [pia 

no  cual  dizen  sus  émulos  impropia. 

Cenas  i  Actos  suple  la  maraña 
tan  intricada,  i  la  soltura  della 
inimitable  de  ninguna  estraña. 

Es  la  mas  abundante  i  la  mas  bella 
en  tagetos  enredos,  i  en  jocosas 
burlas,  que  darle  igual  es  ofendella. 

En  sucessos  de  Istoria  son  famosas, 
en  monásticas  vidas  ecelentes, 
en  affetos  de  Amor  maravillosas. 

Finalmente  los  Sabios,  i  prudentes 


98        Sucesos  reales  que  parecen  imaginados : 

dan  a  nuestras  comedias  la  ecelencia 
en  artificio  i  passos  diferentes...»  * 

Al  expresarse  así  Juan  de  la  Cue- 
va no  lo  hace  egoístamente  y  en  ala- 
banza propia,  pues  la  corrección  de- 
finitiva del  Ejemplar  Poético  en  el  ma- 
nuscrito autógrafo  es  de  1609,  trein- 
ta años  después  de  representadas  sus 
primeras  comedias  y  algo  menos  de 
veintiocho  de  estrenadas  las  últimas 
conocidas. 

Juan  de  la  Cueva  no  olvidó  ni  po- 
día olvidar  su  propio  teatro,  pero  te- 
nía a  la  vista,  y  no  en  la  memoria,  las 
comedias  que  en  la  primera  década 
del  siglo  xvii  recorrían  triunfalmente 
España  entera.  A  esa  dramática,  ge- 
nuinamente  española,  es  a  la  que 
llama  la  ingeniosa  fábula  de  Espa- 
ña», alabando  en  ella  <  la  invención, 
la  gracia  y  la  traza >,  la   división  en 


1     Ms.  de  la  Bibl.  Nacional,  TO.l82,fol.  jj  vuel- 
to y  48  recto. 


Juan  de  la  Cueva.  99 

«actos»,  la  abundancia  «en  facetos 
enredos  y  en  jocosas  burlas»;  decla- 
rando que  eran  «famosas»  en  suce- 
sos de  historia,  «excelentes»  en  las 
vidas  de  santos  y  «maravillosas»  en 
los  afectos  de  amor.  ¿En  dónde,  o  de 
dónde,  puede  inferirse  que  al  hablar 
de  la  «ingeniosa  fábula  de  España»  se 
refiere  a  la  Historia  de  España  y  acon- 
seje que  deban  ponerse  en  escena 
hechos  contemporáneos  y  de  carácter 
nacional?  Si  de  la  Historia  hubiera 
tratado  y  no  de  la  Dramática  no  la 
habría  llamado  « fábula  ingeniosa » , 
condición  del  todo  contraria  a  la  de 
la  historia  verdadera,  ni  habría  pun- 
tualizado los  méritos  que 

«Dan  a  nuestras  comedias  la  ecelencia 
en  artificio  y  pasos  diferentes...» 

Y  vengamos  a  los  trabajos  de  crí- 
tica extranjera,  de  que  en  este  caso 
hay  que  hacer  mención  aparte.  Dos 
obras  de  verdadera  importancia  reía- 


i  oo      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

tivas  a  Juan  de  la  Cueva  fueron  pu- 
blicadas por  los  señores  Wulff  y  Wal- 
berg  en  los  Anales  de  la  Universidad 
de  Lund,  en  Suecia,  los  años  de  1886 

y  1904  '• 

Estudió  Wulff  en  Sevilla,  guiado 
por  las  noticias  del  Ensayo,  de  Ga- 
llardo, los  manuscritos  existentes  en 
la  Biblioteca  del  Cabildo  Eclesiásti- 
co. Llamó  la  atención  — mejor  dicho, 
pretendió  llamarla,  puesto  que  se  ha 
seguido  escribiendo  del  poeta  des- 
atendiendo sus  indicaciones —  sobre 
los  datos  autobiográficos  contenidos 
en  la  Historia  de  la  Cueva;  rectificó  al- 
gún error  de  Gallardo  a  propósito  de 
escritos  que  aquél  anotó  en  el  dicho 
Ensayo  como  no  publicados,  habién- 
dolo sido  ya,  o  viceversa,  y  dedicó 

1  «Poémes  Inédits  de  Juan  de  la  Cueva»...,  par 
Wulff  (Lund,  Universitets  Arsskríft,  t.  XXIIT, 
1886-87). 

Lund,  Universitets  Arsskríft.  Band.  39.  Afdeln,  1 . 
n"  2.  Juan  de  la  Cueva  et  son  «Exemplar  Poético*, 
par  E.  Walberg.  Lund,  1904. 


Juan  de  la  Cueva.  \  o  i 

un  interesante  capítulo  a  la  lengua  y 
versificación  de  Cueva,  todo  como 
prefacio  de  los  cinco  libros  del  Via- 
je de  Sannio,  que  por  primera  vez  dio 
a  las  prensas. 

En  este  trabajo  hay  varios  puntos 
rectificables  — ya  señalaré  los  de  más 
interés — ;  pero,  aun  así,  es  en  extre- 
mo meritorio,  y  el  primero  y  más  im- 
portante que  acerca  de  Juan  de  la 
Cueva  se  ha  publicado  hasta  ahora. 

Más  perfecto,  aunque  de  menos 
trascendencia,  es  el  estudio  con  que 
Walberg  encabeza  su  edición  crítica 
del  Ejemplar  Poético.  Casi  nada,  a  lo 
que  he  visto,  hay  que  objetar  o  co- 
rregir en  el  prólogo  ni  en  las  anota- 
ciones que  acompañan  a  las  tres  Epís- 
tolas que  constituyen  el  Ejemplar.  El 
estudio  de  los  orígenes  es  cumplido; 
y  aunque  pudiera  ampliarse  lo  refe- 
rente al  Teatro,  que  como  el  mismo 
autor  declara,  o  da  a  entender,  sólo 
conoce    por  referencias,   no   siendo 


102      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

ello  materia  primordial  del  trabajo, 
no  sería  reparo  que  en  justicia  podría 
dirigírsele. 

Un  extranjero  que  escriba  de  ma- 
terias literarias  inexploradas,  sólo 
por  milagro  no  incurrirá  en  errores, 
que  serán  excusables  si  no  afectan  a 
lo  fundamental.  Si  el  propio  Menén- 
dez  y  Pelayo  estuvo  tan  lejos  de  lo 
cierto  al  fijar  arbitrariamente  la  fecha 
del  viaje  de  Cueva  a  México  ',  nada 

1  c  No  podemos  Jijar  con  exactitud  la  fecha  de  su 
viaje  a  Nueva  España  — dice  el  señor  Menéndez  y  Pe- 
layo — ,  adonde  fué  en  compañía  de  su  he?  mano  Clau- 
dio, inquisidor  y  arcediano  de  Guadal  ajara;  pero  por 
varias  conjeturas  nos  inclinamos  a  colocarla  en  1588 
(fecha  de  la  impresión  de  sus  «  Comedias  y  Trage- 
dias*) y  1603  (fecha  de  su  «Conquista  de  la  Bélica»), 
libros  uno  y  otro  cuyas  dedicatorias  arguyen  la  pre- 
sencia del  autor  en  Sevilla,  asi  como  la  suscripción 
final  del  «Ejemplar  Poético*  nos  muestra  que  e7i  1606 
residía  en  Cuenca,  seguramente  muy  entrado  en 
años.*  «Historia  de  la  poesía  hispanoamericana*, 
tomo  I,  pág.  33. 

En  el  párrafo  hay  las  inexactitudes  siguientes:  el 
arcedianato  se  co7icedió  a  Claudio  con  posterioridad 
de  su  viaje  a  México  en  compañía  de  Juan;  la  prime- 
ra impresión  de  las  «Comedias*  no  fué  en  1588;  la 


Juan  de  la  Cueva.  10.5 

de  extraño  hay  en  que  Wulff  no 
acierte  por  completo  en  sus  conjetu- 
ras. Por  el  contrario,  admira  que,  sin 
los  elementos  de  que  dispuso  el  gran 
polígrafo,  se  aproxime  a  veces  a  la 
verdad,  y  en  ocasiones  hasta  dé  con 
ella. 

Imperdonable  sería,  por  ejemplo, 
que  un  español  atribuyera  a  Cervan- 
tes lo  que  escribió  Ariño  '. 

dedicatoria  a  Momo  de  la  reimpresión  de  ese  año  no 
lleva  fecha  alguna;  la  licencia  y  el  privilegio  de  im- 
presión data?'  de  septiembre  de  1584;  el  «Ejemplar 
Poético*  no  está  fechado  en  Cuenca,  sino  en  Sevilla, 
en  1606;  la  última  suscripción  es  de  1609;  en  1606, 
Cueva  no  era  un  octogenario,  tenia  cincuenta  y  seis 
años,  según  los  datos  que  el  propio  señor  Menéndez  y 
Pelayo  aceptó  repetidas  veces  como  buenos.  Aunque  el 
plazo  entre  1388  y  1603  es  amplio,  no  cupo  la  fecha 
del  viaje,  pues  entre  la  última  escogida  y  la  verdade- 
ra, 1374,  hay  nada  menos  que  veintinueve  años  de  di- 
ferencia. 

1  E?i  tma  nota  de  la  página  XL  Vil 1  supone 
Wulff  que  cierto  párrafo  de  los  «Sucesos  de  Sevilla*, 
de  Ariño  — citado  en  un  articulo  de  Fernández  Gue- 
rra, inserto  en  el  «Ensayo»  de  Gallardo,  tomo  J,  co- 
lumna 1.239—,  está  escrito  nada  menos  que  por  el 
propio  Miguel  de  Cervantes,  y  dice:  «En  este  día,  es- 
tando yo  [Cervantes)  en  la  santa  iglesia,  entró  un 


104      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

No  sería  tampo  disculpable  que  su- 
pusiera escrita  en  la  ciudad  de  Gua- 
dalajara,  de  México,  a  la  que  ni  si- 
quiera hay  constancia  de  que  llegara 
a  ir  Cueva,  la  Elegía  9.a,  donde  dice: 

Todo  vino  en  dexar  vuestra  presencia 
por  venir  a  esta  inculta  i  vil  aldea 
donde  me  falta  el  seso  i  la  paciencia. 

Versos  que  pertenecen  indudable- 
mente al  período  en  que,  huyendo  de 
la  vida  sevillana,  se  refugió  en  una  al- 
dea andaluza,  desde  donde  dirigió  a 
sus  amigos  otras  muchas  composicio- 

< 'Poeta  fanfarróny>  y  dijo  una  «otava»  sobre  ¿a  gran- 
deza de!  túmulo.»  Donde  escribe  ¡ Vuljf  « Cervantes», 
debe  decir  Ariiio,  pues  Cervantes  no  iba  a  llamar 
totava¡>  a  un  soneto,  ni  iba  a  declararse  a  si  mismo 
< Poeta  fanfarrón-» .  Refiriéndose  siempre  a  Gallar- 
do, Wulff  da  la  ?wticia  como  existente  en  un  manus- 
crito anónimo.  Los  « Sucesos  de  Sevilla»fueron  publi- 
cados por  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Andaluces  des- 
de 1873.  Esa  noticia  está  en  las  páginas  IOS  y  ioó  y 
existe  prueba  documental,  aducida  en  el  prólogo,  de 
que  el  autor  fué  un  vecino  de  Triana,  de  nombre  Fran- 
cisco Ariño. 


'Jim u  de  la  Cueva.  105 

nes,  donde  se  hallan  frases  semejan- 
tes. Cuanto  escribió  de  México  es, 
por  el  contrario,  en  alto  grado  elogio- 
so y  admirativo,  y  Guadalajara  era  en 
importancia  la  segunda  ciudad  del 
Virreinato  de  Nueva  España  '  . 

1  Bien  es  verdad  que  en  ese  género  de  investiga- 
ciones es  Wulff  verdaderamente  desdichado.  Con- 
vierte en  hechos  hasta  las  figuras  retoricas.  A  propó- 
sito de  la  Epístola  núm.  12  a  don  Gaspar  de  Villal- 
ta,  y  donde  hay  unos  tercetos  que  dicen: 

*  Provéanos  el  cielo  de  paciencia, 
qu'el  nos  truxo,  i  no  a  Nisa  la  florida, 
tan  ainada  de  Apolo  su  presencia... 

Trúxonos,  i  no  a  Tempe,  i  sus  frescuras, 
mas  a  la  ardiente  i  áspera  Inarime 
a  llorar  con  Tip/ieo  mis  desventuras*; 

toma  al  pie  de  la  letra  esos  versos,  que  no  son  sino 
una  reminiscencia  clásica,  y  dice  que,  a  lo  que  puede 
inferirse  de  ellos,  Cueva  vivió' en  Inarime.  Coji  seme- 
jante sistema  habría  que  pensar  también  que  Cueva 
subid  al  Parnaso  y  riñó  con  Apolo  en  el  «  Viaje  de 
Sannio»,  etc.,  etc.  Sólo  sus  reminiscencias  de  la  «2 lia- 
da* las  « Metamorfosis* ,  y  la  «Eneida*  — sobre  todo 
de  las  «Metamorfosis*  de  Ovidio,  con  las  que  siempre 
anduvo  a  vueltas —  le  llevaron  mentalmente  al  Tirre- 
no y  a  las  costas  de  Campania,  donde  Júpiter  aplastó 
al  gigante  Tifeo.  Para  hacer  ese  viaje  es  seguro  que 
ni  Cueva  salió  de  Sevilla  ni  sus  críticos  necesitaban 
alforjas. 


io6      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Tratándose  de  un  extraño  que  tra- 
baja en  su  país  con  datos  laboriosa- 
mente recogidos  en  tierra  ajena,  y 
que  no  podía  comprobar  a  cada  mo- 
mento, el  lector  y  el  crítico  deben 
ser  benévolos.  Esas  y  otras  inexacti- 
tudes de  Wulff  no  tocan  a  lo  primor- 
dial. No  así  otros  errores  de  concep- 
to, pues  deforman  la  figura  intelec- 
tual y  moral  de  Cueva  y  alteran  el 
sentido  de  su  obra. 

Caracterizan  a  Cueva  su  fe  religio- 
sa inquebrantable,  agresiva  casi  siem- 
pre, y  su  vanidad  literaria,  rayana  en 
la  megalomanía.  Pintarle  encarándo- 
se con  la  Inquisición  y  tratándola  de 
vulgo,  es  cosa  tan  fuera  de  lo  verda- 
dero como  retratarle  despreciándose 
e  injuriándose  a  sí  mismo  en  sus  pro- 
pios versos.  ¿De  dónde  pudo  sacar 
Wulff  tan  extraordinarios  informes 
contrarios  a  las  mismas  obras  de  Cue- 
va, que  fragmentariamente  iba  co- 
piando? 


Juan  de  la  Cueva.  107 

Inventa  Wulff  que  en  el  prólogo 
puesto  por  Juan  de  la  Cueva  al  frente 
de  sus  Obras,  impresas  en  1582,  al 
dirigirse  en  apariencia  al  Vulgo,  a 
quien  se  dirige  en  realidad  es  a  la  In- 
quisición. Nada  más  arbitrario  y  equi- 
vocado. Ningún  escritor  español  de 
entonces,  no  ya  Cueva,  de  familia  de 
inquisidores;  ni  los  sospechosos  de 
eramistas,  ni  los  perseguidos  por  he- 
terodoxos, pensaron  jamás  en  seme- 
jante cosa;  podían  éstos  y  aquéllos 
abominar  de  la  Inquisición,  pero  no 
hay  muestra  alguna  de  que  la  juzga- 
ran vulgo. 

En  el  caso  de  Juan  de  la  Cueva  te- 
nemos más  que  generalidades  con 
que  desmentir  la  opinión  de  Wulff, 
y  son  las  palabras  del  propio  escritor, 
que  tantas  veces  encomió  al  «Santo 
Tribunal»  y  a  sus  ministros. 

Dice  de  sus  primos,  los  de  Negrón, 
en  la  estrofa  LXIV  de  la  Historia  de 
la  Cueva: 


108      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

«Cinco  hijos  varones,  cinco  sinos 
celestes... 

...  Contra  Arríanos  y  Calvinos 
se  opondrán  con  divino  y  santo  zelo; 
de  ellos  serán  en  las  legales  leyes 
defensa  de  los  Rey  nos  y  los  Reyes. » 

Especialmente  de  Luciano  repite 
en  la  octava  LXV: 

«Contra  el  rebelde  Apóstata,  que  huye 
la  verdadera  Ley,  que  el  verdadero 
legislador  dio  al  Mundo,  que  destruye 
la  cisma  y  pertinacia  de  Lutero, 
calificando  el  ciego  error,  arguye 
Luciano  de  Negrón...» 

En  la  octava  LV  había  dicho  antes 
de  su  hermano  Claudio: 

«...  Que  el  impero 
tendrá  en  punir  el  cisma  de  Lutero...» 

Quien  de  este  modo  se  expresa, 
¿puede  tratar  de  vulgo  a  la  Inquisi- 
ción e  increparla  de  la  manera  que  en 
el  prólogo  se  hace? 


Juan  de  la  Cueva.  109 

Influido  por  Ticknor  ',  a  quien  cita 
a  ese  respecto,  añade  Wulff:  «Ade- 
más, ¿cómo  puede  esperarse  encon- 
trar en  los  escritos  de  un  poeta  que 
imprimía,  o  quería  imprimir,  en  una 
época  en  que  la  Inquisición  aterrori- 
zaba a  todo  el  mundo,  un  sincero  re- 
flejo de  su  talento  y  de  su  carácter?» 
No  ve  que  ese  talento  y  ese  ca- 
rácter, por  lo  que  toca  a  Cueva,  no 
estaban  en  antagonismo  con  la  Inqui- 
sición, de  la  que  era  tan  declarado  y 
decidido  devoto  como  su  propio  her- 
mano el  inquisidor  Claudio.  No  quie- 
re darse  cuenta  de  que  su  indepen- 
dencia era  literaria  y  social  y  de  que 
en  toda  su  obra  no  hay  ningún  vis- 
lumbre de  independencia  religiosa. 

Sólo  ofuscado  por  prejuicio  o  des- 
conocimiento de  antecedentes  pudo 
suponer  Wulff  — Walberg  le  sigue 
en  esta  equivocación —  que  Juan  de 

1     *  Historia  de  la  Literatura  Española  ■ ,  lomo  lí, 
capitulo  I. 


1 10      Sucesos  reates  que  parecen  imaginados: 

la  Cueva,  que  en  su  Epístola  a  Argui- 
jo  escribía: 

«Que  con  mi  ingenio  fácil  acomodo 
mi  voluntad  y  digo  lo  que  quiero, 
y  trato  en  todo  y  sé  hablar  en  todo», 

dijo  de  sí  mismo: 

«Yo  conocí  un  poeta  cuyo  genio 
echó  de  ver  que  toda  su  escritura 
era  sin  Arte,  llena  de  rudeza, 
sin  medida,  sin  buena  contextura: 

Que  las  cosas  comunes  sin  alteza 
en  lugares  sublimes  colocava, 
i  las  sublimes,  las  ponía  en  baxeza... 

Que  las  diciones  ásperas  i  duras 
no  supo  corregir,  i  usando  dellas 
las  nuevas  ofuscó,  i  dañó  las  puras...» 

Xo  sólo  no  incurre  Cueva  en  la  lo- 
cura de  dirigirse  esas  injurias,  sino 
que,  por  el  contrario,  las  críticas, 
cuando  no  son  favorables,  le  irritan, 
le  desconciertan  y  las  juzga  obra  de 
la  envidia.  Recuérdese  que  ante  la 
censura  de  Herrera,  dice: 


Juan  de  la  Cueva.  1 1 1 

«Fué  la  cólera  tal,  la  angustia  tanta, 
tal  la  pasión  y  la  congoja  fuerte, 
que  apenas  levantar  podía  la  planta.» 

Y  añade: 

«Un  villano  rencor  les  ha  encendido, 
y  contra  mí  conspira  su  mesnada.' 

En  el  anárquico  y  a  veces  absurdo 
desconocimiento  en  que  la  crítica  ha 
venido  envolviendo  y  confundiendo 
todo  lo  relativo  a  la  producción  poé- 
tica de  Cueva,  se  ha  llegado  a  supo- 
ner que  éste  escribió  sus  reglas  y 
después  pretendió  ponerlas  en  prác- 
tica. Los  mismos  que  anotan,  no  des- 
acertadamente, que  nació  en  1550, 
olvidan  que  sus  comedias  se  repre- 
sentaron entre  1579  y  1581  y  las  de- 
claran obra  de  la  vejez  del  poeta.  De 
este  modo  han  desnaturalizado  por 
completo  la  figura  literaria  de  Juan 
de  la  Cueva,  convirtiendo  los  bríos  y 
el  desenfado  de  la  juventud  en  la  as- 


1 12      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

pereza  y  desabrimiento  de  una  ancia- 
nidad caduca,  enamorada  de  formas 
literarias  próximas  a  desaparecer:  y 
fué  todo  lo  contrario.  El  mérito  y 
los  defectos  de  Cueva  estriban  en  la 
audacia  innovadora  que  le  hace  abrir 
caminos  que  otros  han  de  recorrer  y 
de  los  que  él  se  aparta  para  buscar 
nueva  senda,  no  siempre  con  acier- 
to. Así  el  petrarquista  precoz  de  los 
sonetos  y  de  las  canciones,  alabadas 
por  el  maestro  Girón,  el  temido  sa- 
tírico de  las  epístolas,  de  que  habla- 
ba Bartolomé  de  Góngora,  y  el  inven- 
tor de  las  nuevas  comedias  y  trage- 
dias con  que  Saldaña,  Cisneros,  Ca- 
pilla y  Alonso  de  Rodríguez,  congre- 
gaban y  entusiasmaban  al  público  de 
las  Atarazanas,  del  Corral  de  don  Juan 
y  de  la  Huerta  de  doña  Elvira,  era  o 
había  sido  ya  todo  eso  antes  de  cum- 
plir los  treinta  años. 

Determinar  en  líneas  generales  la 
cronología  de  la  producción  de  Cue- 


Juan  de  la  Cueva.  1 1 3 

va  es  cosa  fácil  de  hacer.  Parte  de  los 
versos  que  figuran  en  sus  Obras,  pu- 
blicadas en  1582,  ya  aparecen  en  las 
Flores  de  Varia  Poesía,  manuscrito  fe- 
chado en  México  en  1 577,  y  pertene- 
cen, por  lo  tanto,  a  su  mocedad  y  pri- 
mera juventud  '.  Las  noticias  que 
consigna  el  maestro  Girón  en  el  pró- 
logo que  precede  a  su  primera  co- 
lección impresa,  vienen  a  confirmar 
esos  datos  \ 


1  Acerca  de  este  manuscrito  véase  lo  dicho  antes 
con  ocasión  de  Gutierre  de  Cetina. 

2  Todo  ese  prólogo  tiene  interés  biográfico.  De- 
mostraría, si  tío  estuviera  demostrado  por  las  pala- 
bras del  propio  poeta,  que  en  1582,  cuando  se  hablan 
estrenado  las  c  Comedias  y  Tragedias»,  era  todavía  un 
joven,  de  cuyas  obras  pudo  escribirse:  c  Quiso  sacar 

algunas  a  luz  por  muestra  de  las  que  para  adelante 
se  deben  esperar  de  su  ingenios.  El  maestro  Girón 
dice  asi:  <Su  pretensión  en  estos  versos  no  fue  a  los 
principios  sino  su  propio  entretenimiento  i  gusto,  i  el 
hallar  por  esperiencia  que  naturalmente  era  arreba- 
tado i  traspasado  a  este  género  de  estudio,  no  kazien- 
do  tanto  detenimiento  en  los  otros.  Mas  después  que 
halló  mayor  volumen  del  que  pensava  en  sus  obras, 
a  ruego  de  algunos  amigos  que  con  él  tienen  autoridad 
(i  principalmente  del  Inquisidor  Claudio  de  la  Cueva, 


1 14      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Entre  el  último  tercio  de  15  74  y  el 
primero  de  1577,  en  que,  respectiva- 
mente, llega  Cueva  a  Nueva  España 
y  regresa  de  ella,  hay  que  colocar  sus 
versos  ahí  escritos.  Los  sucesos  de 
que  en  éstos  trata  o  hace  referencia, 
convienen  con  los  acaecidos  en  In- 
dias durante  el  tiempo  de  su  estan- 
cia, y  corroboran  lo  fijado  documen- 
talmente. 

Dos  años  después,  en  1 5  79,  estre- 
na en  Sevilla  la  primera  de  sus  obras 
escénicas,  y  durante  los  años  siguien- 
tes, hasta  1 58 1,  se  representan  en 
aquella  ciudad  las  Comedias  y  Trage- 
dias, que  tenía  reunidas  antes  del 
i.°  de  septiembre  de  1584,  en  que 
consigue  el  privilegio  de  impresión 
que   conocemos   por  la   edición   de 


su  hermano,  i  de  Don  Francisco  de  Alfar  o,  cavalle- 
ro  del  abito  de  Calalrava,  sobrino  suyo)  quiso  sacar 
alguna  a  luz,  por  muestra  de  lo  que  para  adelante  se 
deve  esperar  de  su  Ingenio,  con  quien  Justamente  se 
puede  honrar  su  patria».  Edición  de  1582,  fol,  ó. 


Juan  de  la  Cueva.  1 1  ^ 

1588.  De  otras  comedias  que  escri- 
bió, sólo  se  conserva  la  noticia  en  un 
poder  extendido  en  1595  para  reca- 
bar la  licencia  y  privilegio  de  la  Se- 
gunda parte  de  sus  Comedias  y  Tra- 
gedias \ 

En  sus  obras  posteriores  abordó 
con  varia  fortuna  todos  los  géneros 
poéticos.  Tenemos  entre  las  impresas 
sus  romances  históricos  o  historiales, 
como  él  los  llama,  reunidos  en  el  Coro 
de  Febeo,  publicado  en  1588%  y  su 
ensayo  de  epopeya  en  la  Conquista  de 
¿a  Béüca,  dada  a  las  prensas  en  1603, 

1  Don  Francisco  Rodríguez  Marín  halló  y  dio 
nolicia  de  un  poder  firmado  por  Juan  de  la  Cueva  el 
0  de  junio  de  1595,  autorizando  al  licenciado  Anto- 
nio Jiménez  de  Mura  y  al  bachiller  Diego  Díaz  para 
recabar  la  licencia  y  privilegio  de  impresión  de  <ívu 
libro  yntitulado  segunda  parte  de  las  comedias  y  Ira  ■ 
gedias,  que  yo  tengo  hecho  a  mi  nombre».  Véase  Ro- 
dríguez Marín:  Barahona  de  Soto.  Madrid,  /qoji  pá- 
gina 502. 

'■  La  aprobación  y  el  privilegio  fueron  concedidos> 
respectivamente,  en  Madrid  el  6  de  junio  y  el  24  de 
julio  de  i$8j;  se  acabó  de  imprimir  por  Juan  de 
León,  en  Sevilla,  el  S  de  noviembre  del  mismo  año. 


1 1 6      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados : 

aunque  escrita  antes  \  Entre  las  ma- 
nuscritas se  conservan  sus  poesías 
bucólicas,  en  las  Églogas  — compues- 


1  En  el  «Loaysa»  de  Rodríguez  Marín  — Sevilla, 
Díaz,  iqoi,  págs.  3S4  y  355 — >  se  transcriben  la 
petición  que  hizo  Cueva  en  noviembre  de  lóoo,  para 
que  a  expensas  de  la  ciudad  se  imprimiera  la  «  Con- 
quista», y  el  parecer  favorable  de  Ar guijo.  Ambos  do- 
cumentos consérvalos  aquel  Municipio.  La  petición  de 
Cueva  fué  reproducida  antes  en  foto-litografía  por 
Asensio;  el  parecer  de  Ar  guijo  estaba  inédito. 

Tanto  en  uno  como  en  otro  documento  aparecen  así 
en  el  tLoaysa»,  transcritos  con  la  ortografía  del  ori- 
ginal: 

*Juan  de  la  Cueva  Vezino  i  natural  desta  Ciudad 
digo  que  yo  tengo  hecho  en  Verso  Castellano  un  Libro 
Intitulado  conquista  de  la  Bélica,  en  el  cual  Princi- 
palmente trato  froto]  desta  Ciudad  i  restauración 
della,  y  de  sus  grandezas  y  del  valor  de  los  Cavalle- 
ros  que  la  ganaron  de  los  Moros  qiie  la  poseían  Ti- 
ránicamente i  para  poderla  Imprimir  tengo  Privile- 
gio de  su  Magestad.  Para  que  tenga  effecto  i  la  me- 
moria de  tan  grandes  hechos  no  peresca  lo  dirijo  i 
o  fresco  a  V.  s.a  i  le  suppco,  pues  es  tan  propio  suyo 
haga  merced  en  mandar  se  Imprima. — Juan  de  la 
Cueva.» 

De  esta  petición  se  dio  cuenta  en  cabildo  de  IJ¡  de 
noviembre  de  lóoo  «y  vista  por  la  ciudad  y  por  el 
señor  marqués  de  motiles  Claros,  asistentes...  fué 
acordado  que  los  señores  don  Ju.°  de  ar  guijo,  veinte 
e  quatro,  y  .xpobal  condales  xuarez,  jurado,  bean  esta 


Juan  de  la  Cueva.  1 1 7 

tas  a  su  regreso  de  América,  en  épo- 
cas diferentes —  ';  un  poema  alegóri- 
co, ya  laudatorio,  ya  satírico,  en  el 
Viaje  de  Sannio,  fechado  en  1585,  y 

petición  y  libro  y  den  parecer  a  la  ciudad  de  lo  que 
deue  hacer  en  racon  de  lo  que  pide.,.* 

He  aquí  el  dictamen: 

« Avernos  visto  este  libro  de  la  conquista  bethica  i 
restauración  desta  ciudad,  i  merece  muy  bien,  que 
V.  s.a  lo  mande  imprimir  a  su  costa,  haziendo  a  su 
author  en  premio  de  su  trabajo  a  mrd.  que  pide,  i 
alentando  a  otros  ingenios  para  q  sirviendo  a  V.  s.a 
se  empleen  en  semejantes  empresas,  esto  nos  parece 
V.  s.a  mande  lo  que  fuere  seruido. 

Don  Juan  de  Arguijo.        X°ual  Xüarez.» 

La  ciudad  acordó  conforme  al  dicho  parecer,  en  9 
de  marzo  de  1601.  La  «  Conquista-»  fué  reimpresa  en 
la  colección  de  don  Ramón  Fe?-nández.  Puede  verse  la 
bibliografía  completa  de  Cueva  en  la  ediciófi  que 
hice  de  su  Teatro  para  «Bibliófilos  Españoles-». 

1  La  primera  está  dedicada  a  don  Antonio  Manri- 
que, general  de  la  Armada,  que  en  1577  le  trajo  de 
regreso  a  España;  la  última  lleva  una  dedicatoria  al 
Conde  de  Gelves  y,  por  tanto,  es  anterior  a  1590,  fe- 
cha del  fallecimiento  de  éste.  El  «  Viage  de  Sannio» 
fué  impreso  por  Wulff  en  1SSÓ-87.  Obra  cit.  «Los 
inventores  de  las  Cosas»  y  el  i- Ejemplar  poético*  figu- 
ran en  el  Parnaso  de  Sedaño.  De  esta  última  obra 
hizo  una  nueva  edición  Walberg  en  la  monografía 
antes  citada. 


1 1 8      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

dos  poemas  mitológicos  en  Los  Á7?io- 
res  de  Marte,  y  El  llanto  de  Venus  en 
la  muerte  de  Adonis,  terminados  en 
1604.  Ese  mismo  año  concluyó  el 
poema  genealógico  de  la  Historia  de 
¿a  Cueva.  Hizo  después  un  poema  di- 
dáctico disparatado,  en  los  Inventores 
de  ¿as  Cosas,  y  otro  interesantísimo  en 
el  Ejemplar  poético,  que  parece  impo- 
sible sean  de  la  misma  mano:  éste  fe- 
chado en  Sevilla  en  1606  y  corregi- 
do en  1609,  última  noticia  de  la  vida 
de  Cueva,  y  el  otro  terminado  en 
Cuenca,  en  1607,  y  copiado  de  nue- 
vo en  1608  en  aquella  ciudad. 

La  Muracinda  y  la  Batalla  entre  ra- 
nas y  ratones,  poemas  burlescos  imi- 
tados o  parafraseados  de  la  antigüe- 
dad clásica,  pertenecen  a  época  inde- 
terminada. Porque  aunque  es  proba- 
ble que  los  concluyera  en  su  edad 
madura  — a  juzgar  por  el  sitio  que 
ocupan  en  la  copia  definitiva  de  sus 
manuscritos,  donde  constan  sin  fe- 


Juan  de  la  Cueva.  1 19 

cha — ,  hay  lugar  a  creer  que  en  gran 
parte  fueran  obra  de  su  mocedad, 
cuando,  según  testimonio  del  maes- 
tro Girón,  se  dedicaba  preferente- 
mente a  leer  y  traducir  a  los  poetas 
latinos,  de  quienes  hizo  las  versiones 
que  andaban  reunidas  en  un  códice, 
catalogado  por  Gallardo,  y  cuyo  pa- 
radero hoy  se  ignora. 

En  las  composiciones  juveniles,  an- 
teriores al  viaje  de  Cueva  a  México, 
y  en  algunas  de  las  que  escribió  allá, 
predominan  las  amatorias,  y  es  de 
notar  que  las  que  pueden  tenerse  con 
fundamento  por  las  primeras,  son  las 
mejores  en  forma,  aunque  las  menos 
originales.  Cuando  italianizaba  y  «pe- 
trarquizaba»  — género  de  que  abo- 
minó después — ,  su  versificación  era 
más  natural  y  limpia.  De  entonces 
datan  versos  suyos  que  han  pasado 
en  algunos  florilegios  manuscritos 
como  de  Gregorio  Silvestre,  unos,  y 
de  Barahona  de  Soto,  otros.  Atribu- 


i2o      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

ción  falsa,  pues  Cueva  los  declara  su- 
yos en  sus  códices  autógrafos. 

Durante  su  corta  estancia  en  Mé- 
xico cultivó  dos  géneros  de  compo- 
siciones poéticas.  En  las  primeras 
describe  y  pinta  lo  que  llama  su 
atención  en  aquellas  tierras,  para  lle- 
varlo a  conocimiento  de  los  amigos 
que  dejó  en  España,  o  para  comen- 
tarlo entre  sus  nuevas  amistades  de 
México;  en  las  segundas  vive  de  re- 
cuerdos, y  los  canta  con  más  sinceri- 
dad y  desesperada  nostalgia  que  ter- 
nura y  poesía  verdadera. 


II 


LA  familia  del  doctor  López  de  la 
Cueva  no  debía  nadar  en  la  abun- 
dancia cuando  los  dos  mozos,  Juan, 
el  poeta  en  cierne,  y  Claudio,  el  fu- 
turo arcediano  e  inquisidor,  empren- 
dieron el  viaje  a  la  Nueva  España  a 
mediados  de  1574.  Veintitrés  años 
tenía  por  entonces  Claudio  y  no  más 
de  veinticinco  Juan.  Un  documento 
de  carácter  oficial,  la  información  del 
Arzobispo  Moya  de  Contreras,  fe- 
chado en  México,  24  de  marzo  de 
1575,  nos  dice  el  lugar  del  nacimien- 
to de  Claudio,  su  edad,  la  fecha  de 
su  llegada  a  la  Nueva  España,  y  hace 


122      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

el  elogio  de  sus  condiciones  morales 
e  intelectuales;  particularidad  esta  úl- 
tima muy  de  tener  en  cuenta,  pues 
las  alabanzas  constituyen  una  señala- 
da excepción  en  aquellas  tremendas 
noticias  del  Arzobispo  Moya,  que  tan 
mal  paradas  dejan  la  moralidad  y  cul- 
tura del  clero  de  la  Nueva  España, 
en  los  días  en  que  aquel  Prelado  co- 
menzó a  gobernar  su  diócesis  ', 

La  noticia  del  señor  Moya  de  Con- 
treras  es  así: 

«Claudio  de  la  Cueua,  medio  ra- 
cionero, natural  de  Seuilla,  vino  de 
España  por  el  Septiembre  passado; 
da  buena  muestra  de  su  persona,  por- 
que parece  humilde  y  virtuoso,  sirue 
bien  su  officio  y  muestra  habilidad, 
es  de  veyte  y  cuatro  años  y  ase  or- 
denado de  euangelio.» 

Que  fué  en  aquel  viaje  cuando  Juan 
de  la  Cueva  acompañó  a  su  herma- 

1     « Cartas  de  Indias*.  Madrid,  1S7J,  pdg.  200. 


Juan  de  la  Cueva.  123 

no  Claudio,  lo  evidencian  una  por 
una  todas  las  poesías  que  de  la  estan- 
cia de  Cueva  en  México  se  conser- 
van en  sus  manuscritos.  Dice  el  año 
de  su  llegada  la  Epístola  dirigida  por 
aquél  al  licenciado  Laurencio  Sán- 
chez de  Obregón,  primer  Corregidor 
de  México,  quien,  según  testimonio 
de  Torquemada,  en  la  parte  primera 
de  su  Política,  libro  m,  capitulo  23, 
tomó  posesión  del  puesto  en  aquel 
año  de  1 5  74.  La  fecha  del  regreso 
está  consignada  en  la  dedicatoria  del 
soneto  1 1 8  de  la  primera  parte  de  las 
Rimas  de  Juan  de  la  Cueva,  en  el  ma- 
nuscrito de  la  Biblioteca  del  Cabildo 
eclesiástico  de  Sevilla,  soneto  dirigi- 
do «a  don  Antonio  Manrique,  general 
de  la  flota  de  Nueva  España,  vinien- 
do navegando  para  Castilla,  el  año 
1577»  \ 

1  Está  en  los  folios  162  vuelto  y  163  de  la  citada 
«Primera  parte  de  las  Rimas  de  Juan  de  la  Cuevas. 
Biblioteca  del  Cabildo  Eclesiástico  de  Sevilla.  No  se 


124      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

«Entregado  a  las  ondas  de  Neptuno, 
Al  furor  bravo  del  mudable  Viento, 
al  disponer  del  Hado  violento, 
y  al  del  Cielo  a  quien  siempre  só  importuno; 

Sin  esperanca  de  remedio  alguno 
que  satisfaga  al  mal  que  ausente  siento 
(don  Antonio  Manrique)  vó  al  tormento 
forcado,  del  temor  que  más  repugno. 

Donde  veremos  (si  el  Amor  me  admite) 
aquella  fiera,  que  con  yelo  enciende 
mi  alma,  a  su  esquiveza  condenada. 

había  publicado  hasta  ahora.  Puede,  por  tanto,  fijar- 
se documentalmente  la  estancia  en  México  de  Juan  de 
la  Cueva  de  octubre  de  1574.  a  los  primeros  meses 
de  1577.  Con  esa  base  queda  corroborada  la  voz  co- 
mún que  le  hacia  nacer  hacia  1550,  pues  en  la  *  Epís- 
tola» a  Zamudio  de  Alfar  o,  dice,  refiriéndose  a  su  re- 
greso y  a  su  pasión  por  dona  Felipa  de  la  Paz: 

*En  él  celebraré  la  angustia  y  llanto 
que  causa  amor,  pues  padecí  diez  años.» 

De  lo  cual  resulta  que  su  peirar quesea  pasión  data 
de  1567,  y  que  te?idria  diez  y  siete  anos  aquel  3  de 
mayo  de  1567  cantado  en  un  soneto,  al  que  habría 
que  asignar  ese  día  y  ?nes  del  año  de  1572,  y  que  co- 
mienza asi: 

«Fué  mi  alma  en  su  dulce  prisión  puesta 
del  año  el  quinto  mes  al  tercer  día, 
cuando  la  excelsa  Hispalis  hacía 
a  la  sagrada  Cruz  solemne  fiesta... 
Aun  no  cubría  mi  rostro  el  primer  vello...» 


Juan  de  la  Cueva.  125 

I  entendereys  lo  qu'en  razón  s'entiende, 
cuánto  devo  a  mi  suerte,  que  permite 
ser  de  tal  mano  al  daño  mío  guiada.» 

Gran  parte  de  las  composiciones 
líricas  de  esta  época  y  de  la  que  si- 
gue inmediatamente  a  su  regreso  a 
Sevilla,  son  crónicas  autobiográficas 
rimadas.  De  éstas  deben  separarse 
los  datos  cronológicos  y  los  que  de- 
nuncian la  psicología  del  autor,  de 
los  puramente  literarios.  Desde  ese 
punto  de  vista  nada  huelga  en  ellas. 

La  inquietud  espiritual  de  Juan  de 
la  Cueva  puede  seguirse  en  esas  con- 
fesiones rimadas. 

Al  deseo  de  cambiar  la  agitación 
de  la  ciudad  por  el  reposo  de  la  al- 
dea — tema  muy  usado  retóricamente 
desde  la  antigüedad  clásica,  pero  que 
en  su  pluma  resulta  sincero — ,  siguen 
los  versos  haciendo  votos  por  que  los 
amigos  compartan  con  él  la  calma 
lograda.  Mas  no  tardará  en  abomi- 
nar, aburrido,  de  esa  misma  calma. 


126      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Deleitase  a  su  llegada  a  México  en 
la  placidez  de  aquella  vida: 

«Un  tiempo  corre  sólo,  un  solo  viento 
mueve  las  nubes  que  distilan  oro, 
donde  se  satisface  el  pensamiento.» 

Lo  que  más  le  agrada  es  haber  rea- 
lizado su  aspiración  de  libertad: 

«Vivo  en  mi  libertad  y  gusto  mío... 
mi  voluntad  me  rige  y  me  gobierna, 
y  del  que  así  no  vive  burlo  y  río. 

La  aspereza  de  un  monte,  una  caverna... 
estimo  en  más,  en  libertad  gozada, 
que  poseer,  desposeído  della, 
del  mundo  la  ciudad  más  celebrada.» 

Y  como  se  siente  momentánea- 
mente satisfecho,  quiere  que  los  su- 
yos compartan  su  felicidad,  y  escribe 
al  maestro  Girón  ': 

1  En  la  VI  de  las  « Epístolas» ,  donde  están  asi- 
mismo los  versos  citados  antes,  y  que  ocupa  en  el  Ma- 
nuscrito autógrafo  de  las  «Rimas»,  existente  en  la 
Biblioteca  del  Cabildo  Eclesiástico  de  Sevilla,  los  fo- 
lios ijj-6l.  Ni  esta  ni  ninguna  de  la  r  cartas  escritas 
en  México  figuran  entre  los  versos  de  Cueva  incluí- 


Juan  de  la  Cueva.  i  27 

«Y  así  vivo  contento;  y  de  manera, 
que  a  ser  posible,  como  no  es  posible, 
que  a  Méjico  os  viniérades  pidiera. 

Viviérades  aquí  en  vida  apacible, 
llamo  en  vida  apacible  en  vida  suelta, 
entre  gente  quieta  y  convenible.  ¿ 

Bien  pronto  la  nostalgia  de  Sevilla 
le  desesperará  de  nuevo,  y,  por  eso, 
dice  a  su  hermano  Claudio  ': 

«Los  alegres  placeres  han  huido 
y  el  descanso  que  siempre  nos  seguía, 
Claudio,  desde  el  postrero  y  cierto  día 
que  partimos  del  dulce  y  patrio  nido. 

Hemos  a  tales  términos  venido, 
que  nos  congoja  y  pena  el  alegría; 
pues  en  tierra  ni  en  mar  hallamos  vía 
por  donde  ir  a  buscar  el  bien  perdido. 

La  memoria  nos  daña  con  su  arte, 

dos  en  las  <¡.Flores  de  Varia  Poesía».  A'o  es  de  extra- 
ñar, porque  hay  que  tener  presente  que  sólo  se  con- 
serva una  parle  del  códice,  y  que  entre  las  que  se 
perdieron  estaba  el  «Libro*  destinado  a  <¡lo  mismo», 
donde  tenían  su  lugar  las  epístolas. 

1  Soneto  59  del  códice  Ms.,f.  74,  «Al  Inquisidor 
Claudio  de  la  Cueva,  »i¿  hermano,  estando  en  Méxi- 
co». Lo  reproduce  Gallardo,  Col.  641-42, 


1 28      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

pues  ella  nos  presenta  ante  los  ojos 
lo  que  el  mar  con  tendido  brazo  parte. 

Esfuerza  nuestras  lágrimas  enojos, 
y  no  ve  que  no  es  gloria  en  esta  parte 
mostrar  a  los  vencidos  los  despojos.» 

Tras  de  poco  más  de  dos  años  de 
ausencia  logra  regresar.  Sus  amigos  y 
parientes  debieron  de  haberle  acon- 
sejado cuando  emprendió  el  viaje  que 
reprimiera  su  sinceridad  impetuosa. 
En  la  carta  en  tercetos,  que  a  bor- 
do de  la  nao  que  de  retorno  de  In- 
dias le  trae  en  1577,  escribe  a  su  pri- 
mo Zamudio  de  Alfaro  '  — el  médico 
de  Felipe  II  de  quien  antes  hablé — , 
le  promete  corregirse,  no  sin  cierta 
desconfianza  y  triste  ironía: 

«De  en  medio  de  las  ondas  alteradas 
del  bravo  mar,  ¡oh  caro  señor  mío!, 
doy  al  viento  las  velas  desplegadas... 

Porque  viendo  el  notable  mudamiento, 
en  las  frágiles  cosas  de  esta  vida, 
que  se  resuelven  como  sombra  en  viento, 

1     Epístola  IV,  f.  70  a  73  del  citado  Ms. 


Juan  de  la  Cueva.  1 2  9 

reduzco  la  memoria  divertida 

en  tantas  variedades  cuantas  veo...» 

Piensa  anticipadamente  en  la  ven- 
tura del  regreso  y  dice: 

«Gozaré  a  mi  placer  del  aire  puro, 
cantaré  libremente  en  la  ribera 
de  Betis,  que  rodea  el  patrio  muro; 

repartiré  la  vida  de  manera 
que  me  tengan  envidia  los  presentes 
y  los  que  el  siglo  por  venir  espera. 

Templaré  los  altivos  accidentes 
de  la  invidia,  del  mundo  señoreada, 
cortando  el  hilo  a  libres  maldicientes...» 

Y  aquí  entra  el  programa  de  su  fu- 
tura corrección: 

«Dejaré  al  arrogante  en  su  locura, 
al  altivo  en  su  vana  confianza, 
al  avaro  en  su  hambre  sin  hartura. 

Reiréme  del  que  pone  su  esperanza 
en  el  que  espera  en  otro  su  remedio, 
siendo  menos  que  nada  su  privanza. 

Puesto,  señor,  en  este  justo  medio, 
huiré  lo  malo,  elegiré  lo  bueno, 
a  la  razón  siguiendo  que  anda  en  medio. 

Sabré  aprobar  aquello  que  condeno 

9 


130      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados 

por  malo,  y  conocer  abiertamente 
el  odio  oculto  del  doblado  seno. 

Sabré,  si  me  agravare  el  accidente 
de  la  necesidad  que  tanto  estraga, 
aplicarle  el  remedio  conveniente.» 

Como  Cervantes,  en  el  Viaje  del 
Parnaso,  se  declara  culpable  de  su 
suerte: 

«Que  ya  me  vi  con  ella  tan  pujante, 
que  un  carlín  diez  mundos  estimaba, 
y  ciento  los  tenía  en  un  cuadrante...» 

Y  cae  de  nuevo  en  una  angustiosa 
incertidumbre: 

«Con  estas  cosas  de  juicio  salgo, 
y  ellas  a  tal  extremo  me  han  traído, 
que  he  de  librar  por  loco  o  por  hidalgo. 

Porque  según  mi  pecho  veo  encendido 
de  las  congojas,  que  me  traen  despierto, 
fuera  de  mí,  de  medio  y  de  sentido, 

hacen  que  siga  un  vano  desconcierto, 
una  sospecha,  un  ofuscado  engaño, 
un  seguir  lo  dudoso  y  no  lo  cierto, 

un  no  entender  el  claro  desengaño, 
un  privar  la  razón  con  impaciencia, 
un  excluir  el  bien  buscando  el  daño...» 


Juan  de  la  Cueva.  1 3 1 

Al  repatriarse  a  Sevilla,  la  vida  li- 
teraria de  que  tantas  veces  renegó, 
antes  y  después,  le  absorbe  de  nue- 
vo, y  no  hay  renglón  suyo  en  que 
embozada  o  manifiestamente  no  apa- 
rezca una  sátira: 

«Verás  un  gran  poemista  heroico,  apuesto, 
que  si  miras  que  es  suyo  o  traducido, 
queda,  cual  la  corneja,  descompuesto...1» 

dice,  y,  por  si  fuese  poco,  la  empren- 
de contra  todos  los  italianizantes, 
añadiendo: 

«Y  será  cuerdo  andarse  a  imitacionos, 
que  en  ellas  está  todo  aderezado, 
cual  el  que  come  a  pasto  en  bodegones. 

No  tiene  que  aguardar  que  sea  guisado, 
mas,  cual  dicen,  sentarse  a  mesa  puesta, 
donde  es  igual  a  su  deseo  el  recado. 

Así  éstos  que  siguen  la  floresta 
de  Italia,  y  a  su  ingenio  no  se  atreven, 
hallan  en  ella  en  que  colmar  su  cesta.» 

1  Epístola  I  al  co?ide  de  Gelves,  f.  23  a  28  del 
citado  Ms.  de  las  «Rimas*.  Lo  mismo  que  los  versos 
siguientes  la  reproduce  en  gran  parte  Gallardo. 


132      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Y  arguye,  fingiendo  una  réplica. 

*  Muchos  dirán  que  es  esto  humor  de  loco, 
porque  los  que  más  saben  ejercitan 
lo  que  repruebo  yo  y  estimo  en  poco. 

Que  si  ellos  traducen  o  si  imitan, 
que  Virgilio  imitó  y  tradujo  a  Homero 
y  que  por  eso  no  lo  inhabilitan.» 

O  más  rudamente: 

«Y  al  sacro  ingenio  stagireo  se  atreve 
un  pedante,  un  bufón,  un  saltambanco: 
que  dicen  que  es  alumno  de  las  nueve. 

Hacen  con  los  empíricos  estanco 
de  la  deidad  de  Apolo,  y  sin  respeto 
en  que  den,  ponen  la  virtud  por  blanco. 

Al  más  libre,  a  este  foro  hacen  sujeto, 
sin  distinción  y  sin  guardar  decoro 
hablan,  y  el  que  más  habla  es  más  discreto  '. 

Ninguno  de  los  improvisadores  de 
epístolas  supo  rimar  con  más  facilidad 
que  Cueva  los  sucesos  de  la  vida  dia- 
ria. Cuántas  páginas  no  necesitaron 
los  cronistas  o  analistas  particulares 

1     Epístola  VIII  a  Pacheco,  f.  187  a  192. 


Juan  de  la  Cueva.  1 3  3 

o  asalariados  — de  Cabrera  a  Ariño — 
para  contar  en  prosa  lo  que  con  más 
claridad  dice  Cueva  en  la  carta  que, 
sobre  los  sucesos  de  Sevilla,  dirige  a 
Claudio  en  el  mes  de  enero  de  1904: 

«Ayer  salió  de  nuestro  patrio  asiento 
para  Valladolid  nuestro  prelado, 
a  que  nadie  alcanzó  su  pensamiento. 

Unos  dicen  que  va  del  Rey  llamado 
para  traer  la  Reina  aquí  a  Sevilla; 
otros  dicen  que  no,  sino  forzado. 

Que  va  a  la  presidencia  de  Castilla 
dicen  otros,  y  otros  que  va  a  Francia; 
otros  truecan  en  Ñapóles  su  silla. 

Cosa  cierta  que  sea  de  importancia 
tocante  a  esto  nadie  lo  ha  sabido, 
ni  hace  el  vulgo  en  afirmalla  instancia. 

El  Rey  viene;  el  cabildo  está  dormido; 
la  ciudad  arruinada  de  avenidas; 
el  tesoro  de  Indias  detenido. 

Trocadas  las  monedas  conocidas; 
sin  puente  el  río,  y  el  pontero  preso; 
almenas  y  aduanas  destruidas. 

Los  dones  andan  con  el  aire  a  peso; 
venden  las  cortesías  de  barata, 
y  hoy  quebró  el  banco  general  del  seso. 


134      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Los  coches  se  reforman,  y  se  trata 
que  haya  menos  galanes  escuderos, 
y  que  no  traigan  los  chapines  plata. 

Han  bajado  de  marca  los  sombreros, 
que  ya  su  gala  inglesa  no  la  quieren, 
que  mayorazgo  fué  de  sombrereros. 

Que  sean  conocidas  las  que  dieren 
mozas  para  servir  o  poner  amas, 
y  las  casas  de  gula  se  moderen. 

Oue  atajen  las  cautelas  y  las  tramas 
de  la  gente  holgazana  mariscante, 
y  haya  tasa  en  los  dones  de  las  damas. 

Finalmente,  señor,  no  voy  delante 
con  mis  nuevas;  que  tocan  a  maitines, 
y  el  sueño  me  ha  vencido  en  este  instante 
y  mi  musa  cayó  de  los  chapines.» 


Mucho  más  fácil  que  leer  a  Juan 
de  la  Cueva  es  condenar  su  obra 
poética  en  conjunto,  como  han  hecho 
v  siguen  haciendo  los  más  conocidos 
vulgarizidores  literarios.  En  las  colec- 
ciones de  Cueva  está  esbozada  toda 
la  lírica  posterior,  quizá  con  más  cla- 
ridad que  el  teatro  de  que  fué  pre- 
cursor. A  propósito  del    Coro  Febeo, 


Juan  de  la  Cueva.  135 

dijo  Gallardo  que  sus  romances  eran 
-acaso  los  peores  que  se  leen  en  cas- 
tellano». Y  se  han  venido  repitiendo 
sus  palabras,  sin  tener  en  cuenta  que 
entre  los  versos  que  copia  después, 
está  un  romance  amoroso  digno  de 
la  primera  manera  de  Lope: 

<  Liris,  si  casarte  quieres, 
no  es  bien  que  yo  te  lo  estorbe, 
ni  que  por  mí  se  te  impida 
la  que  tú  por  suerte  escoges, 
que  no  habrá  nublo  de  ausencia 
que  me  turbe  o  descolore, 
ni  desdén  que  me  dé  pena 
para  que  mi  vida  apoque; 
pues  ya  no  irTenciende  el  celo 
ni  las  entrañas  me  roe, 
qu'el  corazón  tengo  armado 
de  cortezas  de  alcornoque, 
en  que  topan  las  saetas 
del  amor,  sin  que  en  él  toquen, 
y  se  vuelven  hacia  tras 
sin  ofenderme  su  golpe. 
Que  no  tiene  amor  poder 
sino  en  quien  teme  su  nombre; 
del  cual  quieto  y  seguro 


136      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

gozo  del  tiempo  que  corre, 
y  no  porque  a  mi  deseo 
falta  quien  le  corresponde; 
que  bien  conoces  a  Ismenia, 
a  Celia,  a  Jacinta  y  Cloe, 
y  sabes  bien  si  me  quieren 
o  me  niegan  sus  favores. 
Mas  porque  conozco  el  yerro, 
y  conozco  que  no  hay  hombre 
que  viva  libre  de  queja 
cuando  amor  más  le  socorre, 
por  eso  huigo  y  no  quiero 
atarme  a  un  nudo  que  ahogue 
sino  que  de  suerte  sea, 
que  cuando  quisiera  afloje...» 

y  un  romance  satírico  que  a  trechos 
se  diría  de  Quevedo,  cuando  increpa 
a  cierto 

«Bachiller  de  un  solo  libro, 
y  esse  mal  estudiado; 
usurpador  de  agudezas, 
gran  jugador  de  un  vocablo, 
zángano  de  la  Poesía, 
de  obras  ajenas  estanco...» 

Y,  por  último,  ¿quién  dio  en  mejor 
castellano,  más  limpio  y  sobrio,  con- 


Juan  de  la  Cueva.  137 

sejos  acerca  del  estilo,  como  los  de 
este  poeta  desigual?;  consejos  que  oja- 
lá hubiera  tenido  presente  él  mismo: 

En  un  estilo  llano 
dulce,  fácil,  de  todos  entendido, 
canta  el  mal  inumano 
del  Amador  rendido, 
sin  ser  de  alguna  affectación  movido... 

Usa  de  lengua  pura, 
d'estilo  fácil,  suelto  i  elegante, 
huye  la  ligadura 
del  raro  consonante 
si  el  verso  haze  escabroso  u  arrogante. 

Di  lisa  i  sueltamente 
lo  que  quieres  dezir,  qu'este  no  es  vicio: 
que  bien  verá  el  prudente 
que  usa  este  exercicio, 
qu'es  cuydado,  i  no  falta  de  artificio  \ 

O  aquel  otro,  tan  justo  de  idea  y 
claro  de  expresión: 

No  explica  bien  el  alma  de  un  conceto 
el  que  se  va  tras  el  galano  estilo 
a  la  dulzura  del  hablar  sujeto... 

1     Canción  nxlm.  4,  folio  4j  del  manuscrito. 


III 


NO  voy  a  contar  aquí  los  argu- 
mentos de  sus  Comedias  y  Tra- 
gedias. El  lector  podrá  hallarlos,  abre- 
viadamente, encabezando  a  manera 
de  introducción  cada  una  de  ellas,  y, 
con  más  detalles,  precediendo  a  cada 
jornada.  A  qué  repetir  lo  que  ya  está 
escrito,  ni  menos  cuando  perdería  al 
pasar  por  pluma  ajena  — como  en  este 
caso —  la  gracia  que  le  prestan  en  el 
original  hasta  sus  incorrecciones  de 
forma,  y  el  interés  de  la  misma  rude- 
za o  sequedad  de  estilo  con  que  se 
retratan,  y  en  ocasiones  se  halagan, 
vicios  o  pasiones  populares.  Porque 


140      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

si  Cueva  no  se  aviene  a  ninguna  regla 
de  composición  dramática  — ni  a  las 
reglas  clásicas  ni  a  las  que  él  mismo 
arbitrariamente  habría  de  inventar  y 
formular  en  el  Ejemplar  Poético,  olvi- 
dándose  de  lo   que   había  practica- 
do— ,  menos  atención  les  concede  a 
los  dictados  y  preceptos  de  la  con- 
ciencia común.  Se  coloca,  impasible- 
mente, fuera  de  toda  moral;  no  ya 
la  de  hoy  o  la  de  entonces,  sino  la 
de   cualquier  tiempo:   « más  allá  del 
bien  y  del  mal»,  como  diría  Nietz- 
sche.  Ve  los  crímenes  más  atroces,  el 
parricidio  y  el  fratricidio,  con  toda 
serenidad,  y  hasta  los  juzga,  desde  el 
punto   de  vista  de  la  pasión,  como 
obras  meritorias. 

Entre  las  poesías  líricas  y  la  vida 
de  este  autor  hay  un  nexo  directo  e 
inmediato;  pero  la  impersonalidad  del 
escritor  dramático  es  desconcertante. 
El  alma  de  ese  poeta  — llena  de  pie- 
dad filial — ,  en  quien  los  afectos  ínti- 


Juan  de  la  Cueva.  141 

mos  pasan  con  frecuencia  de  lo  tier- 
no a  lo  ridículo,  en  dedicatorias  y  en 
descripciones  familiares,  no  hay  ma- 
nera de  descubrirla,  en  el  impulso 
brutal  del  que,  por  razón  de  Estado, 
perdona  el  fratricidio  en  El  Príncipe 
Tirano,  y  llega  a  loarlo  y  a  admirarlo 
en  La  Constancia  de  Arcelina,  por  ra- 
zón de  amor. 

Y  es  que  Cueva,  sincero  hasta  la 
puerilidad  en  su  lírica,  es  improvisa- 
dor e  inconsciente  hasta  lo  descabe- 
llado e  injusto  en  su   dramática.  De 
ahí  sus  aciertos  y  sus  errores:  la  bon- 
dad y  la   gracia  de  algunos   de   sus 
versos,   y   el  prosaísmo  de  muchos. 
La  prosa  de  nuestra  vida  diaria  no 
se  tornará  jamás  en  poesía,  redimida 
por  la  música   del  verso;    antes  se 
hará  éste  prosaico  al   contacto  con 
la   vulgaridad    vivida,    si    el   poeta, 
primero  que  la  rima  y  el  ritmo,  no 
encuentran    en    sí,    íntimamente,    la 
esencia  de  poesía  que  existe  en  el 


142      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

diario  vivir:  y   Cueva  la  halló  pocas 
veces. 

La  impersonalidad  del  poeta,  como 
autor  dramático,  le  da  medios  para 
crear  caracteres  diversos  e  indepen- 
dientes; pero  la  impasibilidad  en  Cue- 
va traspasa  en  ocasiones  los  límites 
de  la  indiferencia  y  llega  a  manifes- 
tarse en  equivocadas  simpatías  por 
personajes  claramente  criminales.  Qui- 
zá ahondando  sobre  este  detalle  dié- 
ramos con  algunas  ideas  arraigadas 
en  su  auditorio,  muy  diversas  de  las 
que  hoy  privan;  a  no  ser  así,  cada 
una  de  estas  obras  hubiera  sido  un 
ruidoso  fracaso. 

Arcelina  mata  a  su  hermana  Cri- 
sea,  disputándole  a  un  hombre  sobre 
el  que  no  tiene  derecho  alguno,  y 
que  ni  la  quiere  ni  la  ha  querido  ja- 
más, y  sólo  por  gozar  de  sus  amores, 
como  dice  desenfadadamente  el  ar- 
gumento; y  sus  jueces,  y  su  padre 
mismo,  la  perdonan,  alaban  su  cons- 


Juan  de  la  Cueva.  143 

tancia,  y  claro  se  dice  que  el  encierro 
en  un  convento,  con  que  se  la  casti- 
ga, no  será  sino  pasajero.  En  cambio 
a  Menalcio,  causa  involuntaria  de  la 
tragedia,  tipo  grotesco  — propusiéra- 
se  o  no  el  autor  presentarlo  así — , 
por  no  callar  que  Arcelina  fué  la  cul- 
pable de  la  muerte  que  a  él  se  le  im- 
putaba, aun  demostrada  su  inocencia 
al  pie  del  patíbulo,  se  le  condena  a 
destierro,  sin  duda  por  antipático. 

Cueva  estima  más  que  el  acto  la 
prontitud  en  ejecutarlo: 

«Que  más  que  el  hecho  la  presteza  estimo», 

hace  decir  Cueva  al  Conde  de  Cabra 
en  La  Muerte  del  Rey  Don  Sancho,  y 
no  parece  sino  que  tales  palabras  las 
tuvo  por  divisa  al  componer  sus  obras 
escénicas,  todas  manifiestamente  im- 
provisadas. 

Como  fuentes  del  teatro  de  Cueva, 
en  las  obras  que  no  son  de  pura  in- 
ventiva,  tenemos,   en  primer  lugar, 


144      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

sus  reminiscencias  clásicas.  De  Virgi- 
lio y  de  Ovidio,  «a  quien  desde  su 
primera  edad  fué  muy  dado  y  aficio- 
nado», según  nos  cuenta  en  su  pró- 
logo el  maestro  Girón,  las  hay  hasta 
en  las  comedias  de  asunto  español. 
En  Los  siete  Infantes  de  Lara  comien- 
za la  jornada  tercera  con  una  escena 
entre  Cayda  y  Haxa,  imitada  de  la 
Pharmaceutria ,  de  Virgilio  — según 
notó  ya  Menéndez  Pidal — .  Las  evo- 
caciones y  sortilegios  de  esa  y  otras 
comedias  no  son  sino  paráfrasis  frag- 
mentarias de  las  mismas  fuentes.  En 
Ovidio  halló  alguna  trama  escénica 
completa;  la  de  Ayax  Telamón,  saca- 
da del  libro  XIII  de  Las  metamorfo- 
sis. Cueva  diluye  el  tema  en  cuatro 
larguísimas  jornadas,  pero  alguna  vez 
traduce,  siquiera  sea  libremente. 

Que  Cueva  conoció  los  originales 
latinos  es  indudable;  aunque  es  de 
creer  que  no  habría  abordado  este 
último  asunto   si  la  Crónica  troyana, 


Juan  de  la  Cueva.  145 

tan  reimpresa  a  partir  de  las  edicio- 
nes incunables,  no  lo  hubiera  hecho 
popular. 

Otro  tanto  podría  decirse  de  La 
muerte  de  Virginia  y  de  La  libertad  de 
Roma  por  Mucio  Cévola.  Tito  Livio 
dio  hecho  a  Juan  de  la  Cueva  el  asun- 
to y  la  trama  primera;  pero  los  epi- 
sodios de  la  historia  romana,  insertos 
en  las  crónicas,  no  le  serían  de  segu- 
ro desconocidos  ni  a  él  ni  a  buena 
parte  del  público,  aunque  dudo  mu- 
cho hubieran  llegado  a  la  gran  masa 
de  su  auditorio  popular,  como  no  fue- 
se en  romances  sueltos  del  género  de 
los  que  reunió  el  propio  Cueva  en 
el  Coro  Febeo,  donde  aparecen  algu- 
nos sobre  esos  mismos  sucesos  his- 
toriales. 

Ni  la  contienda  de  Ayax  tiene  pre- 
cedente alguno  en  el  teatro  español 
— y  así  se  cuida  de  contarlo  Cue- 
va en  el  Ejemplar  poético,  hablando 
de  que 


146      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

...  era  lo  que  se  vsava,  sin  qu'el  robo 
de  la  Spartana  Reyna  conociesen — . 

Ni  tiene  tampoco  antecedente  tea- 
tral conocido,  su  Muerte  de  Virginia. 
Es  interesante  cotejarla  con  la  Vir- 
ginia de  Alfieri.  No  es  que  yo  las 
compare  o  relacione  esta  última,  tan 
sobria  y  equilibrada  en  su  neoclasi- 
cismo, con  la  curiosa  producción  de 
Cueva,  atropellada  unas  veces  y  re- 
dundante otras,  pero  a  trozos  llena 
de  vigor  y  de  vida  y  superior,  con 
mucho,  a  cuanto  en  el  género  se  ha- 
bía escrito  en  español  y  en  italiano 
hasta  entonces. 

Tales  elementos  clásicos  son  los 
menos  bien  adaptados  a  la  obra  tea- 
tral de  Cueva.  Con  más  acierto  y  for- 
tuna pone  a  contribución  las  viejas 
crónicas,  y,  sobre  todo,  los  romances 
legendarios.  Ejemplo:  La  Esloria  del 
noble  cauallero  el  Conde  Fernán  Gonzá- 
lez — impresa  en  Toledo  en  15 11  — 
y   el   romance    Convidárame  a  comery 


Juan  de  la  Cueva.  147 

tan  explotados  en  Los  siete  Infa?ites  de 
Lar  a  \ 

Los  precedentes  del  Reto  de  Zamo- 
ra, están  en  los  varios  romances  del 
Cerco  de  Za7nora  y  del  Reto  de  Diego 
Ordóuez,  y  también  en  la  lectura  de 
las  antiguas  crónicas.  En  ocasiones 
parafrasea  unos  y  otras.  Igual  proce- 
dimiento sigue  — como  ya  dije —  en 
las  demás  de  asunto  español.  El  poe- 
ta no  se  detiene  a  planear  la  trama 
escénica:  el  concepto  de  la  forma 
dramática  no  existe  para  él;  en  cuan- 
to al  sentido  histórico  es  enteramen- 
te popular. 

Los  personajes  no  están  modifica- 
dos ni  embellecidos  de  como  la  men- 
te del  pueblo  los  concebía.  Ni  se 
ajustan  tampoco  a  lo  que  estimamos 
como  realidad  histórica.  Diríase  un 
relato  vulgar  recitado  por  varios  cie- 

1  Puede  verse  Menéndez  Pidal,  «La  leyenda  de 
los  Infantes  de  Larat,  Madrid,  1896,  págs.  121  y 
siguientes. 


148      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

gos  que  se  van  cediendo  la  palabra, 
si,  de  tiempo  en  tiempo,  la  glosa  cas- 
tiza de  los  viejos  romances,  algunos 
rotundos  versos  o  alguna  frase  vigoro- 
sa, engaste  de  una  idea  feliz,  no  se- 
ñalaran la  evolución  del  género  y  re- 
dimieran las  mal  llamadas  comedias 
de  tanto  desconcierto  y  tanto  pro- 
saísmo. 

El  contraste  de  las  situaciones  que 
pretenden  ser  épicas,  con  detalles  del 
más  bajo  realismo,  provoca  hoy  la 
risa.  Lo  que  el  Rey  Don  Sancho  ha- 
cía al  ser  traicionado  y  muerto  por 
Vellido  Dolfos,  aunque  muy  humano, 
y  contado  candorosamente  en  los  ro- 
mances del  pueblo,  no  creo  que  se 
haya  mencionado  en  serio  en  ningu- 
na obra  literaria.  El  argumento,  no 
obstante,  dice  textualmente: 

«...  y  assi  se  fué  el  Rey  con  él 
— Vellido — ,  y  siendo  aquexado  el 
Rey  de  una  necessidad  forcosa,  de- 
xandole  su  cavallo  y  vn  venablo,  se 


Juan  de  la  Cueva.  149 

apartó,  y  viendo  el  traydor  de  Velli- 
do descuydado  al  Rey,  le  dio  con  el 
venablo.» 

De  una  frase  aislada  de  Moratín,  a 
la  que  cierto  vulgarizador  mal  infor- 
mado dio  una  interpretación  y  alcan- 
ce que  no  tenía,  salió  la  arbitraria 
conseja  de  que  el  Leucino  del  Difa- 
mador es  el  modelo  primitivo  del  Bur- 
lador de  Sevilla  y  del  Don  Juan  Te- 
norio. Años  ha  que  esta  infundada 
invención  se  viene  repitiendo,  y  ame- 
naza perpetuarse  como  verdad  reco- 
nocida; pero  es  lo  cierto  que  no  hay 
en  el  Difamador  un  solo  rasgo  que  le 
asemeje  al  Don  Juan  en  ninguna  de 
sus  formas  tradicionales.  El  mismo 
nombre  de  la  obra  lo  dice: 

Leucino  es  un  Difamador,  y  nada 
más  que  un  difamador.  Es  un  rico 
necio  y  fanfarrón.  Imagina  que  el  di- 
nero pone  en  sus  manos  las  volunta- 
des ajenas,  sin  excepción  alguna,  y  ni 
siquiera  sabe  usar  del  arma  poderosa 


150      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

de  sus  riquezas.  Nada  logra  si  no  es 
el  castigo  de  sus  intentos,  y  no  es 
Burlador,  sino  burlado.  Por  tanto,  lo 
menos  donjuanesco  posible.  Al  antiguo 
error  se  ha  añadido  recientemente  el 
de  suponer  que  en  la  obra  de  Cueva 
se  inicia  la  comedia  de  capa  y  espa- 
da. El  Difamador  es  una  farsa  mitoló- 
gica, sin  época  ni  ambiente  nacional. 
Si  los  glosadores  de  Moratín  hubie- 
ran seguido  leyendo,  aun  sin  haber 
leído  la  obra  de  Cueva,  habrían  visto 
que,  como  el  mismo  Moratín  dice,  «la 
pieza  es  toda  mitológica,  intervinien- 
do en  ella  Némesis,  el  dios  del  sueño, 
el  río  Betis,  Diana  y  Venus».  Perso- 
najes a  quienes  difícilmente  habría 
asignado  Cueva  ya  la  capa  o  ya  la  espa- 
da como  no  fuera  en  grotesca  parodia. 
Es  de  toda  evidencia  que  no  min- 
tió Lope  de  Vega  cuando  dijo  de  al- 
gunas de  sus  comedias 

«...  En  horas  veinticuatro 
pasaron  de  mis  manos  al  teatro.» 


Juan  de  la  Cueva.  1 5 1 

De  otro  modo  nadie  se  explicaría 
que  hubiera  escrito  las  mil  ochocien- 
tas comedias  y  los  cuatrocientos  autos 
de  que  nos  habla  Montalván,  ni  la 
serie  de  libros  en  que  abordó  todos 
los  géneros  literarios;  lo  mismo  los 
pretéritos,  de.  que  fué  rezagado  culti- 
vador, que  los  entonces  novísimos  a 
que  dio  forma  como  precursor  afor- 
tunado. Pero  mientras  más  se  miran 
sus  comedias,  más  nos  sorprende  la 
fuerza  genial  que  las  creó.  No  están 
mejor  compuestas  las  de  otros  come- 
diógrafos de  entonces,  cuya  produc- 
ción fué  normal.  Las  grandezas  de 
Lope  son  suyas,  y  los  defectos  son, 
por  lo  común,  achaques  de  la  pro- 
ducción literaria  de  aquellos  tiempos. 

El  mérito  absoluto  y  humano  de 
muchas  de  sus  obras  teatrales  se  re- 
vela en  su  constante  actualidad.  Des- 
pojadas en  una  nueva  presentación 
escénica  de  lo  circunstancial  — esti- 
mable todavía  en  el  libro  por  un  pú- 


152      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados : 

blico  de  eruditos —  pueden  interesar 
e  interesan  y  conmueven  al  común 
auditorio,  tres  siglos  después  de  ima- 
ginadas. He  ahí  la  piedra  de  toque  de 
su  perpetuidad.  Xo  así  el  teatro  de 
Cueva,  cuyo  valor  es  histórico:  valor 
de  antigüedad  literaria  que  sólo  toma 
relieve  comparándolo  con  el  arte  que 
lo  precedió  y  con  las  formas  nuevas 
a  que  dio  origen. 

Muchas  comedias  de  Lope  son 
acomodables  a  la  representación  es- 
cénica actual,  y  hasta  en  las  que  aho- 
ra no  serían  representables,  apenas  si 
el  exceso  de  episodios  y  la  abundan- 
cia en  los  detalles,  no  siempre  nece- 
sarios, denuncian  la  improvisación; 
pero  las  escenas  aisladas,  las  páginas 
poéticas,  son  maravillosas  y  a  menu- 
do impecables. Únicamente  «el  mons- 
truo de  la  naturaleza»,  como  le  lla- 
maron sus  contemporáneos,  pudo 
concebir  y  producir  de  ese  modo. 
Dentro  de  las  condiciones  y  exigen- 


Juan  de  la  Cueva.  153 

cias  de  su  tiempo  no  es  raro  que  los 
sucesos  se  desenvuelvan  lógicamente: 
su  desarrollo  y  término  nos  atraen  y 
suspenden  como  lo  impensado  de  la 
vida  misma.  No  así  en  Cueva.  La 
improvisación  es  clara  y  manifiesta 
en  las  escenas  mal  esbozadas  y  en  el 
curso  paradojal  de  las  comedias.  Si  el 
auditorio  no  sabe,  ni  sospecha  ni  ima- 
gina siquiera  lo  que  va  a  pasar,  es  por- 
que el  autor  a  su  vez  ni  lo  sabe,  ni  lo 
sospecha,  ni  puede  imaginarlo  tam- 
poco. Los  sucesos  van  saliendo  de 
su  pluma  con  la  inconsciencia  y  la 
rapidez  vertiginosa  de  la  pesadilla. 
Por  si  las  inverosimilitudes  que  amon- 
tona no  son  bastantes  a  desenredar- 
los, tiene  a  prevención  todo  un  mun- 
do invisible  obediente  a  sus  sortile- 
gios. Como  en  los  libros  de  caballe- 
rías, aunque  en  forma  diversa,  un 
mago,  que  evocará  las  furias  o  los 
espíritus  diabólicos,  tenderá  celadas 
o  librará  de  ellas,  según  sean  vícti- 


154      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

mas  o  protegidos,  a  los  personajes 
de  la.  fábula. 

Es  el  teatro  de  Juan  de  la  Cueva 
género  de  transición  en  el  que,  per- 
sistiendo en  parte  las  formas  conoci- 
das, se  esbozan  nuevas  maneras  lite- 
rarias. Cuando  Juan  de  la  Cueva  quie- 
re pasar  por  humanista,  dándonos  en 
sus  comedias  este  o  el  otro  tipo  que 
recuerda  vagamente  los  del  teatro  la- 
tino, como  el  Barandullo  del  Viejo 
Enamorado,  por  ejemplo,  su  indepen- 
dencia le  traiciona.  Se  esfuerza  por 
demostrar  que  no  en  vano  fué  discí- 
pulo de  Mal  Lara  y  de  Girón;  pero 
está  más  cerca  de  aquellos  maestros 
en  lo  que  tuvieron  de  populares,  que 
en  lo  que  hubieron  de  clásicos  a  la 
manera  antigua.  Por  eso  los  tipos  que, 
bien  o  mal,  inventa,  se  apartan  de  los 
conocidos  modelos.  El  Barandullo 
que  antes  cité,  no  se  parece  sino  muy 
de  lejos  al  miles  gioriosus.  Es  el  matón 
de  pega,  el  falso  jaque  que  vemos  des- 


Juan  de  la  Cueva.  155 

pues  muy  reproducido  en  el  teatro 
andaluz.  Dos  o  tres  escenas  picares- 
cas de  la  comedia  hacen  lamentar  que 
Cueva  no  cultivara  más  frecuente- 
mente ese  género  de  sátira  vivida,  y 
perdiera  el  tiempo  haciendo  interve- 
nir en  sus  comedias  a  magos  y  a  fu- 
rias infernales,  trasunto  deformado 
popularmente  de  ciertos  episodios 
fantásticos  de  las  narraciones  caba- 
llerescas. 

En  el  cultivo  de  las  letras  en  Se- 
villa hay  en  aquel  período  una  con- 
dición digna  de  observar,  y  que  se 
nota  también  en  Valencia,  como  ciu- 
dades puestas  por  su  movimiento  y 
riqueza  en  contacto  directo  con  los 
grandes  centros  del  Renacimiento 
italiano.  En  las  ciudades  castellanas, 
ya  entonces  pobres,  o  a  intervalos 
empobrecidas,  donde  la  vida  corre 
monótona  entre  una  esperanza  dudo- 
sa y  un  recuerdo  triste  y  sangriento, 
arraiga  el  misticismo,  y  la  poesía,  que 


156      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

alcanza  solemnidad  de  oración  en  sus 
grandes  poetas,  tiene  serenidad  de 
rezo  hasta  en  la  monotonía  de  los 
mediocres.  El  sentido  del  clasicismo 
pagano  persiste  en  ellas  casi  siempre 
como  manifestación  erudita  y  en  su 
prístina  forma.  No  así  en  la  vida  de 
Sevilla  y  Valencia,  entonces  tan  ri- 
cas, tan  activas  y  varias.  Los  huma- 
nistas mismos  no  ven  a  los  clásicos 
sino  como  realidad  viva.  El  elemento 
popular  entra  en  la  obra  de  los  maes- 
tros y  trasciende  de  igual  modo  en  la 
Filosofía  Vulgar  de  Mal  Lara  que  en 
los  volanderos  escritos  anónimos.  No 
existe  el  dogmatismo.  Girón,  en  el 
prólogo  que  pone  a  las  obras  de  Cue- 
va, dice:  «los  leyentes...  pueden  ir  es- 
cogiendo mientras  leen  las  que  más 
hacen  a  su  paladar,  y  dejar  las  otras 
para  los  que  a  su  elección  tienen  por 
mejores  aquellas  que  otros  no  esti- 
man por  buenas,  y  así  no  hay  duda 
sino  que  hallando  cada  escritura  su 


Juan  de  la  Cueva.  157 

semejante  a  quien  dar  gusto,  que 
unos  y  otros  hallarán  mucho  en  este 
libro  de  gustar  y  aprovecharse»  '. 

Cueva,  que  desde  su  niñez  tradujo 
a  los  clásicos  latinos,  y  era  italiani- 
zante fervoroso  en  su  mocedad,  pa- 
sada ésta,  lo  fué  mucho  menos  que  la 
mayoría  de  sus  contemporáneos  y  de 
sus  inmediatos  sucesores.  Mientras 
aquéllos  iban  a  Italia,  y  tomaban  del 
Renacimiento  italiano  lo  mejor  y  más 
amplio,  que  estaba  en  el  ambiente  y 
no  en  los  libros.  Cueva  pasó  a  Amé- 
rica, lo  que,  dado  su  temperamento, 
pudo  producir  y  produjo  algunos  ver- 
sos curiosos  y  valiosos  por  la  verdad 
de  los  elementos  históricos  en  ellos 
conservados  y  poetizados,  algo  más 
que  mediocremente,  pero  restó  a  su 
cultura  las  enseñanzas  que  mejor  in- 
fluyeron en  otros  ingenios  de  enton- 
ces. Quizá  benefició  al  españolismo 

1     Ed.  cit.  de  1582. 


1 5S      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

de  sus  continuadores  en  menoscabo 
de  su  gloria  personal.  Cueva  siguió 
teniendo  en  su  poesía  elementos  ita- 
lianos sacados  de  los  libros;  pero 
siempre  se  les  sobrepuso  su  tempe- 
ramento, ya  no  independiente,  sino 
indómito,  falto  de  esa  armónica  be- 
lleza que  la  influencia  de  la  Italia  am- 
biente había  dado,  y  habría  de  dar 
dentro  de  su  personal  originalidad, 
lo  mismo  a  Juan  del  Encina  que  a 
tantos  otros:  desde  Cetina  a  Espinel; 
desde  Alemán  a  Quevedo,  y  sobre 
todo  al  mismo  Cervantes. 

Lope  es  una  excepción,  porque, 
sin  salir  de  España  — sus  dos  embar- 
ques no  fueron  sino  fugaces  escapa- 
torias— ,  en  sus  varias  andanzas  y 
destierros  recogió  en  sí  toda  la  poe- 
sía de  su  tiempo:  lo  mismo  la  de  Se- 
villa que  la  de  Valencia.  Ambas  ra- 
mas de  tradición  teatral  hallan  en  él 
su  perfección  y  complemento,  y  en 
la  gama  de  su  lírica  está,  con  la  de 


Juan  de  la  Cueva.  1 59 

Castilla,  la  de  España  entera  en  sus 
varios  matices.  Fué  y  es  único  en  su 
multiplicidad.  Algunos  de  nuestros 
grandes  escritores  le  igualan,  y  aun 
le  sobrepujan  en  la  perfección  y  pro- 
fundidad de  ciertos  géneros  poéticos; 
pero,  en  conjunto,  su  obra  formidable 
no  la  mina  la  astucia  experimentada 
de  Tirso,  ni  la  menoscaba  el  saber 
equilibrado  y  meticuloso  de  Alarcón, 
ni  la  ofusca  la  deslumbradora  luz  de 
Góngora,  ni  la  mella  siquiera  su  sáti- 
ra, tan  demoledora  como  el  poderoso 
ariete  del  sarcasmo  de  Quevedo:  que- 
da inconmovible  y  sola,  si  se  excep- 
túa la  obra  de  Cervantes,  espíritu  de 
elección,  que  no  es  de  España,  sino 
de  la  humanidad.  Una  de  las  mayo- 
res glorias  de  Juan  de  la  Cueva  es  ha- 
ber sido  el  iniciador  y  en  cierto  modo 
el  maestro  de  Lope.  Y  ambos  fingie- 
ron ignorarse,  y  en  sus  escritos  no  se 
nombraron  jamás. 


MATEO      ALEMÁN 


11 


De  la  edición  príncipe  del  Guzmán  de  Alfarache. 


I.— MATEO  ALEMÁN,  SU  VIDA  Y  SUS  OBRAS: 

Desenvolvimiento  de  la  doble  personalidad  moral  y  lite- 
raria de  Mateo  Alemán. — El  picaro  t  el  filósofo. — Histo- 
ria del  autor  del  «Guzmán  de  Alfarache».  —  Dónde  la 
habían  dejado  los  verdaderos  biógrafos. — Su  viaje  a  Indias: 

EL  IMAGINADO  Y  EL    DOCUMENTALMENTE    CIERTO. — LOS  «Sl"CESOÍ¿> 
COMO  FUENTE  DB  NOTICIAS  AUTOBIOGRÁFICAS. 

II.  —  ÚLTIMOS      ESCRITOS: 

Clave  de  los  «Sucesos  de  fray  García  Guerra». — El  Arzo- 
bispo emplazado.  —  Una  conseja  conventual. — La  verdad 
sobre  el  carácter  del  Arzobispo-Virrey.  — Un  protector 
funesto.— Las  supersticiones  y  la  gratitud  de  Mateo  Ale- 
mán.— Los  SUCESOS  RÍALES  que  parecen  imaginados. 


INSTINTO  y  conciencia;  impulso 
apasionado  y  remordimiento  re- 
flexivo; engaño  mañero  y  confesión 
sincera,  van  del  brazo  por  las  páginas 
de  Mateo  Alemán,  como  van  de  con- 
tinuo por  el  mundo. 

Diríase  que  en  su  espíritu  dialogan 
un  filósofo  estoico  y  un  hampón  des- 
enfadado: el  mejor  de  sus  libros,  el 
Guzmán  de  Alf carache,  no  es  sino  un 
largo  coloquio  entre  el  moralista  y 
el  picaro  que  Alemán  lleva  en  sí. 
Los  ardides  y  trazas  del  uno  comén- 
tanse  con  las  moralidades  del  otro, 
y  la  aspereza  y  severidad  de  los  con- 


1 68      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

sejos  filosóficos  alégralas  y  ameníza- 
las el  relato  de  las  picarescas  aven- 
turas. 

Cierta  crítica  miope  no  lo  enten- 
dió así  y  aun  se  atrevió  a  indicar  cor- 
tes y  supresiones  que  despojarían  al 
libro  de  su  carácter  peculiar  '.  En  no- 
velas como  las  Ejemplares  de  Cervan- 
tes, donde  el  ejemplo  se  desprende 
de  la  narración  misma,  el  autor  — no 
el  editor,  a  quien  jamás  han  de  permi- 
tírsele semejantes  libertades —  pudo 
haber  suprimido  los  consejos  o  mo- 
ralejas con  que  las  cierra,  y  que  huel- 
gan en  ocasiones  tanto  como  en  El 
Celoso  Extremeño.  Al  fin  y  al  cabo,  al 
concebirlas,  no  los  consideró  necesa- 
rios — como  se  desprende  de  los  bo- 
rradores hallados  2 — ;  pero  en  El  Pi- 
caro los  comentarios  morales  y  los 


1  Refiérome  al  prólogo  e  indicaciones  7/targinales 
en  la  Biblioteca  de  Rivadeneyra. 

2  Los  del  códice  de  Porras,  publicados  por  Bosar- 
ic  y  reproducidos  en  las  recientes  ediciones  criticas. 


Mateo  Alemán.  169 

relatos  de  los  sucesos  se  entremezclan 
de  tal  modo  que  al  propio  Mateo 
Alemán  le  sería  imposible  disgre- 
garlos. 

Quien  paso  a  paso  siga  la  historia 
del  autor  del  Guzmdn,  le  verá  desen- 
volverse en  la  doble  personalidad 
reflejada  en  su  libro.  A  la  vez  que 
se  entrega  de  niño  a  los  precoces 
estudios  de  que  se  jacta  en  su  Or- 
tografía, iniciase  en  los  secretos  del 
hampa,  sirviéndole  para  el  efecto 
la  gran  universidad  picaresca  de  la 
Real  Cárcel  sevillana,  de  la  que  Her- 
nando Alemán,  su  padre,  era  mé- 
dico. 

Muy  mozo  aún,  en  1564,  a  los  die- 
cisiete años  de  su  edad,  gradúase  de 
bachiller  en  la  Universidad  de  Maese 
Rodrigo.  Cursa  ambas  Filosofías,  la 
maleante  y  la  académica,  en  su  vida 
estudiantil,  y  las  practica  en  su  con- 
tinuo trasegar  por  la  Península,  en 
sus  largas  estancias  en  Madrid  y  Se- 


170      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

villa,  en  sus  escapatorias  a  Portugal  y 
a  Italia  — viaje  este  último  cuyos  de- 
talles son  ignorados — .  Aprende  más 
de  las  lacras  del  alma  que  de  las  del 
cuerpo  en  sus  cursos  incompletos  de 
Medicina,  en  Sevilla,  Salamanca  y  Al- 
calá. Paga  con  su  desdicha  matrimo- 
nial una  boda  concertada  en  condi- 
ciones casi  tan  poco  confesables  como 
las  de  El  Casamiento  Engañoso,  que 
nos  contó  Cervantes.  Vive  al  día  de 
los  más  inverosímiles  y  contradicto- 
rios negocios  y  recursos:  lo  mismo  de 
vender  o  discutir  ventas  de  esclavos, 
que  de  administrar  bienes  de  me- 
nores; y  libre  de  encarcelamientos, 
cuando  quizá  más  los  merecía  por 
ciertos  negocios  escabrosos,  y  preso 
otras  veces,  al  parecer  por  ajenas 
culpas,  vérnosle  pasar  a  las  Indias,  fin 
de  su  historia,  conocida  merced  a  los 
datos  que  reunió  Hazañas,  acrecentó 
Gestoso  y  renovó  y  documentó  copio- 
samente Rodríguez  Marín. 


Mateo  Alemán.  1 7 1 

Del  trabajo  de  este  último  '  decía 
Menéndez  y  Pelayo:  «No  puedo  aña- 
dir una  sola  línea  a  la  resurrección 
biográfica  que  ha  hecho  del  gran  no- 
velista sevillano».  Más  afortunado  por 
esta  vez  que  el  eminente  polígrafo, 
voy  a  agregar  un  capítulo,  y  no  de 
los  menos  interesantes,  a  la  vida  de 
Mateo  Alemán.  Por  algo  asegura  el 
adagio  vulgar,  para  consuelo  de  igno- 
rantes y  perezosos,  que  «todo  lo  sa- 
bemos entre  todos». 

Dejan  ambos  escritores  al  autor  del 
Guzmán  de  Alfarache  a  bordo  de  la 
nao  que  a  Nueva  España  debía  con- 
ducirle, y  apenas  si  agrega  Rodríguez 
Marín:  «De  la  breve  estancia  y  quizá 
pronta  muerte  de  Mateo  Alemán  en 
Méjico  no  sabemos  sino  lo  que  se  co- 
lige de  su  Ortografía  Castellana,  que 
ahí  terminó  y  publicó  en   1609».  Y 

1  El  discurso  de  recepción  en  la  Real  Academia 
Española.  Respuesta  al  mismo  de  Menéndez  y  Pe- 
layo  . 


172      Sucesos  reales  qne parecen  imaginados: 

deduce  la  «pronta  muerte»,  de  aquel 
párrafo  en  que  Alemán  pide  se  dis- 
culpen las  erratas  que  no  pudo  corre- 
gir por  la  enfermedad  que  le  aqueja. 
Pero  es  lo  cierto  que  Mateo  Alemán 
no  sólo  no  murió  tan  presto,  sino  que 
ese  mismo  año  publicó  otro  escrito  li- 
terario, que  aquí  reproduzco  en  apén- 
dice, y  cuatro  años  más  tarde,  en  1 6 1 3 , 
dio  a  las  prensas  en  Méjico  dos  de  sus 
últimos  escritos  ':  en  ellos  da  noticia 


1  El  único  ejemplar  conocido  era  propiedad  del 
P.  Andrade,  de  México,  cuando  lo  insertó  trans- 
crito en  su  «Ensayo  bibliográfico  mexicano  del  si- 
glo XVII*, págs.  ¿¡i  y  siguientes: 

«Sucesos  de  D.  Frai  ¡  García  Gera  Arcobispo  de 
Méjico,  a  cuyo  cargo  estuvo  el  govierno  /  de  la  Nue- 
va España,  j  -f-  §  A  Antonio  de  Solazar  Canónigo 
de  I  la  Sania  Iglesia  de  Méjico,  mayordomo  i  admi- 
nistra I  dor  jeneral  de  los  diezmos  i  rentas  della.  ¡ 
§  Por  el  contador  Mateo  Alemán,  criado  del  rei  ¡ 
nuestro  señor.  ¡  Con  licencia,  en  México.  ¡  §  En  la 
cnprenta  de  la  Viuda  de  Pedro  Ballíj  Por  P.  Adria- 
no Cesar,  j  Año  lólj.»  En  4°  La  licencia  una  foja, 
otra  el  Prologo,  el  retrato  del  autor  grabado  e?i  dul- 
ce, y  debajo  impreso:  «legendo  simulque  peragendoi>. 
— Igual  que  el  de  la  Ortografía  castellana. —  La  re- 
lación ocupa  las  fojas  I  a  21.  Sigue  después:  <iOra- 


Mateo  Alemán.  173 

de  su  propia  vida,  a  partir,  cabal- 
mente, del  punto  en  que  lo  pusieron 
a  su  relato  los  biógrafos  de  Alemán. 
Exceptúase  únicamente  entre  éstos 
don  Luis  Fernández  Guerra,  quien 
en  su  A/arcón  fantasea  el  viaje  en  que 
discretamente  Rodríguez  Marín  y  Me- 
néndez  y  Pelayo  no  quisieron  em- 
barcarse. Para  inventarlo,  pone  Fer- 

c  ion  fúnebre  del  Con  \  ¿ador  Mateo  Alemán  criado 
del  rei  nuestro  se  /  ñor  a  la  muerte  de  D.  Frai  Gar- 
da Gera  arco  ¡  bispo  ae  Méjico,  virei  governador  i 
gapitan  je  ¡  fie  ral  de  la  Nueva  España  &".»  Que 
acaba  en  el  folio  33. 

Sabido  es  que  Alemán  inventó  una  ortografía  es- 
pecial para  su  uso,  en  la  que  introdujo  letras  que  no 
existen  en  la  usual  antigua  ni  moderna.  La  «g»  siem- 
pre tiene  sonido  suave  y  la  «j»  fuerte;  la  «r»  tiene 
asimismo  sonido  fuerte,  sin  necesidad  de  duplicarla, 
pues  usaba  un  signo  especial  para  indicar  el  sonido 
suave.  Con  este  sistema  imprimió  su  «Ortografía 
Castellana»  en  160Q,  y  a  él  pretendió  atenerse  e?t  la 
impresión  de  estas  dos  últimas  obras,  que  como  la 
«Ortografía*  salieron  de  las  prensas  de  Balli.  Las 
tratiscripciones  que  hacemos  en  el  cuerpo  del  libro 
son,  respecto  a  algunas  letras,  sólo  aproximadas, pues 
carecemos  de  los  caracteres  inventados  por  Alemán. 
En  lo  citado  en  alguna  nota  usamos  para  mayor  fa- 
cilidad la  ortografía  moderna. 


174      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

nández  Guerra  a  contribución  las 
Relaciones  de  Cabrera  de  Córdoba, 
los  Apuntamientos  relativos  a  la  Mari- 
na española  que  posee  el  Depósito 
Hidrográfico  de  Madrid;  las  descrip- 
ciones insertas  en  el  Semejante  a  sí 
mismo  de  Alarcón;  fechas  y  frases  de 
la  Ortografía  Castellana  de  Alemán;  la 
Historia  de  ¿as  Indias  de  Fernández 
Oviedo;  la  del  Padre  Acosta,  el  viaje 
de  Humboldt,  y  hasta  un  Extracto  de 
autos  y  diligencias  de  reconocimiento  de 
los  ríos,  lagunas,  vertientes  y  desagües  de 
¿a  capital  de  México  y  de  su  valle,  de  los 
caminos  para  su  comunicación,  etc. 

Y  con  todos  esos  elementos,  y  al- 
gunos más  que  me  callo,  al  servicio 
de  su  saber  y  su  laboriosidad,  no 
acierta  en  una  sola  palabra  de  cuanto 
escribe  sobre  ese  viaje,  demostrando 
así  palmariamente  lo  inútil  y  peli- 
groso de  tal  género  de  suposiciones 

literarias. 

*     *     * 


Mateo  Alemán.  175 

Achaque  fué  de  antiguo  en  las  le- 
tras castellanas  — quizá  como  protes- 
ta contra  los  libros  de  soporífera  y 
farragosa  erudición  que  abundan  en 
ellas —  que  se  escribieran  historias 
seminovelescas  de  la  vida  de  nuestros 
mejores  ingenios.  Más  útiles  son  éstas 
ciertamente  que  las  otras,  donde  ape- 
nas si  algún  trapero  literario  podría 
encontrar,  escarbando,  fechas  o  citas: 
promueven,  al  menos,  entre  los  que 
se  interesan  en  esos  asuntos,  el  de- 
seo de  saber  dónde  empieza  en  ellas 
lo  fingido;  pero,  de  todos  modos,  es 
lamentable  que  quienes  estuvieron 
preparados  para  hacer  obra  sólida  y 
verdadera,  y  no  por  serlo  reñida  con 
la  amenidad,  hayan  malgastado  cien- 
cia y  labor  en  semejantes  artificios, 
que  cualquiera  circunstancia  fortuita 
viene  a  desvanecer. 

Quién  había  de  decir  a  don  Luis 
Fernández  Guerra,  cuando  con  tanto 
trabajo  y  nutrida  documentación  for- 


176      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

jaba  el  viaje  de  Alemán  a  México, 
que  el  propio  autor  de  El  Picaro  ha- 
bía de  reeducarle  al  detalle,  y  del 
principio  al  fin.  Afirma,  como  si  le 
hubiera  visto  partir  de  Sevilla,  que 
los  pasajeros  partieron  el  lunes  31 
de  Marzo;  detuviéronse  en  Sanlúcar, 
<  por  ser  contrario  el  viento;  ...  jueves 
3  de  Abril,  llegaron  a  Cádiz,  haciendo 
parada  allí  de  treinta  y  seis  horas»,  y 
sigue  inventando  pormenores  hasta 
decir  cuándo,  según  su  leal  saber  y 
entender,  «vieron  levantarse  poco  a 
poco  el  castillo  de  San  Juan  de  Ulúa». 

Alemán,  que  debía  estar  mejor  en- 
terado de  cómo  se  hizo  el  viaje,  lo 
comienza  así: 

«Aviendose  hecho  a  la  vela  en  la 
baia  de  Cádiz,  el  señor  arzobispo 
de  Méjico  don  frai  García  Gera,  Iue- 
ves  12  de  Junio  de  608,  en  conserva 
de  62  naves,  de  que  vino  por  jeneral 
don  Lope  Diez  de  Almendariz,  con 
favorables  tienpos  y  vientos,  llegaron 


Mateo  Alemán.  177 

a  surjir  en  el  puerto  de  san  luán  de 
Vlua,  Martes  en  la  tarde,  19  de  Agos- 
to del  dicho  año,  donde  se  ospedó  su 
señoría,  en  el  convento  de  santo  Do- 
mingo de  la  Nueva  Vera  Cruz.» 

Porque  ha  de  tenerse  en  cuenta 
— aunque  a  la  erudición  de  todos  los 
biógrafos  se  haya  escapado  la  impor- 
tante noticia —  que  en  la  flota  que  a 
Nueva  España  conducía  a  Alemán  y 
a  Alarcón  iba  nada  menos  que  el  ar- 
zobispo fray  García  Guerra,  protec- 
tor de  ambos.  No  es  aventurado  su- 
poner, ya  que  Alarcón,  para  no  pa- 
gar el  pasaje,  había  tratado  antes  de 
pasar  a  las  Indias  como  servidor  de 
otro  obispo,  que  esta  vez  lo  consi- 
guiera, así  como  Alemán:  para  ello 
estaban  ya  preparados  con  el  acuerdo 
previo  de  sus  pases  respectivos  \  Lo 
cierto  es  que  hallamos  a  Alemán  en 

1  Notas  del  *  Alarcón»  de  Fernández  Guerra  y 
documentos  descubiertos  por  Rodríguez  Marín  y  pu- 
blicados en  la  revista  «Unión  Ibero-ame  rioana» . 


178      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

México  al  servicio  inmediato  y  cons- 
tante del  arzobispo,  y  hasta  asistien- 
do a  la  autopsia  del  cadáver  del  pre- 
lado, y  que  Alarcón,  al  doctorarse,  se 
declara  públicamente  protegido  de 
fray  García  Guerra. 

Dos  eran  los  caminos  que  para  ir 
de  Veracruz  a  México  seguíanse  co- 
múnmente entonces.  Por  más  trilla- 
do, escoge  Fernández  Guerra  el  que, 
pasando  por  Puebla  y  Ameca,  había 
de  llevarles  a  la  metrópoli  del  virrei- 
nato, y  cree  acertar.  En  efecto,  lo 
probable  era  que  lo  hiciesen  así  via- 
jeros vulgares;  pero  no  lo  eran  el 
nuevo  arzobispo  de  México  y  sus 
acompañantes:  hubo  de  recibírseles 
con  públicos  festejos  ',  y  recorrieron 
camino  diferente. 


1  «...  camino  adelante  — dice  Alemán  — y  por  todo 
él,  así  en  poblado  como  fuera,  desde  la  1  'eracruz  a 
México,  tenían  los  naturales  de  la  tierra  hechos  ar- 
cos triunfales  a  la  usanza  suya,  no  a  tiro  de  arcabuz 
los  unos  de  los  otros,  y  en  todos  muchas  trompetas  y 


Mateo  Alemán.  1 79 

Larga  lista  de  nombres  va  ensar- 
tando Fernández  Guerra,  y  ameniza 
el  cuento  a  su  guisa  con  descripcio- 
nes de  pueblos,  ciudades  y  parajes, 
sin  dar  con  uno  solo  de  los  que  en 
realidad  tocaron.  Nos  cuenta,  por 
ejemplo,  que  llegando  a  Puebla  «visi- 
taron la  muy  adelantada  y  magnífica 
obra  del  templo  catedral  de  los  Án 
geles»,  y  añade  después:  «no  habían 
pensado  nunca  los  nuestros  alargarse 
a  visitar  los  campos  de  Tlaxcala». 
Alemán  dice  cabalmente  lo  contrario: 
«que  no  venía  su  S.  por  la  Puebla,  i 
despachó  de  alli  vn  criado  a  don 
Tristan  de  Luna  i  Arellano,  governa- 
dor  de  Tlaxcala,  le  avisase  por  donde 
iva,  y  respondióle  que  aquella  noche 
dormiría  en  Apa....» 

La  realidad  supera  casi  siempre  a 
lo  imaginado.  Sólo  la  Naturaleza  crea 

mtnestrilts,  demás  de  los  mitotes  varios  con  que  le 
salían  a  cada  paso,  que  son  ciertas  danzas  de  que 
usan  en  sus  fiestas. 


1 8o      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados : 

ordenadamente.  La  imaginación  más 
rica  y  fecunda  no  forma  con  los  ele- 
mentos naturales  sino  monstruos: 
apenas  si  ha  inventado  vestiglos,  dra- 
gones y  ángeles,  dando  garras  a  las 
serpientes,  y  alas  a  las  fieras  y  a  los 
hombres.  La  modesta  y  ordenada  in- 
ventiva de  Fernández  Guerra  queda 
muy  por  lo  bajo  de  la  verdad  al  fan- 
tasear el  viaje  de  Alemán  a  México. 
Lo  imaginó  como  hubiera  ido  uno  de 
sus  pacíficos  amigos,  futuro  académi- 
co entonces,  don  Miguel  Colmeiro, 
por  ejemplo;  admirando  y  clasifican- 
do la  flora  y  la  fauna,  que  fantástica- 
mente reunía  Fernández  Guerra  en 
el  papel,  sacándola  de  los  libros.  No 
supuso  las  sorpresas  que  las  tierras 
nuevas  reservaban  al  viajero,  abisma- 
do por  los  terrores  de  lo  sobrenatu- 
ral, a  que  su  espíritu  supersticioso 
era  dado.  Mucho  había  visto  Alemán 
en  su  asendereada  vida;  pero  reser- 
vábale América  ver  obscurecerse  el 


Mateo  Alemán.  181 

sol  y  brillar  las  estrellas  en  pleno  día, 
y  abrirse  y  eneresparse  la  tierra  como 
si  fuera  mar,  hundiendo  edificios  y 
sepultando  gentes;  y,  sobre  todo,  sen- 
tirse de  cerca  perseguido  por  los  ma- 
leficios que  agobiaban  al  que  había 
tomado  por  apoyo  y  protector. 

Un  implacable  sino  acompañó  a 
fray  García  Guerra  desde  su  des- 
embarco en  Nueva  España.  No  hubo 
ceremonia  o  público  regocijo,  cele- 
brado en  su  honor,  que  no  deslucie- 
ran presagios  o  enlutaran  muertes  y 
desastres.  En  el  primer  festejo,  orga- 
nizado por  juglares  del  país,  caen  és- 
tos y  hácense  pedazos  a  sus  pies.  No- 
ticioso de  su  llegada,  sale  a  su  en- 
cuentro el  marqués  de  Salinas,  virrey 
entonces,  y  en  terreno  poco  difícil 
vuelca  la  carroza  que  conducía  a  am- 
bos; llega  a  México,  y  a  su  paso  hún- 
dese el  tablado  dispuesto  para  reci- 
birle, ocasionando  heridas  y  muertes. 
Sale   de  una  fiesta  y  desbócanse  el 


1S2      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

tiro  de  su  propio  coche:  despavorido, 
arrójase  al  suelo,  y  es  recogido  mal- 
trecho. Un  eclipse  total  de  sol  anun- 
cia su  muerte,  según  los  que  «presu- 
mieron saber  juzgar  de  sus  efectos», 
y  como  al  par  que  perseguíanle  esos 
desastres,  que  parecen  obra  de  he- 
chicería, el  Rey  de  España  le  abru- 
maba con  sus  favores,  hácele  virrey; 
pero  el  día  en  que  celebra  haber  re- 
unido los  dos  cargos,  un  tremento  te- 
rremoto sacude  la  ciudad.  Sobrepo- 
niéndose al  pavor,  y  para  tranquilizar 
al  pueblo,  pasado  el  temblor  de  tie- 
rra, dispone  el  Arzobispo-virrey  que 
los  festejos  anunciados  comiencen; 
pero  no  bien  aparece  el  cortejo,  y  a 
la  cabeza  de  él  un  su  próximo  pa- 
riente, repítese  el  fenómeno,  de- 
rrúmbanse  edificios,  y  el  Arzobis- 
po-virrey se  retira  presa  de  súbita 
fiebre  que  en  breves  días  llévale  al 
sepulcro. 

Hay  en  las  páginas  que  desentie- 


Mateo  Alemán.  183 

rru  '  y  de  donde  extraigo  estas  noti- 
cias, además  del  interés  autobiográ- 
fico — bastante  para  hacerlas  en  alto 
grado  valiosas — ,  algún  trozo  de  na- 
rración que,  rompiendo  con  el  estilo 
usual  en  tales  escritos,  no  desdice 
entre  los  mejores.  La  importancia  del 
relato  de  los  Sucesos  no  llega  a  la  de  la 
Oración  fúnebre.  Frecuentes  incorrec- 
ciones de   escritura  o  de  copia  de- 


1  Al  escribir  la  parle  de  este  capitulo  anticipada 
anos  ha  en  la  prensa,  no  existía  más  reproducción 
del  único  ejemplar  conocido  entonces,  que  la  inserta 
por  el  P.  Andrade  en  su  «bibliografía»,  donde  había 
pasado  inadvertida  del  propio  Menéndez  y  Pelayo,  a 
quien  la  hice  conocer  cuando  preparaba  la  reimpre- 
sión de  los  prólogos  de  su  «Antologr'a  de  poetas 
hispano-americanos».  Enfermo  ya  grazne  mente,  y  dis- 
persa su  actividad  en  sinmlmero  de  trabajos  que 
trataba  de  corregir  o  terminar,  hojeó  sólo  estos  es- 
critos de  Alemán,  e  ignorando  los  antecedentes  no  se 
dio  cuenta  de  su  importancia,  calificándolos  ele  «-te- 
jido de  lugares  comunes». — «Historia  de  la  poesía 
hispano-americana» ,  t.  I,  pág.  JÓ. —  Con  posterio- 
ridad los  «Sucesos*  y  la  «Oración»  han  sido  repro- 
ducidos cuidadosamente  en  la  «Revue  Ilispanique», 
sin  referirlos  tampoco  a  los  asuntos  qut  aquí  se 
tratan. 


184     Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

muestran  en  éste  que  los  males  de 
que  hablaba  Alemán  años  antes  de- 
bieron ir  en  aumento  y  tocaban  a  su 
fin.  De  otro  modo,  se  habría  cuidado 
de  corregir,  no  ya  las  erratas,  sino  los 
errores  que  dan  al  discurso  el  aspecto 
de  apunte  informe.  Pero,  a  veces,  en 
su  depurado  laconismo  de  expresión 
y  de  concepto,  condénese  extraña  y 
honda  belleza  ascética. 

«Es  la  muerte  — dice  Alemán —  fe- 
necimiento de  cuentas  viejas  muy 
marañadas.  Mandamiento  de  soltura 
para  salir  el  alma  de  la  prisión  del 
cuerpo.  Fin  de  penoso  cautiverio. 
Consumación  de  trabajos.  Puerto  que 
tras  la  tormenta  se  descubre.  Peregri- 
nación fenecida.  Pesada  carga  quita- 
da de  los  onbros.  Huida  del  edificio 
que  se  viene  a  el  suelo.  Apearse  de 
un  cavallo  furioso,  desenfrenado  i 
loco.  Terminación  de  pasiones  i  en- 
fermedades. Evasión  de  cuidados  i 
peligros.    Consumación    de    males. 


A  falco  Alemán.  185 

Chancelación  de  obligaciones  devi- 
das  a  la  naturaleza.  Dichosa  llegada 
que  hizimos  a  nuestra  casa.  Descanso 
i  bienaventuranza  en  vida  eterna.» 

Y  todo  en  estos  renglones  tiene 
clave  rigurosamente  autobiográfica. 
Recuérdese  de  qué  manera  liquidó 
Alemán  sus  bienes  antes  de  dejar  Se- 
villa, cediendo  unos  y  entregando 
otros  al  primer  venido,  como  quien 
no  pudiendo  desatar  lazos,  los  corta. 
Recuérdense  también  sus  varios  en- 
carcelamientos, su  penoso  viaje  a  In- 
dias, viejo  y  pobre,  y,  por  último,  la 
muerte  de  su  protector  y  amigo,  y 
las  catástrofes  que  acababa  de  pre- 
senciar. Son,  pues,  estas  líneas  con- 
fesión escrita,  conciencia  transpa- 
rente, estado  de  alma  revelado  en 
frases  entrecortadas:  severa  y  solem- 
ne última  palabra. 

Consecuente  con  su  arisca  recti- 
tud, y  apartándose  de  la  costumbre, 
no  elogia  Alemán  al  procer  que  llega 


1 86      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados . 

y  del  que  podrá  obtener  recompensa 
inmediata  y  medros  posteriores;  sino 
alaba  al  que  se  fué,  y  para  siempre. 
No  espera  ni  reclama;  devuelve  y 
restituye  en  la  única  moneda  de  que 
dispone:  paga  una  deuda  de  gratitud. 
El  picaro  que  hubo  en  Alemán  ha- 
bía quedado  en  Sevilla,  y  sólo  pasó 
a  la  Nueva  España  el  amargo  filósofo 
cuya  misantropía,  los  años,  enferme- 
dades y  desencantos  acentúan  más  y 
más.  Si  Rodríguez  Marín  resucitó  al 
maleante  escritor,  si  Menéndez  y  Pe- 
layo,  sobria  y  justamente,  trazó  de 
cuerpo  entero  la  figura  moral  del  no- 
velista filósofo,  yo  he  querido  mol- 
dear piadosamente  una  mascarilla  so- 
bre el  rostro  del  muerto.  Quizá  por 
ser  directa,  lleve — como  alguna  de 
sus  similares —  entre  el  yeso  que  tocó 
las  facciones  al  modelarlas,  algunas 
canas  de  la  frente,  y  bien  marcado 
en  las  comisuras  de  la  boca,  el  rictus 
del  postrer  dolor. 


II 


LOS  Sucesos  y  la  Oración  tienen  den- 
tro de  su  valor  autobiográfico  una 
clave  de  origen:  vienen  a  ser  una  justa 
reivindicación  del  verdadero  carácter 
de  fray  García  Guerra.  Poco  después 
de  su  muerte  corrió  muy  válida  una 
conseja  sobre  los  motivos  y  circuns- 
tancias que  la  rodearon:  conseja  que 
más  tarde  tomó  cuerpo  en  cierta  cró- 
nica conventual,  de  donde  un  curio- 
so de  nuestras  antigüedades  la  repro- 
dujo en  tiempos  modernos  sin  rela- 
cionarla con  la  obra  de  Alemán  \  La 

1     E.    Sosa:  «Episcopado  mexicano-»,  pág.  45  y 
apéndice  E. 


1 88      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

dicha  leyenda  menoscababa  la  buena 
memoria  del  prelado,  y  había  que 
combatirla  con  la  historia  verdadera. 
El  escrito  de  Alemán  es,  por  lo 
tanto,  como  ya  indiqué,  tributo  de 
gratitud  al  par  que  acto  de  justi- 
cia. Poco  importaba  que  el  único 
protector  que  le  había  deparado  la 
suerte  pareciera  llevar  consigo  un 
tremendo  maleficio  para  él  y  para 
cuantos  le  rodeaban.  Alemán,  que 
creía  en  presagios  y  agüeros  — como 
lo  demuestran  los  mismos  Sucesos — , 
se  sobrepuso  a  su  propia  superstición, 
y  no  sólo  acompañó  al  Arzobispo-vi- 
rrey en  los  últimos  y  extraños  casos 
de  su  vida,  sino  que  no  le  abandonó 
después  de  muerto.  Sacando  ánimo 
de  su  dolor  presenció  cómo  los  mé- 
dicos <  le  abrieron  la  cabeza  y  cerra- 
ron el  casco  a  la  redonda»,  y  vio 
arrancar,  asombrado  de  su  grandor, 
aquel  poderoso  cerebro,  cuyo  entie- 
rro en  la  iglesia  Sagrario  alumbró  él 


Mateo  Alemán.  189 

mismo  con  un  hacha  de  cera  blanca, 
ya  entrada  la  noche.  Cumplido  el 
triste  deber  con  aquellos  despojos 
mortales,  no  quiso  abandonar,  lo  que 
del  espíritu  quedaba  en  la  fama,  al 
descrédito  de  la  desfavorable  patra- 
ña, y  de  ahí  que  escribiera  su  Oración 
y  Sucesos,  que,  dados  los  anteceden- 
tes, no  se  pueden  confundir  con  las 
frías  e  insípidas  Re¿acio?ies  que,  a  cam- 
bio de  unas  monedas,  se  encargaban 
a  los  cronistas  para  favorecerlos. 

Cuentan  las  crónicas  referentes  a 
la  fundación  del  convento  de  Santa 
Teresa  de  México  que  sor  Inés  y 
sor  María  de  la  Encarnación  — dos 
religiosas  de  Jesús  María,  asiduas 
lectoras  de  la  Santa  de  Ávila —  tu- 
vieron la  idea  de  instituir  un  Mo- 
nasterio de  Teresas  en  la  capital  del 
Virreinato.  Añaden  que  vino  en  su 
auxilio  un  don  Juan  Luis  de  Rivera, 
pues  dejó  en  su  testamento  suma 
suficiente  para  la  obra  material  y  bie- 


190      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

nes  bastantes  para  la  dotación  de 
la  «Santa  Casa»,  y  que,  a  fin  de  fa- 
cilitar sus  propósitos,  nombró  alba- 
cea  testamentario  al  Arzobispo  de 
México.  Éralo  entonces  el  predece- 
sor de  fray  García  Guerra,  quien, 
fuera  por  lo  que  fuese,  no  hizo  nada 
en  ese  sentido.  Quejosas  sor  Inés  y 
sor  Mariana,  hubieron  de  manifes- 
tarlo a  fray  García  Guerra  cuando 
tomó  posesión  de  la  mitra,  y  éste  no 
sólo  las  oyó  bondadoso,  sino  que 
prometió  ayudarlas  en  cuanto  estu- 
viera de  su  parte,  y  frecuentó  des- 
pués su  trato.  Las  crónicas  añaden 
que  las  monjas,  para  atraerle,  ameni- 
zaban las  visitas  haciéndole  oir  al  ór- 
gano la  música  sagrada  en  que  se 
complacía  el  prelado,  y  de  la  cual 
una  de  ellas  era  famosa  ejecutante. 
En  cierta  ocasión,  después  de  ente- 
rarlas de  los  entorpecimientos  y  trá- 
mites por  resolver,  de  que  ellas  no 
querían  darse  cuenta,  terminó  dicién- 


Mateo  Alemán.  191 

doles  que  únicamente  siendo  a  la  vez 
Arzobispo  y  Virrey  podría  allanarlos 
del  modo  que  pretendían.  A  lo  que 
replicaron  las  religiosas,  simplemen- 
te, que  si  era  necesario  que  fuese 
Virrey,  lo  sería.  Y  desde  entonces 
juntaron  en  sus  oraciones  al  ruego 
por  la  fundación  del  convento,  y 
como  medio  de  lograrla,  que  llegara 
a  ser  Virrey  el  señor  Arzobispo. 

Si  fray  García  Guerra  — según  las 
noticias  de  Mateo  Alemán  en  los  Su- 
cesos—  quedó  sorprendido  al  recibir 
las  cartas  reales  en  que  se  le  confia- 
ba el  Gobierno  de  la  Nueva  España 
como  Virrey,  promovido  que  fuera  el 
marqués  de  Salinas  de  la  presidencia 
del  Consejo  de  Indias,  no  así  las  mon- 
jas, que  decían  haber  sabido  de  an- 
temano que  iba  a  nombrársele,  pues 
tenían  fe  ciega  en  alcanzarlo  para  sus 
fines.  Así  es  que,  no  bien  llegada  la 
noticia,  reclamaban,  como  libranza 
vencida,  el  cumplimiento  inmediato 


192      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

de  la  promesa.  En  su  ingenua  fe, 
creían  firmemente  que  Dios  había  he- 
cho Virrey  a  fray  García  Guerra  sólo 
con  el  objeto  de  que  la  fundación 
del  convento  se  realizara  sin  demora. 
Ni  aceptaban  ni  comprendían  que 
el  Arzobispo-virrey  resolviera  otros 
asuntos  antes  de  aquel  para  que,  se- 
gún ellas,  había  sido  elevado  a  su 
nuevo  puesto,  ni  que  ajustándose  a 
los  usos  de  la  corte  virreinal  se  po- 
sesionara del  cargo  en  que  represen- 
taba al  Rey  con  el  ceremonial  de  cos- 
tumbre, ni  que  se  celebraran  públi- 
cos festejos.  Indignábales  que  quien 
a  su  llegada  a  la  ciudad  el  29  de  sep- 
tiembre de  1608,  teniendo  en  cuen- 
ta la  Orden  a  que  pertenecía,  quiso 
entrar  a  pie  y  descalzo  — aunque  los 
caballeros  que  le  esperaban  le  obli- 
garon a  hacerlo  bajo  palio — ,  se  hu- 
biera deslumbrado  de  tal  modo  con 
las  vanidades  del  mundo  que  antes 
de   tres    años  — el    19   de  junio   de 


Mateo  Alonan.  193 

1 6 1  i  —  hiciera  una  entrada  ficticia 
desde  el  monasterio  de  frailes  fran- 
ciscos de  Santiago  «dentro  de  la  ciu- 
dad, aunque  lejos  del  comercio»,  en 
aquel  caballo  del  que  dice  Alemán 
'<era  de  color  sabino,  de  mucha  per- 
sona, gallardas  obras  y  grande  man- 
sedumbre, y  el  mejor  que  se  halló  en 
esta  tierra  para  el  propósito»,  y  que 
se  rodeara  de  la  pompa  y  el  boato 
que  al  detalle  describe  el  propio  Ale- 
mán en  los  dichos  Sucesos.  Pero  lo  que 
ya  las  obligó  a  dejar  toda  mesura,  a 
increpar  al  Arzobispo,  y  aun  a  empla- 
zarlo, fueron  las  disposiciones  y  acuer- 
dos relativos  a  las  fiestas  de  toros  en 
la  plaza  del  palacio  virreinal. 

El  cronista  de  Nuestra  Señora  del 
Carmen  de  ¿a  primitiva  observancia  re- 
lata lo  acaecido  del  siguiente  modo  ': 

1  «Reformas  de  los  descalzos  de  Nuestra  Señora 
del  Carmen  de  la  primitiva  observancia»,  lomo  IV, 
capitulo  XXV.  Lo  transcribe  Sosa  en  el  «Episco- 
pado Mexicano». 

13 


194      Sucesos  rea/es  que  parecen  imaginados: 

«La  Madre  Inés,  que  vía,  no  sólo  malo- 
grado su  empeño,  sino  convertido  en  pro- 
fano exercicio,  sentía  más  esto  que  lo  pri- 
mero; porque  el  Viernes,  en  que  se  re- 
cuerda la  Pasión  de  Christo,  no  debiera  vn 
Príncipe  Eclesiástico,  cuyo  estado  es  de  per- 
fectos, dedicarse  a  fomentar  semejantes 
exercicios.  Como  vno  y  otro  le  comiesse  el 
corazón,  le  escribió  un  papel  al  Virrey  Ar- 
gobispo,  en  que  le  pedía  mudasse  el  decre- 
to de  los  toros,  y  no  olvidasse  el  prometido 
en  orden  al  nuevo  Convento;  pues  estaba  en 
su  poder  el  testamento  de  Jvan  Luis,  y  le 
estaba  exemtado  el  beneficio  que  le  había 
hecho  Dios,  cumpliéndole  el  deseo  de  entrar 
en  el  Virreynato.  Nada  apreció  el  Argobis- 
po;  porque  el  humano  embeleso  le  cerraba 
los  sentidos,  y  anegado  de  la  humana  fortu- 
na, no  dava  lvgar  a  la  luz  del  desengaño. 
Dios,  que  estava  a  la  vista  de  todo,  y  mira- 
va  por  el  crédito  de  su  esposa,  entró  su  pe- 
sada mano  en  esta  forma.  El  Viernes  si- 
guiente al  recibo  del  papel,  estando  ya  para 
correrse  los  toros,  huvo  vn  temblor  de  tie- 
rra, que  atemorizó  a  la  Ciudad,  y  se  dexó  el 
juego  por  aquella  tarde.  Como  en  Indias  son 
más  freqüentes  estos  vayvenes  que  en  Espa- 
paña,  se  atribuyó  a  casualidad,  y  se  dispu- 


Mateo  Alemán.  195 

sieron  toros  para  el  Viernes  siguiente.  Guan- 
do ya  estaban  en  los  tablados,  y  el  primer 
toro  para  salir,  bolvió  la  tierra  a  temblar  tan 
desusadamente  que  derribó  los  tablados, 
muchas  casas  y  azoteas,  y  sobre  el  balcón 
del  Virrey  cayeron  tantas  piedras,  que  se 
tuvo  a  milagro  no  le  quitaran  la  vida,  aun- 
que la  perdieron  muchos  de  los  de  la  Plaza, 
ya  oprimidos,  ya  ahogados.  Todavía  el  Vi- 
rrey no  entendía  el  motivo  de  aquellas  ame- 
nazas, y  assí  no  revocava  su  decreto;  con 
que  prosiguió  Dios  el  suyo,  que  se  revocara, 
dize  San  Agustín,  si  enmendaran  los  hom- 
bres sus  extravíos. 

»La  semana  siguiente  antes  del  Viernes 
salió  el  Virrey  en  su  coche  para  ir  a  las  Re- 
coghidas,  y  donde  no  pudo  imaginarse  se 
boleó  el  coche,  y  recibió  el  Virrey  tanto 
riesgo  de  su  salud,  que  lo  desperanzaron  los 
Médicos  de  vivir.  Este  golpe  lo  dispertó,  no 
sé  si  tarde,  y  empezó  a  preguntar  por  la 
Monja  que  le  escribió  el  papel.  Dixéronle 
que  era  Santa,  y  le  embió  a  pedir  le  alcan- 
zasse  de  Dios  vida  para  enmendar  sus  ye- 
rros, y  labrar  el  Convento.  A  esto  le  res- 
pondió la  Sierva  de  Dios,  que  se  dispussiese 
para  morir  bien,  y  diesse  gracia  a  su  Mages- 
tad  de  la  piedad   con  que  le  avía  castigado, 


196      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

pues  se  podía  quedar  toda  su  pena  en  el 
temporal  fuero.  A  esta  respuesta  acompaña- 
ron contra  el  Arzobispo  nuevos  accidentes 
con  que  trató  de  disponerse  para  la  última 
hora,  y  con  muchas  señas  de  arrepentido 
dexó  con  la  vida  la  Mitra  y  el  Virreynato, 
dexándonos  este  inmortal  escarmiento.» 

Con  estos  antecedentes  se  com- 
prenderá la  importancia  de  que  al- 
guien que  hubiera  visto  de  cerca  y 
en  lo  íntimo  las  virtudes  apostólicas 
del  difunto  prelado  — como  Alemán 
tuvo  ocasión  de  verlas —  refutara  la 
tal  leyenda,  no  por  ingenua  menos 
difamatoria  y  a  la  cual  su  fondo  mi- 
lagrero debía  dar  arraigo  en  la  mente 
popular.  De  ahí  que,  sin  mencionarla 
siquiera,  trate  Alemán  de  desvirtuarla 
punto  por  punto,  cuando  aún  no  se 
había  externado  por  escrito  y  corría 
de  boca  en  boca  por  los  refectorios 
de  los  conventos,  los  mentideros  de 
los  atrios  y  las  antesalas  de  los  pala- 
cios virreinal  y  arzobispal.  De  ahí  que 


Mateo  Alemán.  197 

refiera  en  su  escrito  de  qué  modo, 
lejos  de  ensoberbecerse,  al  recibir  la 
noticia  de  su  nombramiento  de  virrey 
pidió  al  cielo  «le  comunicase  su  espí- 
ritu para  que  siempre  acertase  a  ser- 
virle gobernando  su  pueblo  en  paz  y 
justicia  ';  cómo  rehusó  los  tratamien- 
tos 2  y  dio  audiencia  a  cuantos  quie- 
sieron  llegar  a  hablarle  3;  y  si  acce- 

1  «Y  en  el  punto,  mandó  poner  su  carroza  y  en- 
trando en  ella  con  el  padre  presentado  Fray  Antonio 
de  Olea  confesor  suyo;  a  todo  paso,  se  hizo  llevar  a 
Guadalupe]  do?ide,  postrado  en  el  suelo,  ante  aquella 
milagrosa  y  devotísima  imagen  de  Nuestra  Señora, 
sus  ojos  hechos  fuentes  de  lágrimas,  le  pidió  con  ellas 
y  con  sollozos  del  alma,  intercediese  ante  la  Divina 
Majestad,  su  precioso  hijo  le  comunicase  su  espíritu, 
para  que  siempre  acertase  a  servirle,  gobernando  su 
pueblo  en  paz  y  justicia.-» 

2  «Si  alguno  le  quisiese  llamar  Señoría  Ilusivísi- 
ma, lo  pudiese  hacer  por  su  voluntad  o  gusto;  empero 
Excelencia  no,  por  algún  modo,  porque  le  pesaría  mu- 
cho dello.¡> 

3  «Dio  audiencia  pública  en  su  antecámara,  a 
cuantos  quisieron  a  hablarle;  y  aunque,  luego  el  día 
siguiente  se  sintió  con  un  poco  de  calentura,  y  fué  ne- 
cesaria sangría,  no  por  eso  dejó  de  continuar  las  au- 
diencias los  días  que  pudo,  animando  y  consolando  a 
todos  con  buenas  palabras  y  esperanzas.» 


1 98      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

dio  a  que  se  celebraran  aquellos  fes- 
tejos, fué  porque  eran  de  menos  con- 
sideración y  costa  de  los  que  le  te- 
nían preparados  '». 

El  relato  que,  completándose,  vie- 
nen a  hacer  los  Sucesos  y  la  Oración, 
tiene  no  obstante  su  parte  sobrena- 
tural, pero  muy  diversa.  El  autor  no 


1  «.Pareciéndolc  a  Su  Señoría  Ilustrisima  que  la 
ciudad  estaba  un  poco  estrecha  con  grandes  gastos  que 
se  le  hablan  ofrecido  los  días  antes,  y  que  las  dos 
fiestas  que  se  ofrecían  de  presente  le  serían  en  mucha 
consideración  y  costa,  demás  que  a  su  hábito  no  era 
tan  decente  salir  en  público;  tomó  por  acuerdo  que 
para  este  día  se  corriesen  toros  en  el  mismo  lugar  y 
se  jugasen  alcancías,  con  la  cual  se  cumpliese  con  am- 
bas obligaciones.  //izóse  con  mucho  regocijo,  aunque 
lodo  fué  bien  menester  para  los  ánimos  afligidos  del 
temblor  de  aquella  madrugada,  y  queriendo  los  caba- 
lleros hacer  carrera  la  comenzó  don  Andrés  Guerra, 
sobrino  de  Su  Señoría  Ilustrisima  y  capitán  de  su 
guarda:  y  habiéndola  pascado,  cuando  quiso  revolver 
el  caballo  — fué  cosa  de  gran  admiración —  co/neuzó  a 
temblar  otra  vez  la  tierra  fuertemente...  Quisiera  Su 
Señoría  Ilustrisima  retirarse  luego,  y  dejar  las  fes- 
tas,  no  lo  hizo,  por  no  mostrar  flaqueza  de  ánimo,  y 
porque  ya  cerraba  el  día;  de  allí  a  poco  se  levantó  y 
fué  a  su  aposento.  Esa  noche  la  pasó  con  micc has  con- 
gojas. - 


Mateo  Alemán.  199 

oculta  el  extraño  maleficio  — al  que 
antes  me  referí —  que  parecía  perse- 
guir al  Obispo  y  a  los  que,  siquiera 
pasajeramente,  estaban  en  su  con- 
atcto. 

Cuenta  del  virrey,  cuando  sale 
a  recibirle:  «Posaron  juntos — el 
arzobispo  y  el  virrey — ,  dándole  su 
excelencia  sus  aposentos,  i  des- 
pués de  aver  comido  salieron  a  ver 
las  lumbreras  del  desagüe:  i  en  un 
paso  no  dificultoso,  por  donde  mu- 
chas vezes  avia  pasado  la  carroga, 
sin  algún  inconveniente  ni  causa  de 
peligro,  se  trastorno  con  anbos,  aun- 
que no  recibieron  daño  de  considera- 
ción. » 

Del  público  que  aguarda  la  lle- 
gada del  Arzobispo,  refiere:  «...  los 
cavalleros  rejidores...  lo  vinieron 
acompañando  hasta  la  entrada  de  la 
calle  de  santo  Domingo;  adonde 
avia  hecho  un  tablado  para  su  recebi- 
miento.  Llegaron  el  deán  i  cabildo 


200      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados 

de  la  santa  Iglesia,  i  en  subiendo 
su  S.  encima,  se  hundió  i  cayo  en  el 
suelo,  matando  un  indio  que  cojio 
debajo». 

De  los  juglares  que  ejecutan  a  su 
paso  volatines,  añade:  «Tenian  los 
naturales  en  aquella  placa  delante  de 
Santiago,  hecho  un  artificio  para  bo- 
tar, desde  lo  más  alto  de  un  pino  a  el 
suelo,  i  a  el  tienpo  que  su  exc.  paso 
en  su  caroca,  cayo  uno  de  ellos  i  se 
hizo  pedazos.» 

De  lo  sucedido  con  la  carroza  que 
debe  conducirlo,  escribe:  «ya  cerca 
de  su  posada  se  alborotaron  las  mu- 
las  que  no  estaban  bien  domadas  en 
rodar  la  carroca,  i  dieron  a  correr  con 
ella  desbocadamente,  sin  poder  co- 
rrejirlas  el  cochero,  ni  detenerlas  mu- 
cha jente  que  se  les  puso  delante.  Pa- 
recióle a  su  S.  que  su  persona  corría 
riego,  i  temiendo  mayor  daño,  elijio 
por  el  menor,  saltar  en  el  suelo,  por 
uno  de  los  estrivos;  empero,  no  lo 


Maleo  Alemán.  201 

pudo  hazer  tan  francamente,  que  no 
cayese,  i  recibiese  pesadumbre  con  el 
golpe  que  dio  en  el  suelo  con  todo  el 
cuerpo,  quedando  algo  sentido.  Des- 
te  achaque,  quisieron  después  tomar- 
lo algunos,  para  dar  principio  a  sus 
indispusiciones». 

La  noticia  del  eclipse  que,  según 
Alemán,  anunciaba  el  fallecimiento 
del  Arzobispo,  la  consigna  de  este 
modo:  «Viernes,  diez  de  Iunio  si- 
giente;  uvo  en  estas  partes  un  eclip- 
se de  sol,  el  mayor  que  se  a  visto 
en  ellas  en  tienpos  nuestros:  i  los 
que  algo  presumieron  saber  juzgar 
de  sus  efectos,  dijeron.  Aver  comen- 
gado  su  primera  duración,  a  la  una 
i  treinta  i  ocho  minutos  después  de 
medio  dia;  i  el  fin,  a  las  tres  en 
punto,  en  diez  i  ocho  grados  i  treinta 
i  cinco  minutos  de  jeminis;  el  cual, 
entre  otras  cosas  mostrava  (según  su 
significador  que  fue  Mercurio)  muer- 
te de  algún  principe,  i  que  por  ser 


202      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados : 

en  Méjico,  en  casa  de  la  relijion,  i 
salir  eclipsándose  de  la  decima  casa, 
que  es  de  los  oficios  y  dignidades, 
prometia  muerte  de  principe  de  la 
Iglesia  constituido  en  dignidad  se- 
cular». 

Del  temblor  de  tierra  que  coinci- 
de con  las  solemnidades  de  la  toma 
de  posesión  del  virreinato,  asienta: 
«Viernes  veinte  i  seis  de  Agosto  del 
dicho  año  de  seiscientos  i  onze,  seria 
como  entre  las  dos  i  las  tres  de  la 
madrugada,  uvo  en  esta  ciudad  i  su 
comarca,  el  mayor  temblor  de  tierra 
de  que  se  acordaron  los  más  antiguos 
della,  cayeron  muchos  edificios,  peli- 
graron i  murieron  muchas  personas 
cojiendolos  debajo;  de  manera  se  sin- 
tió, que  andavan  después  los  hom- 
bres, como  asombrados,  i  en  muchos 
dias  no  se  trato  de  otra  cosa.  Esto 
sucedió  en  los  primeros  dias  del  go- 
vierno  de  Su  Ilustrísima». 

Y,  por  último,  del  cumplimiento  de 


Maleo  Alonan.  203 

la  terrible  predicción  de  su  falleci- 
miento: 

«Farsa  es  la  vida  del  hombre  — es- 
cribe—  ',  teatro  es  el  mundo  a  donde 
representamos  todos.  El  autor  y  se- 
ñor dellá  reparte  los  papeles  acomo- 
dados a  cada  uno,  como  sabidor  de 
las  cosas  todas,  en  la  manera  que  más 
nos  ajustan  y  convienen,  sin  faltar  un 
punto  en  algo  de  lo  que  no  nos  es 
importante,  para  que  no  se  yerre  la 
farsa.  Encomendóle  dos  figuras  a 
nuestro  príncipe,  las  más  importantes 
y  graves  della.  Decoró  sus  papeles 
y  representólos  con  santísimo  celo, 
mansedumbre,  amor,  gravedad,  rec- 
titud y  prudencia,  como  buen  repre- 
sentante, sin  que  se  le  notase  falta, 
fueron  los  dichos  de  sus  figuras  bre- 


1  Prescindo  por  esta  vez  de  la  peculiar  ortografía 
de  Alemán,  que  he  usado  al  insertar  sus  noticias  pu- 
ramente informativas,  porque  el  lector  no  habituado 
a  aquélla  no  gustaría  quizá  fácilmente  de  la  belleza 
de  ese  trozo  literario. 


204  laginados: 

ves  y  representólas  presto,  en  abrir  y 
cerrar  los  ojos.  Entró  en  el  vistua- 
río  de  la  muerte,  desnudóse  los  ador- 
-  y  ropajes  de  tanta  curiosidad  y 
misterios,  convenientes  a  sus  figu- 
a  tomar  el  vestido,  de  su 
misma  naturaleza,  gusan 
nada... 

Más  cómodo  habría  sido  para  Ale 
man,  y  desde  luego  más  fructuoso, 
sumarse  a  los  detractores  del  mu< 
re  ellos  habrían  de  contarse,  muy 
I  -ablemente,  aquellos  que  le  suce- 
dieron en  el  gobierno  del  virreinato 
y  de  la  mitra;  que  es  achaque  común 
en  los  que  reemplazan  o  substituyen 
sentirse   o   querer  aparecer  me- 
que  quienes    les    precedieron.    No 
auxilió   Alemán   esta  maniobra;  por 
el  contrario,  dice  que  al    considerar 
que  como  el  cuerpo  se  iba  helando 
hacían  lo  mismo  las  más  fervor 

jasd    los  — que  en  vida — le  adu- 
laban :    y.        nas  es    iba  en  el  sepul- 


Mateo  Alemán.  205 

ero,  cuando  lo  cubrieron  de  olvido, 
se  obligó  a  desenterrarlo»,  y  por  eso 
dedica  su  discurso  a  un  amigo  inva- 
riable que,  «como  testigo  de  vista 
fidedigno,  podrá  deponer  en  todo 
lugar  y  tiempo  de  la  legalidad  con 
que  va  escrito». 

El  relato  de  Alemán  y  el  que  viene 
a  rebatir  son  galerías  de  pinturas  co- 
piadas directamente  de  aquella  vida 
colonial  del  México  de  entonces:  en 
ellas  alternan  la  ingenuidad,  devo- 
ción y  malicia  de  las  crónicas  con- 
ventuales, con  el  saber  austero  y  la 
rectitud  bondadosa  del  prelado  que 
Alemán  retrata;  y  contrastan,  la  ale- 
gría turbulenta  de  los  festejos  públi- 
cos en  la  ciudad  de  costumbres  re- 
posadas y  tristes,  con  los  fenómenos 
de  la  naturaleza  y  con  las  catástrofes 
que  los  interrumpen  o  cortan.  El 
escepticismo  y  la  misantropía  hicie- 
ron que  Alemán  se  precaviera  de 
las  mentiras  de  los  hombres,  no  del 


2o6      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

mentir  de  las  estrellas:  ¿y  cómo  iba 
a  dudar  de  aquellos  augurios?:  al  ver- 
los cumplidos,  convertíanse  en  su- 
cesos reales  los  que  parecen  imagi- 
nados. 


OTRAS  NOTICIAS,  ESCRI- 
TOS Y  DOCUMENTOS  DE 
CETINA,  CUEVA  Y  ALEMÁN 


I. —  PROCESO    DEL    HERIDOR   DE   CETINA: 

Actores,  cómplices,  testicos  t  jueces.  —  Confesiones  y  de- 
claraciones de  Cetina,  de   Leonor  de  Osma,  de  Hernando 
de   Nava,    de  Jerónimo    Benavides,    de   Vázquez  y  otros. — 
Actuaciones  y  sentencia. 

II. —JUAN  DE  LA  CUEVA,  Y  CERVANTES: 

Cueva  y  Lope;  Cueva  y  Cervantes.  —  Silencio  de  Cueva 
sobre  ambos.  — correspóndei.o  lope.  —  las  alabanzas  de 
Cervantes  a  Juan  de  la  Cueva,  y  sus  sátdus  contra  «Los 
siete  Infantes  de  Lara»  y  «Los  Inventores  de  las  Cosas». 

III.  — ALEMÁN  Y  BELMONTE  BERMÚDEZ: 

Unas    páginas   desconocidas    de  Mateo   Alemán. 


•4 


LAS  noticias  de  por  qué  estaba 
Cetina  en  Puebla  de  los  Ánge- 
les; de  cómo  fué  herido  por  Hernan- 
do de  Nava,  y  de  todos  los  incidentes 
a  que  dio  lugar  la  captura  y  castigo 
de  éste,  se  desprenderán  del  traslado 
que  vamos  a  hacer  de  las  principales 
constancias  del  proceso.  No  es  preci- 
so, por  lo  tanto,  hacerlas  preceder  de 
un  resumen  datallado  en  puntos  que 
vendría  a  repetir  innecesariamente. 
Conviene  sí  determinar  de  antemano 
cómo  se  presentan  en  las  voluminosas 
actuaciones  los  diversos  personajes 
que  intervienen  en  los  sucesos. 


2i2      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Aparece  Gutierre  de  Cetina,  dig- 
no en  todo  de  su  fama  caballeresca: 
herido  traidoramente,  comienza  por 
advertir  —  al  tomársele  juramento  de 
decir  verdad  a  lo  que  va  a  preguntár- 
sele —  que  no  dirá  nada  contrario  a 
su  honor,  y  termina  confesando  que 
aunque  supiera  quién  le  había  herido 
no  lo  revelaría,  ni  habrá  de  quere- 
llarse. 

Contrasta  la  gallardía  de  esta  noble 
figura  con  la  bajeza  o  mezquindad  de 
las  que  la  rodean,  comenzando  por  la 
de  su  heridor,  mozo  perverso  que 
valiéndose  del  poderío  que  tuvo  su 
padre,  el  conquistador  — y  que  ha 
conservado  su  madre,  cacique  con 
faldas,  apodada  la  Rascona — ,  aterro- 
riza a  Puebla  de  los  Ángeles. 

Viste  cota  de  malla  y  usa  mando- 
ble hasta  cuando  asalta  en  la  oscuri- 
dad y  por  la  espalda  o  apuñalea  a 
través  de  las  rejas.  Se  declara  falsa- 
mente menor  de  edad,  para  dismi- 


Proceso  del  heridor  de  Celina.  2 1 3 

nuir  la  pena  de  sus  delitos.  Después 
de  comer  con  el  Obispo  en  casa  de 
una  hermana  suya,  sale  a  los  postres, 
pensando  probar  la  coartada,  a  asesi- 
nar a  Cetina.  Refugiado  en  un  con- 
vento, hace  escapatorias  vestido  de 
fraile,  cambiando  después  el  traje 
para  seguir  cometiendo  sus  críme- 
nes, entre  ellos,  herir  en  el  rostro 
a  una  mujer  casada,  joven  y  bella, 
que  cometió  el  delito  de  quererle,  y 
para  herirla  a  mansalva  finge  retener- 
la amorosamente  a  través  de  las  rejas 
de  la  ventana  que  los  separa.  Al  huir, 
perseguido,  acuchilla  al  paso  a  cuan- 
tos cree  que  pueden  oponérsele:  has- 
ta a  las  mujeres  indefensas. 

Después  de  recorrer  el  proceso  se 
concibe,  no  sin  horror,  la  terrible 
sentencia,  y  que,  en  aquellas  san- 
grientas costumbres,  se  pregonen  sus 
delitos  paseándole  en  bestia  de  al- 
barda,  le  sea  amputada  la  mano,  en 
la  plaza  pública,  y  se  fije  en  los  mu- 


214      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

ros  de  la  audiencia  de  la  Corte  vi- 
rreinal, para  escarmiento  de  alevo- 
sos y  cobardes,  con  pena  de  muerte 
a  quien  ose  arrancarla  del  sitio  en 
que  se  clavó  para  ejemplaridad. 

La  casquivana  Leonor  de  Osma 
era  poco,  para  que  se  le  sacrificara 
la  vida  de  Gutierre  de  Cetina,  el 
poeta  renacente,  amigo  de  la  prince- 
sa Molfetta  y  galán  de  la  condesa 
Laura  Gonzaga.  Por  las  confesiones 
arrancadas  en  tormento  a  la  servi- 
dumbre —  es  de  notar  que  en  este 
proceso  sólo  se  tiende  y  sujeta  a  las 
cuerdas  del  potro  a  los  negros,  entre 
ellos  a  un  niño  de  doce  años  y  a  una 
anciana — ,  queda  evidente  que  tuvo 
amoríos  con  Hernando  de  Nava  y 
admitió  los  galanteos  de  Francisco 
de  Peralta,  antes  de  la  llegada  de 
Cetina  a  los  Angeles.  No  resulta  claro 
que  Cetina  la  enamorase.  Sobre  este 
particular  la  caballerosidad  de  Cetina 
no  había  de  hacer  confesiones,  y  tanto 


Proceso  del  heridor  de  Cetina.  215 

a  Nava  y  a  sus  amigos,  como  a  sus 
contrarios,  •  les  conviene  dejarlo  sin 
determinar:  a  Nava  — que  todo  lo 
negó  obstinado,  pero  que  influyó  en 
algunos  testigos — ,  porque  pensaba 
que  aparecer  hiriendo  a  Cetina  por 
equivocación,  dada  la  influencia  de 
aquél,  favorecía  su  causa,  y  a  los 
otros,  porque  creían  que  la  inmotiva- 
da agresión  la  empeoraba.  Los  jueces 
no  insisten  en  buscar  la  causa  que  tan 
mal  parada  deja  la  honra  del  doctor 
de  la  Torre. 

La  figura  de  éste,  no  es  por  cierto 
trágica.  Nada  ve  o  nada  quiere  ver, 
aparte  de  lo  inmediato.  ¿Supo  lo  que 
se  hizo  al  no  curar  a  Cetina,  deján- 
dolo por  muerto?  Más  bien  parece 
que  no  sabía  qué  hacerse  ante  la  gra- 
vedad de  las  heridas.  Hasta  cuando 
se  indigna  y  toma  una  lanza,  dejando 
las  otras  armas  a  los  negros  y  negras 
de  su  casa,  donde  acaban  de  apuña- 
lear a  su  esposa,  es  un  tipo   de  en- 


2 1 6      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

tremés,  que  las  circunstancias  enca- 
jan a  la  fuerza  en  un  drama  vivido. 
¿Qué  iba  a  hacer  el  pobre  hombre? 
Él  no  sabía  matar  sino  con  recipes: 
acaso,  acaso,  dejar  morir  o  derramar 
sangre  no  con  lanza,  sino  con  bisturí 
y  lanceta. 

En  el  apoyo  prestado  a  Cetina 
— aparte  de  la  justicia  de  su  causa — , 
es  evidente  que  debió  entrar  el  vali- 
miento que  Gonzalo  López,  Procura- 
dor General  de  la  Nueva  España,  ejer- 
cía sobre  la  autoridad  ordinaria.  Si 
el  herido  hubiera  sido  Peralta,  dado 
el  poderío  de  la  familia  Nava,  es  más 
que  probable  que  las  cosas  hubieran 
ido  por  muy  diverso  rumbo.  Lo  de- 
muestran sus  anteriores  fechorías. 

En  cuanto  a  la  autoridad  eclesiás- 
tica, es  en  todo  y  por  todo,  parcial- 
mente favorable  a  Hernando  de  Nava 
y  los  suyos.  No  se  trata  del  discutido 
derecho  de  asilo  que  para  ellos  re- 
clama. Ni  de  su  justa  protesta  contra 


Proceso  del  heridor  de  Cetina.  2 1 7 

el  salvaje  procedimiento  de  poner 
luego  a  la  torre  de  la  iglesia,  con  lo 
cual  no  era  imposible  que  ardiera 
todo  el  monasterio,  sino  de  la  impu- 
nidad que  les  preparaba  el  retrai- 
miento, roto  a  su  arbitrio  por  los  cri- 
minales. 

La  lucha  de  la  autoridad  civil, 
conminando  con  destierros,  confis- 
caciones y  aun  muertes,  a  los  que 
ayudaran  a  Hernando  de  Nava  y  sus 
cómplices  y  no  la  auxiliasen  en  su 
captura,  y  la  respuesta  del  Provisor 
y  de  los  frailes,  lanzando  excomu- 
niones con  objeto  contrario,  son  del 
todo  características  en  los  primeros 
años  del  México  virreinal. 

El  pueblo  — a  quien  las  amenazas 
de  la  justicia  y  de  los  monjes  quieren 
convertir  en  coro  de  tragedia —  pre- 
fiere permanecer  como  espectador, 
presenciando  la  prisión  de  Nava  y  de 
sus  cómplices,  su  fuga  de  la  cárcel 
auxiliados  por  otros,  su  retraimiento 


218      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

en  la  Iglesia  de  Santo  Domingo,  su 
defensa  en  la  torre  de  la  misma, 
donde  han  tenido  que  refugiarse,  y 
de  qué  modo  la  comunidad,  para 
cortar  el  asalto,  abandona  el  convento 
en  procesión,  llevando  la  Custodia 
enlutada. 

Después  de  este  final  de  acto, 
vuelven  los  frailes  al  monasterio,  con- 
sienten con  falsedad  en  la  entrega  de 
los  culpables,  a  la  vez  que  preparan  su 
evasión,  realizándola  solamente  Ga- 
leote, pues  los  alguaciles  encuentran 
a  Nava  rapado  y  en  hábitos  de  fraile 
oculto  en  los  retretes  del  Convento. 
Aunque  se  encierre  el  criminal  en 
sus  negativas,  es  condenado.  Traslá- 
dasele a  la  Corte  del  Virreinato,  y 
allí  se  cumple  la  sentencia.  Tres  años 
más  tarde  — en  1557 —  Galeote,  el 
cómplice  de  los  crímenes  de  Nava, 
pido  indulto.  En  esta  petición  consta 
terminantemente  que  Cetina  había 
muerto. 


Proceso  del  heridor  de  Cetina.  219 

Archivo  General  de  Indias. —  Sevilla. — 
Simancas.  — Secular. — Audiencia  de  Mé- 
jico.— Cartas  y  expedientes  de  personas 
seculares  del  distrito  de  dicha  Ciudad  vis- 
tos en  el  Consejo,  año  de  1519  a  1544. — 
Est.  n.°58.—Caj.  n.°  ó.—Leg.  n.°  g. 

Cabeza  de  proceso 

«En  la  ciudad  de  los  Angeles  de  Nueva 
P2spaña,  en  primero  día  del  mes  de  abril, 
año  del  nacimiento  de  nuestro  salva- 
dor jhn.  xpo.  de  mili  e  quinientos  e  cincuen- 
ta y  quatro  años,  sería  la  hora  de  entre  las 
diez  y  honze  horas  de  la  noche,  poco  mas  o 
menos»,  Pedro  Moreno,  en  presencia  de  An- 
drés  de  Herrera,  escribano  público,  dijo: 
«que  agora  en  este  ynstante  a  su  noticia  a 
benido  que  está  herido  en  la  cara  e  cabega 
Gutierre  de  (Retina... » 

Inmediatamente  después  de  esta 
denuncia  que  aparece  en  el  primer 
folio  del  proceso  — en  muchas  par- 
tes ilegible  por  maltratado —  persó- 
nanse  el  alcalde  y  el  escribano  en  la 
posada  de  Gutierre  de  Cetina  para 


220      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

practicar  la  información  indispensa- 
ble. La  declaración  de  Cetina  es  su- 
marísima  «por  la  enfermedad  de  la 
herida»,  que  no  le  permite  ni  firmar, 
pero  conviene  en  todo  con  las  decla- 
raciones siguientes: 

Confesión  de  Gutierre  de  Cetina 
(fol.   24  VTO.-25  VTO.) 

//  E  después  de  lo  susodicho,  en  la  dicha 
cibdad  en  el  dicho  día  nueve  de  abril  del 
dicho  año,  el  dicho  señor  Martín  de  Calaho- 
rra, theniente  de  corregidor  desta  dicha  gib- 
dad,  en  presencia  de  mí  el  dicho  Andrés  de 
Herrera,  escribano,  fué  a  ver  e  visitar  al  di- 
cho Gutierre  de  Cetina,  el  qual  estaba  en 
vna  cama,  y  el  dicho  señor  teniente  tomó  e 
rregibió  juramento  en  forma  de  derecho  del 
dicho  Gutierre  de  Qetina,  por  Dios  e  por 
Santa  María  e  por  la  señal  de  la  cruz,  do 
puso  su  mano  derecha,  so  virtud  del  qual 
prometió  de  dezir  la  verdad,  e  le  fué  pre- 
guntado lo  siguiente,  e  a  la  confusyón  e  ab- 
solugión  del  dicho  juramento,  dixo  que  está 
presto  de  declarar  todo  lo  que  se  le  pregun- 
tare, con  tal  que  no  prejudique  a  su  honrra, 


Proceso  del  lieridor  de.  Celina.  22 1 

porque  en  tal  caso  de  lo  que  tocare  a  su 
onrra  no  aclarara  lo  cierto:  y  el  señor  tenien- 
te le  mandó  que  sin  enbargo  de  lo  que  dize, 
que,  so  cargo  del  dicho  juramento,  aclare 
todo  lo  que  acerca  de  lo  susodicho  se  le 
preguntare^  //  Fuéle  preguntado  que  decla- 
re quién  fué  la  persona  o  personas  que  le 
hirieron.  Dixo  que  no  lo  sabe,  porque  este 
que  declara  fué  salteado  tan  arrebatada- 
mente e  tan  de  ynproviso  e  la  noche  hera 
tan  escura  que  no  los  pudo  ver,  mas  que  so- 
lamente vido  dos  bultos  de  honbres  juntos 
consigo,  que  el  vno  le  dio  vn  golpe  con  que 
lo  derribó,  del  qual  golpe  le  hirió  e  derribó, 
e  que  no  sabe  si  fué  con  espada  o  montan- 
te=  Preguntado  que  declare  sobre  qué  per- 
sona o  personas  á  tenido  sospecha  o  la  tiene 
que  le  hirieron  o  si  tenía  alguna  enemistad 
con  alguna  persona  o  ocasión  de  enojo  con 
alguna  persona  para  que  le  tuviese  enemis- 
tad, dixo  que  para  el  juramento  que  tiene 
hecho,  que  ni  en  esta  cjbdad  ni  en  toda  la 
Nueva  España,  sabe  que  tenga  enojado  nin- 
guna persona  ni  á  dado  ocasyón  para  ello 
ni  sabia  ni  sabe  ninguna  rrazón  porque  se 
deviese  guardar  de  persona  alguna  e  que 
por  esto  no  sospecha  sobre  ninguna  persona 
particular.  =  Preguntado  que  declare  sy  las 


222      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

dos  personas  que  ansí  le  hirieron  sy  heran 
mangebos  o  viejos,  altos  o  bajos  dijo  que,  so 
cargo  del  juramento  que  tiene  hecho,  ques 
verdad  que  los  dos  onbres  que  ansí  le  hirie- 
ron heran,  al  parecer  deste  que  declara  e  a 
lo  que  en  breve  pudo  ver,  ser  dos  onbres 
altos  de  cuerpo,  delgados  e  bien  dispuestos 
e  que  esto  que  dicho  tiene  es  la  verdad  para 
el  juramento  que  hizo  e  firmólo  de  su  non- 
bre  con  el  señor  Calahorra. — Gutierre  de 
(Jetina. — Pasó  ante  mí,  Andrés  de  Herrera, 
escribano. 

Otra  confesión  de  Gutierre  de  Cetina 
(fol.  33  VTO.-37  vto.) 

En  la  cibdad  de  los  Angeles  desta  Nueva 
España,  diez  e  nueve  dias  del  mes  de  abril 
de  mili  e  quinientos  ginquenta  e  quatro  años. 
Estando  en  las  casas  donde  posa  el  dicho 
Gutierre  de  (Retina  echado  en  vna  cama  del 
qual  dicho  señor  bachiller  Martínez,  juez 
pesquisidor,  rresgibió  de  su  ofigio  juramento, 
por  Dios  e  por  Santa  María  e  por  las  pala- 
bras de  los  Santos  Evangelios  e  por  la  señal 
de  la  cruz,  so  cargo  del  qual  prometió  de  de- 
zir  verdad  de  lo  que  supiese  e  le  fuese  pre- 
guntado, e  le  fueron  hechas  las  preguntas 


Proceso  del  herido)-  de  Celina.  223 

siguientes. =//  Fué  preguntado  que  cómo  se 
llama  e  qué  tanto  tiempo  á  qué  vino  a  esta 
cibdad  de  los  Angeles:  dixo  que  se  llama  Gu- 
tierre de  (Retina,  e  que  puede  aver  vn  mes 
poco  más  o  menos  que  vino  a  esta  cibdad 
de  los  Angeles  don  Gongalo  López,  su  tío, 
que  yvan  a  la  gibdad  de  la  Veracruz  a  em- 
barcar gierta  plata  para  embiar  a  Castilla,  y 
este  que  declara  se  quedó  en  esta  cibdad  de 
los  Angeles  a  curarse  de  ciertas  calenturas 
e  mala  dispusyción  que  tenía. =  Fué  pregun- 
tado que  quién  hirió  a  este  declarante  de  las 
heridas  que  tiene  en  la  cabega  e  rrostro,  e 
quántos  heran  e  qué  personas  se  hallaron 
presentes,  y  en  qué  parte  e  lugar  hera,  y  a 
qué  ora  e  cómo  e  de  qué  manera  pasó  lo 
susodicho.  Dixo  que  lo  que  pasó  es  que  es- 
tando este  declarante  el  domingo  de  Casy- 
modo  próximo  pasado,  que  fué  a  primero 
dia  del  mes  de  abril,  a  la  puerta  de  su  posa- 
da, ques  en  las  casas  Andrés  de  Molina,  y 
estava  con  este  declarante  Francisco  de  Pe- 
ralta, que  posava  en  la  misma  casa,  y  esta- 
van  desnudos  para  acostarse,  que  podría  ser 
entre  las  diez  oras  a  onze  de  la  noche,  caídas 
las  caigas  entranbos  a  dos,  con  solas  sus  es- 
padas, syn  otras  armas  ofensivas  y  defensi- 
vas; y  el  dicho  Francisco  de  Peralta  tañía 


224      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados : 

en  una  vihuela,  el  qual  dixo  a  este  declaran- 
te. «Demos  vna  buelta  a  esta  ysla  para  hazer 
ora  de  dormir»,  y  la  ysla  hera  la  dicha  su 
posada  con  otras  dos  o  tres  casas  que  se  pe- 
gan con  ella,  vna  de  las  quales  dichas  casas 
es  la  en  que  biue  el  doctor  de  la  Torre.  Y 
este  declarante  se  fué  con  el  dicho  Francis- 
co de  Peralta  paseando  a  la  rredonda  de  la 
dicha  ysla,  y  hazía  tan  gran  escuridad  que 
de  muy  cerca  no  se  podía  divisar  vn  onbre; 
y  este  declarante  y  el  dicho  Francisco  de 
Peralta,  yendo  por  la  dicha  calle  aviendo  pa- 
sado la  casa  donde  bive  el  dicho  doctor  de 
la  Torre,  y  va  este  declarante  delante,  y  el 
dicho  Peralta  yva  tañendo,  un  poco  atrás, 
y  este  declarante  vio,  llegando  a  siete  o 
ocho  pasos  de  la  encrucijada  de  la  calle  de 
Santo  Domingo,  dos  bultos  que  le  parecían 
ser  de  onbres  que  estavan  muy  pegados  a 
la  esquina  de  vn  corral  que  allí  estava  don- 
de suelen  encerrar  harrias  e  pareciéndole  a 
este  declarante  que  heran  onbres  se  volvió 
al  dicho  Francisco  de  Peralta  que  venía  atrás 
tañendo,  e  le  dixo  paréceme  que  ay  esquina 
e  acabado  de  dezir  esto,  tornando  a  bolver 
el  rrostro  para  justificarse  mejor,  le  dieron  a 
este  declarante  vna  herida  en  el  rrostro  y  en 
la  sien  e  luego  cayó  en  vn  lodo  e  arroyo 


Proceso  del  licridor  de  Cetina.  225 

que  pasa  por  la  calle,  e  queriéndose  levantar 
este  declarante,  para  echar  mano  a  su  espa- 
da e  defenderse,  antes  que  se  levantase  lle- 
gó otro  honmbre  e  le  dio  otra  cuchillada  en 
la  cabega,  de  que  este  declarante  tornó  a 
caer  tendido  en  el  suelo  e  perdió  el  sentido. 
E,  para  el  juramento  que  tiene  hecho,  no 
solamente  no  conoció  a  los  que  le  hirieron 
de  las  dichas  heridas  ni  víó  quántos  heran; 
pero  que  apenas  pudo  ver  dos  bultos  de 
onbres  que  cargaron  sobre  este  declarante 
e  le  dieron  las  dichas  heridas  con  tanta  pres- 
teza que  no  vio  qué  armas  traían  ni  con  qué 
le  hirieron,  ni  pudo  ver  los  onbres  que  dizen 
que  venían  con  ellos,  porque  lo  tomaron  tan 
de  presto  que,  llevando  la  espada  sobre  el 
honbro  y  en  la  mano  derecha,  no  tubo  tiem- 
po para  ponella  por  delante  para  rrepararse 
ni  vio  más  de  lo  que  pasó  hasta  que  de  ay  a 
un  rrato,  tornando  en  su  sentido,  le  pareció, 
e  con  efeto  oyó,  que  martillavan  sobre  el 
dicho  Peralta  dándole  grandes  cuchilladas 
en  el  otro  cabo  de  la  calle,  hazia  su  posada. 
E  tornó  a  caer  de  hocicos  para  levantarse, 
e  se  levantó  e  no  vio  ni  oyó  en  la  calle  nin- 
guna persona,  e  ansy  se  vino  a  su  posada, 
donde,  aviendo  caydo  otra  vez  en  el  camino, 
halló  al  dicho  Peralta  y  le  preguntó  si  estava 

15 


226      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

herido,  e  le  dixo  que  no.  Y  otro  día,  vio  este 
declarante  muchos  golpes  en  la  guarnigión 
de  la  espada  y  en  la  mesma  espada  del  dicho 
Peralta,  e  vio  vna  mancha  muy  grande  que 
tenía  al  través  de  la  gintura  en  el  costado 
derecho,  que  paregía  ser  golpe  de  montante 
dado  de  llano,  e  otro  golpe  que  tenía  en  la 
cabega  que  no  le  cortó,  y  otra  cuchillada  en 
el  muslo  derecho,  qne  le  cortava  las  caigas 
e  los  aforros  dellas  syn  sacalle  sangre,  y 
otra  estocada  en  la  garganta  de  vn  pie  hazia 
la  espinilla,  que  sin  cortalle  la  caiga  le  deso- 
lló vn  poquito  y  le  hizo  mal  en  la  carne.  Y 
después  de  llegado  este  declarante  a  su  po- 
sada, pidió  que  le  truxesen  vn  confesor  e  le 
truxeron  vn  fraile  de  san  Agustín  con  quien 
se  confesó,  e  traxeron  al  doctor  de  la  Torre 
e  a  vn  viejo  que  se  llama  Antón  Martin,  gu- 
rujano,  para  que  lo  curasen,  los  cuales,  vistas 
las  heridas  e  la  calidad  dellas,  dixeron  a  mu- 
chas personas  de  los  que  allí  estavan,  donde 
este  declarante  los  pudo  oyr  e  lo  oyó,  que 
no  podía  bivir  hasta  el  día  e  ansí  como  a  on- 
bre  muerto  no  le  curaron  las  heridas  ni  se 
las  cosyeron  mas  de  solamente  ponelle  esto- 
pas y  huevos  e  atárselas  con  paños.  E  otro 
día  siguiente,  visto  el  mal  aparejo  que  avía 
de  gurujanos  para  cura,  se  embió  a  rrogar  a 


Proceso  del  lieridor  de  Cetina.  227 

un  fulano  Cortés,  vezino  desta  gibdad,  que 
le  curase  con  el  ensalmo.  E  ansy  el  dicho 
Cortés  truxo  consigo  vn  mangebo  gurujano, 
que  le  cosió  la  mitad  de  la  herida  del  rrostro 
e  le  sacó  dos  o  tres  huesos  pequeños  della 
que  estavan  cortados,  e  no  cosió  lo  demás 
por  cavsa  de  vn  hueso  questava  cortado  e 
atravesado  junto  al  ojo  yzquierdo  de  mane- 
ra que  no  podía  salir.  E  ansí  se  á  curado  y 
cura  cada  día  con  el  ensalmo,  y  está  y  á  es- 
tado todo  este  tienpo  en  la  cama  de  las  di- 
chas heridas.  E  que,  como  dicho  tiene,  no 
sabe  quién  le  hirió  ni  quién  ni  quántos  heran 
ni  tiene  sospecha  de  nadie  ni  cavsa  para 
sospechar,  porque  a  ningún  onbre  en  esta 
dicha  gibdad  ni  en  toda  esta  Nueva  España 
tiene  enojado.  Y  esto  sabe  deste  caso  y  es 
la  verdad,  para  el  juramento  que  hizo,  e  no 
sabe  otra  cosa.  Fuéle  leydo,  e  rretificóse 
enél  e  firmólo  de  su  nonbre.  E  que  este  de- 
clarante es  de  hedad  de  más  de  treynta  e 
ginco  años.  El  bachiller  Martínez. — Gutierre 
de  Qetina. — Pasó  ante  mí,  Juan  de  Guevara, 
escribano. =  E  después  de  lo  susodicho  en 
esta  gibdad  de  los  Angeles,  en  este  dicho 
día  diez  e  nueve  días  del  mes  de  abril  de 
mili  e  quinientos  e  ginquenta  e  quatro  años, 
el  dicho  señor  bachiller  Martínez,  juez  pes- 


228      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

quisidor,  hizo  quitar  los  paños  que  tenía 
puestos  el  dicho  Gutierre  de  Cetina  en  el 
rrostro  y  en  la  cabega,  para  ver  las  heridas 
que  tenía,  los  cuales  dichos  paños  le  fueron 
quitados  e  yo,  el  escribano,  doy  fe  que  te- 
nía el  dicho  Gutierre  de  Cetina  vna  cuchi- 
llada e  herida  en  la  cara  que  le  tomava  des- 
de la  punta  de  la  oreja  yzquierda,  de  lo 
alto  della,  hasta  la  ternilla  de  la  nariz  por 
debaxo  del  ojo  que  paregia  estar  de  rrazona- 
ble  dispusigión,  e  ansí  lo  dixeron  el  doctor 
Gutiérrez  e  Diego  Cortés,  persona  que  le  cu- 
rava,  con  el  ensalmo;  e  ansímismo  tenía  el 
dicho  Gutierre  de  Cetina  vna  señal  de  heri- 
da en  la  cabega  sobre  la  comesura  del  lado 
yzquierdo,  que  estava  ya  cerrada,  e  pareció 
estar  sana  e  lo  firmaron  de  sus  nonbres  los 
dichos  doctor  Gutiérrez  e  Diego  Cortés  y  el 
dicho  señor  juez  pesquisydor.  Testigos  que 
fueron  presentes  a  lo  que  dicho  es,  Antonio 
Matiengo  e  Sevastián  de  Ángulo,  vezinos  de 
esta  gibdad.  El  bachiller  Martínez — El  doc- 
tor Gutiérrez — Diego  Cortés — Juan  de  Gue- 
vara, escribano. — En  la  gibdad  de  los  Ánge- 
les, diez  e  nueve  días  del  mes  de  abril  de  mili 
e  quinientos  e  ginquenta  e  quatro  años,  el  di- 
cho señor  bachiller  Martínez,  juez  pesquisy- 
dor preguntó  al  dicho  Gutierre  de  Qetina  sy 


Proceso  del  heridor  de  Cetina.  229 

quería  querellar  de  alguna  persona  que  ten- 
ga sospecha  que  le  dio  las  dichas  heridas,  o 
pedir  su  justicia  sobre  el  caso,  el  cual  dicho 
Gutierre  de  Qetina  dixo  que  como  dicho 
tiene,  enel  dicho  que  sobre  este  caso,  le  a 
sydo  tomado,  no  sabe  qué  personas  le  die- 
ron las  dichas  heridas  ni  tiene  sospecha  de 
nadie,  y  que,  avnque  lo  supiera  cierto,  no 
querellara  ni  quiere  querellar  de  nadie  ni 
pedir  justicia  sobre  este  caso.  E  lo  firmó  de 
su  nonbre,  y  el  dicho  señor  juez,  Testigos 
Lázaro  de  la  Rroca  e  Antonio  Matiengo  y 
Andrés  de  Molina,  vezinos  y  estantes  en 
esta  gibdad,  el  bachiller  Martínez. — Gutierre 
de  (Retina,  pasó  ante  mí  Juan  de  Guevara, 
escribano. 

A  estas  confesiones  han  precedido 
la  del  testigo  don  Jerónimo  de  Be- 
navides,  compañero  de  alojamiento 
de  Cetina  y  de  Peralta  (folio  3);  la 
del  teniente  alguacil  mayor  Pedro  de 
Flores  (folio  12)  y  la  del  cirujano 
Gaspar  Rodríguez  (folios  2  3  y  2  3 
vuelto):  todas  confirman  la  culpabili- 
dad de  Nava.  Los  párrafos  de  interés 
de  la  del  primero,  son  como  sigue: 


2$o      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

Declaración    del    testigo    don    Gerónimo 
Venabides  (fol.  3.) 

Estante  en  los  Angeles  de  veintidós  años 
dijo:  «que  estando  este  testigo  acostado  en 
su  cama  entró  Francisco  de  Peralta  llaman- 
do a  gran  priesa,  diziendo:  «Herrera,  Herre- 
ra,» a  Herrera,  y  este  testigo  se  levantó  a  ver 
qué  era,  porque  el  dicho  Herrera  posa  en  la 
posada  deste  testigo,  que  es  en  casa  de  An- 
drés de  Molina,  y  como  este  testigo  se  levan- 
tó halló  en  vna  cámara  de  la  dicha  casa, 
sentado  encima  de  la  cama,  al  dicho  Gutie- 
rre de  (Retina,  con  vna  herida  en  la  cara  que 
le  llegava  a  la  sien,  dende  el  ojo  hasta  la 
oreja;  e  como  este  testigo  entró,  pidió  el  di- 
cho (Retina,  «confesión,  que  me  an  muerto»; 
y  ansí  mismo  estava  con  el  dicho  Gutierre 
de  Qetina  el  dicho  Francisco  de  Peralta,  el 
qual  dicho  Peralta  dixo  que  avía  sido  ventu- 
roso que  no  le  avían  muerto,  mas  que  el  di- 
cho Francisco  de  Peralta  dixo  que  eran  dos 
hombres  armados  con  cotas  el  uno  espada  e 
rrodela  y  el  otro  con  un  montante,  e...  croe 
que  el  que  hizo  lo  suso  dicho  e  dio  la  dicha 
herida  al  dicho  Gutierre  de  Qetina  sería  Her- 
nando de  Nava  e  otro,  e  esto  cree  por  lo 
que  ha  oydo  decir  al  dicho  Peralta.» 


Proceso  del  herido r  de  Celina.  231 

Francisco  de  Peralta,  que  en  el  fo- 
lio 4  vuelto  aparece  negándose  a  de- 
clarar «porque  está  con  alteración», 
y  es  llevado  a  la  cárcel,  ya  puesto  en  li- 
bertad declara  en  el  folio  9  vuelto,  y 
en  el  42.  Su  declaración  conviene  en 
todo  con  la  de  Cetina;  pero  viene  a 
añadir  algunas  nuevas  noticias  en  la 
acusación  de  Nava. 


Cabeza  de  Proceso  por  las  heridas  de  Leo- 
nor DE  OSMA    (FOL.    I  I  5-1  l6   VTO.).  DECLARA- 
CIÓN de  Leonor  de   Osma  (fol.   i  17  vto., 
119   VTO.) 

...dixo  que  lo  que  sabe  e  pasa  es  que  pue- 
de aver  vna  ora  poco  mis  o  menos,  y  hera 
quando  tañían  a  maytines,  que  estando  esta 
declarante  en  su  casa  echada  con  el  doctor 
de  la  Torre,  su  marido,  en  su  cama,  oyó 
esta  testigo,  porque  estava  despierta,  me- 
near el  aldava  de  vna  puerta  de  vna  ventana 
que  sale  a  vn  corredor  del  patio  de  la  casa; 
y  llamavan  quedito  diziendo,  «señora»;  y 
esta  testigo  se  levantó  sin  despertar  al  dicho 


232      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

doctor  de  la  Torre  y  se  fué  hazía  la  dicha 
puerta  de  la  dicha  ventana,  en  la  qual  está 
vna  rreja  de  hierro.  E  como  esta  testigo  lle- 
gó, dixo  «¿quién  está  ay?»  e  asomó  el  rrostro, 
e  luego  le  dieron  con  vn  cuchillo  o  daga  vna 
cuchillada  a  esta  declarante  por  la  nariz,  y 
en  dándosela  dixo  el  que  se  la  dio  «acorda- 
ros eys  de  mí,  y  llama  acá  a  vuestro  marido 
que  le  tengo  que  matar».  Y  esta  testigo  lo 
miró  muy  bien  e  lo  conoció  que  hera  Her- 
nando de  Nava,  hijo  de  Catalina  Vélez  Ras- 
cón, el  qual  venía  en  cuerpo  e  armado  con 
vna  espada  en  la  mano  e  con  vna  cota  pues- 
ta, e  vna  rrodela,  e  vna  gelada  en  la  cabega; 
y  esta  testigo  como  se  sintió  herida  se  bol- 
vió  para  la  cama  donde  el  dicho  su  marido 
avía  quedado  y  lo  despertó  y  le  dixo:  «se- 
ñor, aquí  esta  Hernando  de  Nava  y  me  ha 
herido  enel  rrostro.»  Y  el  dicho  doctor  se 
levantó  en  camisa  y  pidió  su  espada,  e  no  la 
halló,  e  tomó  vna  langa  e  salió  fuera  al  co- 
rredor, y  esta  declarante  tras  del.  Y,  estan- 
do en  el  dicho  corredor  el  dicho  doctor  de 
la  Torre,  le  dixo  al  dicho  Hernando  de  Nava 
llamándolo  por  su  nonbre,  que  era  un  ve- 
llaco  traydor,  y  esta  declarante  vio  questava 
entonces  el  dicho  Hernando  de  Nava  enel 
azotea  pequeña  de  vn  corredorcillo  bajo  y 


Proceso  del  licridor  de  Celina.  233 

quería  subir  al  agotea  de  la  casa  para  salir; 
y  el  dicho  doctor  llamava  a  sus  negros  di- 
ziendo:  «asid  a  ese  traydor».  Y  a  estas  bo- 
zes  e  palabras  que  dezía,  salió  vn  negrillo 
del  dicho  doctor,  que  se  llama  Juan  Galán, 
con  la  espada  del  dicho  doctor  e  se  fué  para 
el  dicho  Nava  que  quería  subir  por  el  aco- 
tea  y  le  ympidió  que  no  subiese,  y  entonces 
vio  esta  declarante  quel  dicho  Hernando  de 
Nava  se  bolvió  al  dicho  Juan  Galán  e  le  tiró 
de  cuchilladas,  e  le  dio  vna  muy  grande  en- 
el  braco  derecho  de  que  le  corría  mucha 
sangre,  e  a  la  dicha  sazón  vio  este  declaran- 
te que  venía  con  el  dicho  Hernando  de  Nava, 
Gongalo  Galeote,  hijo  de  Alonso  Galeote, 
el  qual  esta  declarante  vio  e  conoció  muy 
bien;  e  venía  armado  como  el  dicho  Hernan- 
do de  Nava.  Y,  en  esto,  el  dicho  doctor  y 
esta  declarante  daban  voces,  e  no  acudió 
nayde,  e  dixeron  a  Yseo,  negra  su  esclava, 
que  abriese  la  puerta  de  la  calle  quedito  e 
que  llamase  gente:  e  la  dicha  negra  tomó 
las  llaves  y  se  fué  a  la  dicha  puerta  de  la  ca- 
lle y  la  abrió  e  dio  bozes  en  la  calle  y  en- 
tonges,  como  los  dichos  Hernando  de  Nava 
e  Gongalo  Galeote  vieron  que  la  puerta  de 
la  calle  estava  abierta,  se  salieron,  y  después 
vio  esta  declarante  que  subió  arriba  otra  ne- 


234      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

gra  su  esclava,  que  se  llama  Qecilia,  e  trayo 
vna  estocada  en  vn  muslo  derecho  de  que  le 
salía  mucha  sangre... 


Autos. — Diligencias 
(fol.  126-131  VTO.) 

(Al  margen.) — Requerimiento  a  los  fray- 
Íes  en  el  monesterio  y  al  prouisor  que  les 
den  licengia  para  sacar  los  dichos  Hernando 
de  Nava  y  Gonzalo  Galeote,  y  el  dicho  pro- 
uisor puso  pena  de  descomunión,  que  salgan 
de  la  yglesia  y  puso  entredicho.  Auto. — ...di- 
cho señor  juez  tornó  a  mandar  al  dicho  pro- 
uisor en  nonbre  de  Su  Magestad  que  algase 
la  dicha  descomunión  y  entredicho,  sy  lo 
tenía  puesto,  so  pena  de  perdimiento  de  las 
tenporalidades  e  de  que  se  avrá,  e  desde 
agora  le  á,  por  ageno  y  estraño  de  todos  los 
rreynos  e  señoríos  de  Su  Magestad,  atento  a 
que  los  dichos  Hernando  de  Nava  e  Gonzalo 
Galeote  no  los  puede  defender  ni  defiende 
la  yglesia  de  Dios,  por  aver  salido  della  a 
cometer  el  dicho  delito  e  ser  tan  grave  e 
atroz  como  consta  por  la  dicha  ynforma- 
ción... 

E  luego  yncontinente  los  dichos  prior  e 
soprior  e  frayles  del  dicho  monesterio,  con 


Proceso  del  heridor  de  Cetina.  23s 

otros  frayles  de  la  1  lorden  de  San  Francisco 
e  San  Agustín,  y  el  arcediano  e  provisor  e 
otros  clérigos  sacerdotes,  se  fueron  al  altar 
mayor  del  dicho  monesterio  con  vna  cruz 
cubierta  de  luto  negro;  sacaron  del  sagrario 
vna  custodia  cubierta  con  vn  velo,  en  que 
dezían  los  frayles  estava  el  Santíssimo  Sa- 
cramento, y  el  dicho  prior  llevó  la  dicha  cus- 
todia en  sus  manos  y  con  él  yvan  todos  los 
demás  religiosos  que  dicho  es,  cantando  y  la 
cruz  de  delante  cubierta  con  vn  velo  negro, 
y  cantando  el  salmo  «yn  exitu  isrrael  de 
egito»  y  desta  manera  se  salieron  de  la  dicha 
yglesya  e  monesterio  de  entre  toda  la  gente 
que  enél  estava  e  no  consyntieron  que  per- 
sona alguna  fuese  aconpañando  el  Santíssi- 
mo Sacramento,  diziendo  estar  todos  desco- 
mulgados, y  el  dicho  señor  juez  se  quedó 
con  toda  la  gente  que  con  él  estava  enel  di- 
cho monesterio. 

...E  luego  el  dicho  señor  juez  después  que 
pasó  lo  susodicho  mandó  que  subiese  mucha 
gente  a  las  azoteas  del  dicho  monesterio: 
rrodeleros  e  arcabuceros  e  vallesteros,  e 
mandó  subir  ciertas  escalas  para  poner  el  pie 
de  la  torre  por  donde  subiese  gente  a  lo  alto 
de  la  torre  a  tomar  la  torre  por  lo  alto  della, 
e  mandó  a  los  arcabuceros  e  vallesteros  que 


236      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

en  asomando  los  dichos  Gonzalo  Galeote  e 
Hernando  de  Nava  a  hazer  daño  a  los  que 
ponían  las  escaleras  e  subiesen  por  ellas,  que 
les  tirasen  con  los  dichos  arcabuzes  e  valles- 
teros,  e  ansí  mismo  mandó  a  la  gente  que 
con  el  dicho  señor  juez  estava  a  la  puerta  de 
la  dicha  torre  que  la  abriesen  e  que  echasen 
fuego  por  la  dicha  puerta  con  paja  e  chile 
para  hacer  humo  en  la  dicha  torre  e  ansy 
fué  hecho. 

Confesión  de  Hernando  de  Nava 
(fol.  166-173  i 

...dixo  questando  este  confesante  retraydo 
y  encerrado  en  el  dicho  monesterio  ¿cómo 
avía  de  salir  a  hazer  lo  que  les  preguntado? 
lo  qual  niega... 

...estuvieron  en  la  dicha  torre  hechos 
fuertes  e  resystiendo  a  los  que  les  querían 
entrar  hasta  antier  a  las  diez  de  la  noche 
que  salieron  por  vna  ventana,  echándose 
por  vna  soga  a  la  huerta  de  las  higueras, 
questá  enel  dicho  monesterio,  e  luego  se  sa- 
lió el  dicho  Galeote  por  la  puerta  de  la  ygle- 
sia  y  este  declarante  no  le  ha  visto  más  ni 
sabe  dónde  está.  E  no  se  salió  este  declaran- 
te porque  le  paregió  no  aver  buena  coyun- 


Proceso  del  herido r  de  Cetina.  237 

tura  para  ello,  e  se  á  estado  enel  dicho  mo- 
nesterio  hasta  oy  domingo  a  ora  de  las  ocho 
de  la  mañana,  que  fué  hallado  engima  de  las 
negesarias,  vestido  con  la  cota  e  garaguelles 
como  su  merced  le  halló;  e  que  la  barva 
rrayda  que  tiene  y  un  abito  que  se  avía  ves- 
tido fué  solamente  para  salir  como  salió 
anoche  disimulado  hecho  frayle  con  ábitos 
vestido  fuera  del  monesterio,  y  que  ansí  sa- 
lieron vn  frayle  y  este  declarante  hecho  fray- 
le por  la  portería  hasta  cerca  de  la  puerta 
del  gimenterio.  E  como  este  declarante  vio 
que  andavan  por  allí  gentes  que  le  podían 
conocer  se  bolvió  al  dicho  monesterio  e  que 
no  se  vistió  los  ábitos  ni  rrayó  la  barba  syno 
para  esto,  e  no  hay  otra  cosa  enello=:... 

Entre  los  otros  testigos  del  proce- 
so cuéntanse  el  negro  Francisco,  de 
doce  años  de  edad,  liberto  en  la  casa 
de  Nava,  cuya  primera  declaración, 
folio  79  vuelto,  carece  de  importan- 
cia; no  así  la  segunda  en  la  cual, 
puesto  a  cuestión  de  tormento,  con- 
firma lo  dicho  por  Cetina,  por  Peral- 
ta,  y   Leonor  de  Osma.  Lo  mismo 


238      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

acontece  con  las  declaraciones  de  la 
servidumbre  del  doctor  de  la  Torre 
y  de  su  mujer,  agregándose  en  ellas 
alguna  incidental  noticia  sobre  los 
amoríos  de  su  ama  con  Hernando  de 
Nava.  Hay  también  una  confesión  de 
Lázaro  de  la  Roca  (folios  262-64),  a 
quien  Nava  dijo  en  el  coro  de  la  igle- 
sia, estando  retraído  «dicen  por  ay 
que  vuestra  merced  meregía  la  cuchi- 
llada que  Cetina  tiene»,  y  la  del  zapa- 
tero Juan  Vázquez,  en  cuya  declara- 
ción (folios  271  y  76)  hay  los  siguien- 
tes párrafos  muy  edificantes  respecto 
a  los  dichos  de  Hernando  de  Nava: 


Declaración  de  Juan  Vázquez,  zapatero 
(fol.  271-76) 

...y  el  dicho  Nava  dixo:  «miente  la  suzia», 
e  ay  veréys  vos,  Vázquez,  quién  son  muge- 
res,  porque  si  ella  me  quisyera  bien,  avnque 
fuera  yo,  como  ella  dize,  no  avía  de  dezir 
ella  que  hera  yo  y  este  testigo  dixo:  «pues 
vos,  dizen  que  soys»... 


Proceso  del  heridor  de  Cetina.  239 

...dixo  a  este  testigo:  «bien  tengo  crey- 
do  que  no  tengo  de  morir,  que  al  ñn  dine- 
ros e  favor  lo  án  de  hazer,  y  madre  tengo  que 
tiene  ginquenta  mili  ducados  e  favor  tanto 
quanto  ay  en  las  yndias. 

Sentencia 

(FOL.   326  VTO.    327) 

//  Visto  este  proceso  entre  partes:  de  la 
vna  la  justigia  Real,  de  ofigio,  e  de  la  otra 
Hernando  de  Nava  e  Hernando  Vehedor,  en 
su  nombre  =  //  fallo  que  por  la  culpa  que 
deste  proceso  rresulta  contra  el  dicho  Her- 
nando de  Nava,  le  devo  de  condenar  e  con- 
deno a  que,  de  la  cargel  do  está,  sea  sacado 
en  bestia  de  albarda  con  vna  soga  a  la  gar- 
ganta e  atado  pies  e  manos  e  con  boz  de 
pregonero  que  manifieste  su  delito,  y  sea 
traydo  por  las  calles  públicas  y  acostumbra- 
das, y  por  la  calle  do  al  presente  bive  el 
doctor  de  la  Torre,  y  allí  le  sea  cortada  la 
mano  derecha  e  puesta  en  un  palo  e  sea 
traydo  a  la  plaga  pública  desta  gibdad  do 
sea  degollado  hasta  que  naturalmente  muera. 
E  demás  desto  le  condeno  en  las  armas  con 
que  fué  tomado  las  quales  aplico  a  quien 
conforme  a  derecho  pertenegen,  y  en  todos 


240      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados : 

los  salarios  e  costas  que  se  án  hecho  sobres- 
te  negocio  y  hizieron  durante  mi  comisyón, 
la  tasación  de  todo  lo  cual  en  mi  rreservo,  e 
por  esta  mi  sentencia  difynitiva  juzgando 
asy  lo  pronuncio  e  mando.  El  doctor  mexía. 

Sentencia  y  ejecución  de  ella 
(fol.  375-376.) 

...En  la  cibdad  de  México  de  esta  Nueva 
España,  siete  días  del  mes  de  julüo  de  mili  e 
quinientos  e  cinquenta  y  quatro  años:  Gon- 
galo  Zerezo,  alguazil  mayor  de  esta  Corte, 
executó  el  avto  de  esta  otra  parte  contenido, 
conforme  el  mandamiento  que  para  ello  le 
fué  dado,  en  la  plaga  mayor  de  esta  cibdad, 
en  la  persona  de  el  dicho  Hernando  de 
Nava.  E  se  le  cortó  la  mano  derecha  por  el 
doctor  Torres,  médico  e  gurujano,  junto  a 
las  cadenas  de  la  avdiencia  de  la  justigia 
hordinaria.  E  cortada  la  dicha  mano  dere- 
cha, se  puso  y  enclavó  donde  se  suelen  po- 
ner semejantes  execugiones,  e  se  dio  pregón 
que,  so  pena  de  muerte,  ninguna  persona 
fuese  osado  de  la  quitar  de  allí.  Testigos  que 
fueron  presentes:  Antonio  de  la  Cadena,  al- 
calde, e  Baltasar  García,  alguazil  desta  gib- 
dad,  e  Diego  Descobedo,  e  Francisco  de  Pe- 


Proceso  del  lieridor  de  Cetina.  241 

drosa,  alguaziles  de  corte,  e  otras  muchas 
personas.  Y  el  dicho  alguazil  mayor  lo  pidió 
por  testimonio,  e  lo  bolvió  a  la  carmel,  e,> 
primero  que  se  executase  lo  susodicho,  con 
boz  de  pregonero  se  truxo  por  las  calles 
desta  gibdad,  encima  de  vna  bestia  de  al- 
barda  en  execugión  de  la  justigia  que  sr 
mandava  hazer. — Pasó  ante  mí.  —  Antonio 
de  Turcios.= 

Petición  de  indulto  de  Galeote 
(fol.  387.) 

Gonzalo  Galeote,  que  prófugo  en  rebel- 
día, pide  en  1557  no  ser  molestado  en  el 
proceso  que  contra  él  se  ha  seguido,  «en 
rrazón  que  en  la  gibdad  de  los  Angeles  se 
procedió  contra  Hernando  de  Nava,  dizien- 
do  aver  cometido  cierto  delito  contra  la 
mujer  del  doctor  de  la  Torre  e  Gutierre  de 
Qetina,  difunto,  en  el  qual  yo  no  soy  en  cul- 
pa». Dada  cuenta  de  esta  petición  en  la  Au- 
diencia de  Méjico,  a  5  de  junio  del  dicho 
año,  los  oidores  mandaron  que  «ante  todas 
cosas  sea  preso  el  dicho  Gongalo  Galeote»,  y 
para  ello  se  dio  mandamiento. 


16 


II 


JUAN  de  la  Cueva  y  Lope  de  Vega 
— ya  lo  dije  en  otra  ocasión —  ' 
fingieron  ignorarse  y  en  sus  escritos 
no  se  nombraron  jamás.  Lo  que  hace 
suponer  que  hubo  entre  ellos  des- 
avenencias, a  las  que  no  debieron  ser 
ajenas  las  rivalidades  de  oficio.  Esta 
omisión  en  Lope  es  más  de  notar 
que  en  Juan  de  la  Cueva,  dada  la 
cronología  del  Viaje  de  Sannio  y  de 
las  otras  obras  de  Cueva,  en  que  el 
nombre  de  Lope  pudo  figurar.  En 
Lope  de  Vega  ese  silencio  es  una  ex- 

1      Véase  lapág.  I £9  de  este  mismo  libro. 


244      Sucesos  rea/es  que  parecen  imaginados: 

traña  excepción,  pues  habló  de  casi 
todos  los  autores  de  su  tiempo,  con 
alabanza  pública,  unas  veces;  con 
censura  privada,  otras,  y  no  pocas 
de  ambas  maneras,  respectivamente, 
en  sus  escritos  literarios  y  en  sus  cartas 
particulares.  Lope  no  mienta  a  Cue- 
va ni  en  las  ocasiones  en  que  era 
obligado  nombrarle,  como  en  aquella 
carta  en  que  informa  al  duque  de 
Sessa  de  quienes  habían  escrito  tra- 
gedias en  castellano.  Hay  lugar  a  su- 
poner que  sus  animosidades  datan 
de  los  tiempos  en  que  Lope  de  Vega, 
durante  su  estancia  en  Sevilla,  fué 
blanco  de  las  sátiras  de  un  grupo  de 
poetas  entre  los  cuales  se  contaban 
algunos  amigos  y  protegidos  de  Cue- 
va; pero  de  todo  esto  no  hay  verda- 
deras constancias. 

Otra  cosa  sucede  respecto  a  las  re- 
laciones literarias  de  Cervantes  y  Juan 
de  la  Cueva.  Este  último  no  le  men- 
ciona tampoco   en    sus   obras;   pero 


Juan  de  la  Cueva  y  Cervantes.  245 

Cervantes  le  alaba  declaradamente 
en  «La  Galatea »  ',  y  le  satiriza  de  un 
modo  manifiesto  e  indudable  en  el 
Pedro  de  Urdemalas  y  en  el  Quijote. 

Las  omisiones  de  Cueva  respecto 
a  Cervantes  y  Lope  de  Vega,  ya 
fueron  apuntadas  escuetamente  por 
Wulf  y  atribuidas  a  posible  animo- 
sidad. 

Menéndez  Pidal  observa  — en  una 
nota  de  su  citado  libro  sobre  La  Le- 
yciida  de  ¿os  siete  hif antes  de  Lara,  y  a 
propósito  de  la  obra  de  Cueva  de 
este  asunto,  que  «no  parece  sino  que 
a  este  drama  de  Cueva — en  que  se 
anuncia  el  nacimiento  de  Mudarra 
en  la  tercera  jornada,  y  en  la  cuarta 


Dad  a  luán  de  las  Cuotas  el  deuido 
lugar,  quando  se offrezca  en  este  assiento, 
pastores,  pues  lo  tiene  merescido 
su  dulce  musa,  y  raro  entendimiento. 
Sé  que  sus  obras  del  eterno  oluido, 
a  despecho  v  pesar  del  violento 
curso  del  tiempo,  libraran  su  nombre, 
quedando  con  vn  claro  alto  renombre. 

Cervantes:  'Galaica*.  F.d.  Príncipe, 329 vto. 


246      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

se  le  saca  ya  mozo  y  valiente — ,  alude 
Cervantes  en  su  Pedro  de  Urdemalas 
alabándose  de  que  en  sus  comedias 
no  se  hallarían  tales  despropósitos: 
Ni  que  parió  la  dama  esta  jornada, 
y  en  otra  tiene  el  niño  ya  sus  barbas 
y  es  valiente  y  feroz,  y  mata  y  hiende, 
vengando  de  sus  padres  cierta  inju- 
ria.» Y  agrega  el  dicho  autor:  «En  el 
razonamiento  del  canónigo  del  Quijote 
se  habla  también  del  niño  a  quien  cre- 
cen las  barbas  a  vista  de  los  especta- 
dores, hecho  que  naturalmente  tenía 
que  ser  muy  común  en  las  comedias 
sacadas  de  los  cuentos  y  leyendas.» 
I  .0  que  pasó  inadvertido  hasta 
ahora  fué  la  sátira  de  Cervantes  con- 
tra Los  hive?itores  de  las  Cosas. 

Recuérdese  que  el  primo  y  gran 
estudiante  del  capítulo  xxn  de  la  Se- 
gunda Parte,  dice  a  don  Quijote: 

«Otro  libro  tengo,  que  le  llamo  Suplemen- 
to a  Virgilio  Polidoro,  que  trata  de  la  inven- 
ción de  las  cosas,  que  es  de  grande  erudición 


Juan  de  la  Cueva  y  Cervantes.  24-] 

y  estudio,  a  causa  que  las  cosas  que  se  dejo 
de  decir  Polidoro  de  gran  sustancia,  las  ave- 
riguo yo,  y  las  declaro  por  gentil  estilo. 

Olvidósele  a  Virgilio  de  declararnos  quién 
fué  el  primero  que  tuvo  catarro  en  el  mun- 
do y  el  primero  que  tomó  las  unciones  para 
curarse  del  morbo  gálico,  y  yo  lo  declaro  al 
pie  de  la  letra,  y  lo  autorizo  con  más  de 
veinticinco  autores:  porque  vea  vuesa  mer- 
ced si  he  trabajado  bien,  y  si  ha  de  ser  útil 
el  tal  libro  a  todo  el  mundo.» 

Y  sígase  leyendo,  porque,  para 
nuestro  objeto,  no  tiene  la  página 
desperdicio: 

«Sancho,  que  había  estado  muy  atento  a 
la  narración  del  primo,  le  dijo: 

— Dígame,  señor,  así  Dios  le  dé  buena 
manderecha  en  la  impresión  de  sus  libros: 
¿sabríame  decir,  que  sí  sabrá,  pues  todo  lo 
sabe,  quién  fué  el  primero  que  se  rascó  en 
la  cabeza,  que  yo  para  mí  tengo  que  debió 
de  ser  nuestro  padre  Adán? 

— Sí  sería  — respondió  el  primo — ;  por- 
que Adán  no  hay  duda  sino  que  tuvo  cabe- 
za y  cabellos;  y  siendo  esto  así,  y  siendo 
el  primer  hombre  del  mundo,  alguna  vez  se 
rascaría. 


24S      Sucesos  rea/es  que  parecen  imaginados: 

— Así  lo  creo  yo  — respondió  Sancho — ; 
pero  dígame  ahora:  ¿'quién  fué  el  primer 
volteador  del  mundo? 

— En  verdad,  hermano  — respondió  el 
primo — ,  que  no  me  sabré  determinar  por 
ahora,  hasta  que  lo  estudie.  Yo  lo  estudiaré 
en  volviendo  adonde  tengo  mis  libros,  y  yo 
os  satisfaré  cuando  otra  vez  nos  veamos;  que 
no  ha  de  ser  ésta  la  postrera. 

— Pues  mire,  señor  — replicó  Sancho—: 
no  tome  trabajo  en  esto;  que  ahora  he  caído 
en  la  cuenta  de  lo  que  le  he  preguntado. 
Sepa  que  el  primer  volteador  del  mundo  fué 
Lucifer,  cuando  le  echaron  o  arrojaron  del 
cielo,  que  vino  volteando  hasta  los  abismos. 

— Tienes  razón,  amigo — ,  dijo  el  primo. 

Y  dijo  don  Quijote: 

— Esa  pregunta  y  respuesta  no  es  tuya, 
Sancho:  a  alguno  las  has  oído  decir. 

— Calle,  señor  — replicó  Sancho — ;  que  a 
buena  fe  que  si  me  doy  a  preguntar  y  a 
responder,  que  no  acabe  de  aquí  a  mañana. 
Sí,  que  para  preguntar  necedades  y  respon- 
der disparates  no  he  menester  yo  andar 
buscando  ayuda  de  vecinos. 

— Más  has  dicho,  Sancho,  de  lo  que  sabes 
— dijo  don  Quijote — ;  que  hay  algunos  que 
se  cansan  en  saber  y  averiguar  cosas,   que 


Juan  de  la  Cueva  y  Cervantes.  J49 

después  de  sabidas  y  averiguadas,  no  im- 
portan un  ardite  al  entendimiento  ni  a  la 
memoria.» 

La  burla  de  Los  Inventores  de  las 
Cosas  no  puede  ser  más  clara  y  evi- 
dente. Que  estas  sátiras  de  Cervantes 
corrían  de  boca  en  boca  aun  antes  de 
imprimirse,  lo  demuestra  el  discurso 
del  canónigo,  referente  al  teatro,  del 
que  habla  Lope  en  una  de  sus  cartas, 
cuando  no  se  había  publicado  el  Qui- 
jote todavía. 

Nada  más  descabellado  y  ridículo 
que  Los  cuatro  libros  de  los  Inventores 
de  las  Cosas.  A  no  existir  el  manus- 
crito autógrafo —  en  la  Biblioteca 
Nacional  de  Madrid,  bajo  el  número 
10.182 — ,  su  atribución  a  Cueva  se 
creería  una  broma  burda  del  peor  gé- 
nero. El  asunto  lo  inicia  y  presenta 
Cueva  diciendo: 

«Las  Artes  y  las  cosas  inuentadas 

»por  los  Dioses  y  Ombres  para  el  Ombre 


250      Sucesos  rea/es  que  parecen  imaginados 

»soy  movido  a  cantar,  siendo  mi  Musa 
»de  un  celeste  furor  arrebatada.» 

Y  arrebatada  de  celeste  furor  cuen- 
ta — o  canta  como  él  dice —  que 

«La  invención  del  xabón  se  debe  a  Francia... 

» Cibeles  dicen  que  inventó  la  Fístula 

»a  gaita  pastoral,... 

»E1  que  en  Roma,  primero  corrió  toros 

»por  fiestas,  i  con  langa  y  a  cavallo 

ílos  mató,  fué  el  valiente  Julio  César... 

»La  letra  G  halló  Spurio  Carbilio, 

^Claudio  Centeniano  halló  la  R. 

»Los  dioses  fué  invención  de  los  Egipcios, 

»Y  entre  quien  los  primeros  se  hallaron... 

»  Marte,  el  modo  de  darse  las  batallas. 

»Otros  dizen  que  fué  Moysés,  primero, 

»el  qu'el  uso  inventó  de  las  coronas. 

»  Nerón  fué  el  que  inventó  cozer  el  agua. 

»De  la  capatería  fué  Boecio 

»el  inventor...» 

A  la  vez  que  esas  mentiras  o  dis- 
parates «de  dioses  y  de  hombres», 
agrega  noticias  ciertas  y  de  relativa 
curiosidad.  A  propósito  de  bibliote- 
cas escribe: 


'Juan  de  la  Cueva  y  Cervantes.  251 

«Don  Fernando  Colón  hizo  lo  propio, 

»y  juntó  un  grande  número  de  libros 

»que  de  veinte  mil  cuerpos  adelante 

»en  todas  facultades,  procurados 

»por  su  propia  persona  en  todo  el  mundo 

»los  dio  a  la  Santa  Iglesia  donde  hoy  viven.» 

En  rigor,  sin  que  se  sepa  por  qué, 
trata  del  derecho  de  asilo  que  tenían 
en  Sevilla. 

«La  casa  de  don  Pedro  de  Castilla, 
»junto  a  la  antigua  puerta  de  Triana, 
»La  otra  es  de  don  Pedro  de  Pineda, 
^Escribano  Mayor  del  gran  Cabildo... 
»La  otra  de  los  célebres  Roelas, 
»La  de  Martín  Cerón,  la  cuarta  y  última. 
»E1  Tiempo  y  la  potencia  de  los  Reyes 
»derogaron  los  fuertes  privilegios...» 

Cueva,  rimador  fácil  hasta  cuando 
escribe  de  improviso  lo  que  espon- 
táneamente viene  a  su  pluma  — dí- 
ganlo sus  cartas  en  verso,  algunas  de 
las  cuales  aquí  mismo  dejo  comenta- 
das— ,  es  increíblemente  premioso  y 
desatinado  en  las  obras  hechas  de 
encargo  como,  según  propia  declara- 


252      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

ción,  compuso  Los  Inventores.  Cervan- 
tes que  reconoció  y  alabó  en  gene- 
ral los  méritos  de  Cueva,  no  se  exce- 
de en  esas  chanzas.  Lo  cómico  de  la 
parodia  no  llega  a  lo  bufo  de  la  obra 
parodiada.  Diñase  que  la  ironía  cer- 
vantina espiritualizó  en  labios  de 
Sancho  — que  ya  en  esa  parte  del 
Quijote  nada  tenía  de  bobo  y  mucho 
de  bellaco —  los  grotescos  chistes  in- 
voluntarios de  Los  cuatro  libros  de  los 
Inventores. 


III 


EL  libro  de  donde  está  sacado  el 
Elogio  de  Luis  Belmonte  Ber- 
múdez  que  voy  a  transcribir  se  ti- 
tula así; 

Vida  |  del  Padre  |  Maestro  Ignacio  |  de 
Loyola,  fundador  de  la  |  Compañía  de  Je- 
sús. |  Dirigida  a  sus  religio-  |  sos  de  la  pro- 
vincia de  la  Nueva  España.  |  Por  Lvys  de 
Belmonte  |  Bermudez  |  .  Año,  (Grab.  en 
mad.  que  representa  la  Virgen  con  el  Niño 
en  brazos).  1 609.  |  Con  privilegio  por  ocho 
años.  I  En  México,  j  En  la  emprenta  de  Ge- 
rónimo Balli.  I  Por  Cornelio  Adriano  Cesar. 

Es  obra  rarísima,  tan  desconocida 
que  no  figura  ni  en  la  esmerada  bi- 


254      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados: 

bliografía  de  Alemán  que,  en  la  Re- 
vue  Hispanique,  ha  publicado  recien- 
temente el  señor  Foulché-Delbosc. 
Un  ejemplar  — procedente  de  la  bi- 
blioteca del  Marqués  de  Jerez  de  los 
Caballeros,  y  descrito  entonces  por 
don  José  Toribio  Medina  en  La  Im- 
prenta en  México,  t.  n,  pág.  45 —  exis- 
te en  la  actualidad  en  la  Hispanic  So- 
ciety  o f  America. 

Don  Federico  de  Onís,  a  quien  ha- 
bía rogado  hiciera  sacar  copia  del 
Elogio,  con  su  habitual  solicitud,  y 
no  obstante  sus  muchas  e  importan- 
tes tareas  literarias  y  las  especiales 
de  la  cátedra  de  lengua  y  literatura 
española  que  profesa  en  la  Columbio, 
University  de  Nueva  York,  sacó  per- 
sonalmente el  cuidadoso  traslado 
que  avalora  estas  páginas. 

De  la  peculiar  ortografía  que  usó 
Alemán  al  imprimir  sus  últimos  es- 
critos se  ha  hecho  ya  mención  en  es- 
te mismo  libro.  El  señor  Onís  me  dice 


Alemán  y  Bclmontc  Bermúdez,  255 

además:  «He  copiado  al  pie  de  la 
letra,  sin  introducir  la  menor  correc- 
ción, aun  en  casos  en  que  se  ve  la 
errata  evidente».  Y  yo,  dada  la  extre- 
ma rareza  de  este  documento  litera- 
rio, lo  reproduzco  sin  variación  algu- 
na y  con  todas  sus  curiosidades  típi- 
cas, hasta  en  aquellos  cambios  de  s 
por  c,  o  viceversa,  que  demuestran  ser 
andaluz  quien  escribía,  y  andaluces  o 
mejicanos  los  cajistas  que  compusie- 
ron el  libro,  según  pronunciaban. 

Estas  páginas  de  Alemán  tienen 
para  el  caso,  dadas  las  circunstan- 
cias, el  mismo  valor  que  si  fuesen 
inéditas.  Además  nos  informan  de 
sus  relaciones  con  Luis  Belmonte 
Bermúdez,  personalidad  literaria  no 
estudiada  todavía  como  se  merece. 
De  la  estancia  de  ambos  en  México 
aún  quedan  noticias  por  exponer, 
que  tienen  ya  cabida  oportuna  en 
mi  Historia  de  ¿a  cultura  española  en 
América. 


256      Sucesos  reales  que  forceen  imaginados: 


Mateo  Alemán,  a  la  devida  estimación  de 
este  libro,  i  de  su  autor  luis  de  bel- 
monte  bermudez. 

Elojio. 

Acostumbramos  en  una  de  cuatro  mane- 
ras (o  por  mejor  clezir)  distribuimos  las  men- 
tiras y  verdades;  por  q  ya,  unas  vezes  min- 
tiendo dezimos  verdad,  i  otras  diziendola 
mentimos:  tanbien  dezimos  verdades  con 
verdad,  i  otras  por  el  contrario,  mintiendo 
se  miéte.  Desta  ultima  división,  torpe  vicio, 
feo  en  todo  i  qualqier  onbre,  no  se  deviera 
tratar  ni  aun  en  escritos;  mas,  pues  nos  es 
forcozo,  diremos  q  ya  sea  de  nuestra  mala 
inclinado  la  culpa,  ya  nazca  de  la  corupcion 
¡  [fol.  I  v.]  de  las  cosas,  la  esperiencia  nos 
enseña,  q  todo  (del  cielo  á  el  suelo)  es  men- 
tiroso. El  tienpo  miente,  no  menos  en  jenc- 
ral,  q  diuidido  por  sus  cuartos,  meses  i  se- 
manas: vemos  amanecer  el  dia,  el  Sol  ri- 
sueño i  claro,  el  viento  sosegado,  cuando 
súbitamente  se  alborota,  i  con  rigor  i  eceso 
truena,  llueve,  graniza,  en  tal  manera  q  ni 
en  el  aire  se  pueden   socorer  las  aues,  ni 


Alemán  y  Belmonie  Bermúdez.  2$7 

entre  la  yerua,  matas  i  malezas,  los  animales 
de  la  tiera,  los  canpos  mienten,  prometen 
abüdancia  de  frutos,  i  de  oi  para  mañana 
los  niegan.  Los  acopados  arboles  frutiferos, 
faltan  a  la  verdad,  pues  aqella  locania  se  les 
pasa  en  flores  dejándonos  de  dar  sazonado 
el  tributo,  i  si  alguno  rinden  es  con  pinsion 
de  malo,  poco,  podrido  i  enfermo.  Mienten 
los  edificios,  casas  i  ciudades,  miren  sus  fa- 
chadas, encasamentos,  portadas  i  ventanajes, 
tan  adornadas  de  ar  ||  [fol.  2  r.]  qitetura; 
tantos  arqitraves,  frisos,  cornisas,  galanos 
capiteles,  i  remates,  las  fuertes  murallas, 
guarnecidas  con  espesas  almenas,  hondos 
fosos,  barvacanas,  cubos  i  toreones,  q  ofre- 
ciendo á  la  vista  gusto,  incitan  el  deceo  de 
gozarlo,  i  apenas  metemos  los  pies  dentro, 
cuando  (erizado  el  cabello)  los  bolvemos 
atrás  con  presta  huida,  temerosos  de  la  rui- 
na con  qe  nos  amenazan.  Las  ñaues  mienten, 
por  q  con  apariencia  falsa,  indicios  ipocritas, 
de  fuerca  y  lijereza,  espirmentamos  en  daño 
i  arepentimiento  nuestro,  cua  contrario  salió 
de  la  verdad  lo  q  a  los  ojos  i  cósideracion 
ofrecieron.  También  los  animales  miente, 
pues  ni  el  pero  casa,  el  cauallo  core,  ni  el 
cisne  canta,  i  común  mete  dezimos  no  es  ta 
bravo  el  león  como  lo  pinta.  Vltima  mente, 

17 


258      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados : 

del  Espíritu  Sato  tenemos,  i  afirma  no  aver 
onbre  de  verdad,  i  q  todos  mienten,  aunq 
se  [f.  2  v.]  diferencian  en  el  modo,  unos  mas 
ottros  menos,  estos  con  cuidado  y  artificio, 
i  esotros  tan  a  los  anchos  i  desbocados  q  no 
para,  i  es  lo  peor  q  no  repara  en  su  infamia, 
ni  en  ver  q  son  có  el  dedo  notados.  Deje- 
mos los,  i  bolvamos  a  tratar  de  las  otras  tres 
diferencias  q  propuse;  digo,  q  todas  en  ge- 
neral, i  en  singular  cada  una,  es  onrosa, 
licita,  usada  y  permitida.  Es  la  primera,  cua 
do  con  parábolas,  ficiones,  fábulas  o  figuras, 
mintiendo  se  dize  verdad,  no  siéndola:  acon- 
sejamos con  ellas  enseñamos  cosas  impor- 
tantes i  graves,  no  solo  á  la  política  etica  i 
euconomica;  mas,  para  venir  a  consegir  la 
eternidad,  á  qe  todos  espiramos.  Desta  usa- 
ron i  usan  Santos  Dotores,  filósofos  atiguos 
i  modernos,  i  tanto  se  pratica,  q  desde  la 
niñez  la  mamamos  con  la  leche,  dominán- 
donos con  las  fábulas  de  Isopo,  de  Remicio 
Aviano  i  otros,  por  su  mo  |  [f.  3  r.]  ralidad 
sentencias  i  dichos  graves  i  necesarios;  con 
q,  no  solo  procuramos  apartar  los  daños, 
mas  aun  recojer  el  útil  fruto  q  resulta  de  su 
inportante  dotrina.  Otras  vezes,  por  el  con- 
trario de  lo  dicho,  aun  q  hablamos  verdad, 
no  la  dezimos;  no,  por  qe  nosotros  metimos, 


Alemán  y  Behnonte  Bermúdez.  259 

mas  por  q  referimos  mentiras  ajenas,  q  qui- 
sieron sus  dueños  acreditar  por  verdades: 
canbian  los  daños  que  resultan  dellas,  en  sus 
propios  verdaderos  autores,  no  dejándonos 
mancha  en  algún  modo;  por  qe,  solo  somos 
el  Eco  de  sus  vozes,  la  sonbra  de  su  cuerpo, 
i  fieles  traslados  de  sus  falsos  orijinales.  Aco- 
tecenos  esto  mui  ordinario,  por  q  después, 
o  antes  q  lo  referimos,  nos  preuenimos  de 
un  antidoto  diziendo,  a  fulano  doi  por  autor; 
de  manera,  qe  diziendo  yo  mi  verdad  cito 
a  qien  dijo  mentira  i  la  mentira  misma.  La 
tercera  ultima  diferencia,  q  la  haze  a  todas 
[f.  3  v.]  en  dinidad  i  ecelencia  es,  cuando 
dezimos  verdad  acreditada  có  verdades,  re- 
forjando unas  a  otras,  en  discursos  de  pala- 
bra o  con  la  pluma  escritos.  Esta  manera 
de  proceder,  es  tan  levantada  de  punto  i 
jenerosa,  q  aqien  la  trata  deja  glorioso  en 
fama  i  nombre,  i  solo  en  este  saco  pudieron 
caber  i  hallarse  juntas  onra  y  prouecho.  Es- 
te gallardo  estilo,  esta  grandeza  i  hidalguía, 
merecedora  de  todo  premio,  podemos  atri- 
buir (entre  los  muchos  q  lo  an  hecho)  a 
nuestro  presente  autor;  pues  dejando  a  par- 
te, las  dos  antecedentes  diferencias,  de  q 
con  tata  propiedad  elegancia  i  tan  en  su  lu- 
gar a  sus  tiempos  usa,  i  lo  inportate  a  su 


26o      Sucesos  rea/es  que  parecen  imaginados: 

poesia,  q  tan  claramente  se  conoce,  hizo  una 
tal,  marauillosa  elecion  discreta  i  Santa,  to- 
mando por  asunto,  escrevir  verdad  con  ver- 
dades, i  de  qien  tantas  están  dilatadas  por 
el  universo:  un  sujeto,  vida  de  un  anjel  on- 
bre  mortal,  como  lo  fue  nuestro  beatísimo 
padre  Ignacio  de  Loyola,  vida  verdadera, 
penitente  y  ejenplar,  en  tanto  grado,  q  oi 
por  su  predicación  i  dotrina,  gozan  el  cielo 
infinito  numero  de  vidas,  q  antes  eran  muer- 
tes muertas,  condenadas  para  el  infierno. 
Vida  q  con  viva  voz,  tiene  puestas,  en  huida, 
desteradas  i  destruidas,  las  falsas  dogmas  de 
los  Erejes  i  Paganos,  dando  vida  fuergas,  i 
libertad  á  la  verdad,  en  las  tenebrosas  car- 
celes  donde  la  tenían  opresa  i  maltratada  la 
mentira  i  miedo,  no  menos  con  su  santa  do- 
trina,  q  con  la  de  sus  propios  hijos,  á  costa 
de  sudores,  cansancios,  naufrajios,  peregri- 
naciones, peligros  i  necesidades,  aflijiendo- 
los  en  toda  parte  có  persecuciones,  malos 
tratamientos,  hasta  qitarles  las  vidas  có  afré- 
tosos  i  crudelisimos  martirios  qe  an  padeci- 
do, fertilizando  con  propia  sangre  los  inabi- 
tables  |  [f.  3  v.]  montes  i  desiertos  canpos, 
en  todas  las  partes  i  rej iones  del  mundo, 
predicando  el  santo  evanjelio,  con  tanto  fer- 
vor i  espíritu,  con  tanta  verdad,  solisitud  i 


Alemán  y  Belmonte  Bermúdez.  261 

cuidado,  q  podremos  libremente  dezir  i  no 
se  podra  negar,  q  después  de  los  Apostóles, 
este  beatísimo  varón  i  sus  ministros,  de  ma- 
no en  mano,  an  pasado  la  palabra  de  Dios, 
desde  los  unos  hasta  los  otros  confines  de 
la  tiera,  resonando  por  toda  ella,  otro  se- 
gundo llamamiento,  para  confusión  de  los 
qe  ya  la  oyeron  i  no  la  recibieron.  Qien 
(después  de  aquellos  tienpos,  i  en  tan  bre- 
ves como  en  los  nuestros  presentes,  q  vimos 
y  conocimos  los  principios)  a  hecho  mas 
fruto  en  lo  temporal  i  espiritual,  araigando 
i  ferado  con  fuertes  cabos  i  amaras  las  virtu- 
des i  santos  ejercicios?  En  q  tienpo  se  cono- 
ciero  las  letras  i  buenas  costunbres,  tan  en 
su  punto  i  bien  disciplinadas,  como  en  el 
I  [f.  4  r.]  presente?  Cuando  las  tiernas  plan- 
tas, niños  hijos  nuestros,  estuvieron  tan  lin- 
pias  i  podadas  de  superfluos  i  lóganos  vicios 
ni  tan  mórijerados  con  riegos  de  aguas  vivas 
q  beben  i  de  qe  se  sustentan,  oyendo  su 
dotrina  en  sus  casas  i  colegios?  Cuando  se 
vieron  usar  en  algún  tienpo  i  tan  en  jeneral, 
con  mayor  veneración  i  frecuencia,  los  diui- 
nos  sacramentos?  q  aun  q  sea  como  es  evi- 
dente verdad,  q  siempre  (por  la  misericordia 
de  Dios)  avernos  tenido  dello  abundancia 
con  exceso,  devemos  juntamente  confesar, 


262      Sucesos  reales  que  parecen  imaginados  : 

la  mucha  continuación  i  ejercicios  presentes, 
la  solicitud,  ejenplo  i  cuidado  grade,  con  q 
aqestos  padres  hijos  del  beatisimo  nuestro 
an  tenido  en  aumentarlo.  Oedese  aqi  esta 
verdad,  si  no  es  posible  dezir  tantas  como 
á  la  pluma  se  ofrecen,  dejemos  este  lugar  á 
su  dueño,  diga  las  qe  pudiere  Luis  de  Bel- 
monte  Bermudez,  can  |  [f.  4  v.]  ten  i  discan- 
ten sus  dulces  i  sonoros  versos,  con  su  mu- 
cha fecüdidad  gallarda  i  fácil,  lo  q  mi  rudo 
entendimiento  no  alcanga;  confesémosle  sus 
asiduos  estudios,  intento  santo,  elegante, 
pluma,  casto  frasis,  con  q  procuro  sacar  á 
luz  esta  joya  esmaltada  i  briscada  con  tan- 
to ingenio  i  policía,  tan  llena  de  misteriosos 
cócetos  i  sentencias  graues;  de  q  no  solo  me- 
rece justo  lauro,  mas  por  aver  puesto  la  mira 
en  qien  todos  devenios  clavar  la  nuestra. 
No  es  pasión  de  amistad,  no  paresca  q  hablo 
con  exajeracion,  por  ser  de  mi  patria  i  naci- 
dos en  vn  bario,  q  ni  aun  mayores  prendas 
me  harán  torcer  de  lo  justo,  i  puedo  con 
Aristóteles  dezir,  mi  amigo  es  Platón,  pero 
mucho  mas  la  verdad.  I  si  tan  a  lo  claro  la 
vemos,  i  con  tanta  dulgura  nos  la  pinta,  no 
le  seamos  ingratos,  negadole  la  deuda  en  q 
nos  deja  puestos  pues  gozamos  de  sus  tra- 
bajos i  su  I  [f.  5  r.]  dores,  démosle  (por  lo 


Alemán  y  Belmonte  Ber mudez.  263 

menos)  estimación  i  agradecimiento  como 
co  cosa  [asi  repetido  al  fin  y  principio  de 
Jas  líneas]  no  escusada,  q  lo  contrario  a  ello, 
sera  pasión  conocida,  i  dejara  limpio  mar- 
jen,  donde  algunos  escrivan  su  sentimiento, 
acusándolos  de  invidia  notoria,  i  malicia  de- 
clarada: i  si  en  el  obrar  se  conocen  las  ven- 
tajas, i  no  en  palabras  locas  i  vanas,  consi- 
dérese bien  cada  vno,  escriva  o  calle  q  no 
arguye  injenio,  sano  pecho,  hidalgo  naci- 
miéto,  ni  es  onroso  trato,  qitar  alguno  para 
el  ornato  de  su  casa,  las  piedras  fundamen- 
tales del  edificio  ajeno. 


REGISTRO    ALFABÉTICO 

DE    AUTORES    CITADOS 


Acosta(E1  P.),  p.  174- 

Alarcón  y  Mendoza  (D.  Juan 
Ruiz  de),  p.  159-174-177. 

Alcázar  (Baltasar  de),  pági- 
nas 27-46. 

Alemán  (Mateo),  p.  158-161  a 
209-253  a  SÓ3. 

Alfaro  (véase  Zamudio  de 
Alfaro),  p.  85-88. 

Alfieri,  p.  146. 

Andrade  (El  P.),  172-1S3. 

Aretiso,  p.  53-éo. 

Argote  de  Molina,  p.  21-22- 
27-31-05. 

Arguijo  (D.  Juan  de),  p.  112- 
116-117. 

Arlño  (Francisco  de),  p.  103- 

io4-i33- 
Ariosto,  p.  5$. 
Arista,  p.  46. 
Ásculi  (Príncipe  de)  (véanse 

D.   Antonio   y  D,  Luis   de 

Leiva). 
Asbnsio  (D.  José  María),  p. 

38-1  ib. 

B 

Barahona  de  Soto,  p.  32-1 19. 
Belmonte  Bermúdez,  p,  353- 

263. 
Bosarts,  p.  168. 


Cabrera  de  Córdoba,  p.  133- 

174. 
Castro  (Adolfo  de),  p.  21-22- 

24-28. 
Cbjador  y  Frattca,  p.  94. 
Cervantes,   p.    103-130-158- 

159-170. 
Cetina  (Gutierre   de),   de   la 

p.  17  a  la  75-158-208  a  241. 
Cetina   y  Abarca   (Gutierre 

de),  p.  28. 
Cueva  (Juan  de  la)  p.  21-23- 

26-37-31-42  a  47,  de  la  77  a 

la  149-243  a  252. 


Encina  (Juan  del),  p.  158. 
Eslava    (véase   González    de 

Eslava). 
Espinel,  p.  158. 


Karfán  (Fray  Agustín),  p.  40. 
Fernández  Guerra  (D.  Luis), 
p. 103-173  a  175-177-179-180. 
Fernández  Oviedo,  p.  174. 
Fernándet  (Ramón),  p.  113. 


266       Registro  alfabético  de  autores  citados. 


Figueroa  (D.  José  L.)>  p-  93 
Fitzmaurice-Kelly,  p.  04. 
Flores,  p.  40. 


Gallardo,  p.  42-46-49-94-roo- 
104-119-127-131-135. 

Garcilaso,  p.  20-37-59. 

Gautier,  p.  28. 

Gel ves  (Conde  de),  p,  1 17-131 . 

Gestoso,  p.  170. 

Girón  (El  Maestro),  p.  112- 
113-119-144-154-150. 

Góncora  (Bartolomé  de),  p. 
1 12-159. 

González  de  Eslava  ( Her- 
nán), p.  39-40-47. 

II 

Hazañas  t  la  Rúa,  p.  21-22- 

¿4-25   28-33-36-38-41-42-50- 

52-5Q-00-170. 
Herrera    (Fernando    de),    p. 

21-22-26-46-110. 
Humboldt   (Alejandro),    p. 

•74. 

I 

Icaübalceta,  p.  40. 
Iranzo.  p.  27-44-40. 


JUVENAL,  p.  58-08. 


Leiva  (D.  Antonio  y  D.  Luis 

de),  p.  34-36-55-60. 
Lista  (D.  Alberto),  p.  91-92. 

M 

Mal-Lara,  p.  40-154-156. 
Marcial,  p.  58. 
Mbndoza  (D.  Diego   de),   p. 
46-52-5 3-00-68. 


Menkndez  Pidal(D.  Ranióu). 
p.  QI-144-147-245-24Ó. 

Menéndez  y  Pelato  (D.  Mar- 
celino), p.  21-22-24-29-31- 
32-42-43-  74 -90 -01-102- 103- 
171-173-183-186. 

Mesa,  p.  27. 

Montiano,  p.  91. 

MORATÍN,    p.    58-91-93-149-^0. 

Motolinía,  p.  39. 

Moya  de  Contreras,  p.  40- 

I2I-Í22. 

N 

Negrón  (Dr.  Luciano  de),  p. 

51-8Ó-S7-SQ-107-108. 
Nietzsche,  p.  140. 

O 

Ovidio,  p.  58-105-144. 


Pacheco  (Francisco),  p.  21- 
22-24  a  29,  34-35-37-38-41- 
50-51-Ó5-89-132. 

Palomino,  p.  37. 

Pérez  de  Guzmán  (Juan),  p. 
21  a  24,  33  a  30,  42-44-59- 

Pérez  Ramírez  (Juan),  p.  40. 

Porras  de  la  Cámara,  p.  168. 


Q 


Quevedo,  p.  67-13Ó-158. 

R 

Rodríguez  Marín,  p.  21-22- 
25-32-38-50-  74-1 14-116-170- 
171-173- 

S 

Salazar  (Eugenio  de),  p.  21- 

22-43-45-46. 
SÁmano    (Carlos    de),    p.    44- 

47-48. 
Schack,  p.  91. 
Sedaño,  p.  21-22-28-40-113. 


Registro  alfabético  de  autores  citados.       267 

V 


Silvestre  (Gregorio),  p.  119. 

Sismondi,  p.  93. 

Sosa  (Francisco),  p.  185-193. 

T 

Terrazas  (Francisco  de),   p. 

40-47-48. 

TlCKNOR,  p.  109, 

Tirso,  p.  150. 

ToRQUEMADA,   p.  123. 

u 

Urrea  (Jerónimo  de),  p.  61- 
66. 


Vadillo,  p.  27-65. 

Vega  (Lope  de),  p.  S 1-82-90- 

135-150-151- 152- «59>  2+í  a 

245- 
Virgilio,  p.  144. 
Virgilio  Polidoro,  p.  246. 


w 

Walberg,  p.  100-101-109-113- 
117. 

WULFF,  D.  86-IOO-IO3-IO4-IO5- 
IOO-IO7-IOQ-II3-I  17-245. 


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